La tesis de la mente extendida (TME) propone que, en
ocasiones, la mente se extiende más allá del cerebro y de la piel. Uno de sus
principales argumentos apela al “principio de paridad”, que implica la
equivalencia funcional entre los recursos internos (fundamentalmente
cerebrales) y ciertos recursos externos empleados para llevar a cabo una determinada
tarea cognitiva. Esta equivalencia tiende a ignorar las diferencias entre los
recursos internos y los externos. Nuevas orientaciones de la TME pretenden
reconocer la relevancia, en términos cognitivos, de algunas de estas
diferencias y proporcionar argumentos alternativos que no apelen al principio
de paridad.
¿Cuáles son los límites entre la mente y el mundo? ¿Cuál es
el papel del cuerpo y del medio ambiente en los procesos cognitivos? ¿Son la
piel y el cráneo fronteras o límites relevantes en términos cognitivos? La
tesis de la mente extendida (TME) afronta este tipo de cuestiones para
responder que, en ocasiones, la mente se extiende no sólo más allá del cerebro,
sino también más allá del organismo (Clark y Chalmers, 1998). Desde este punto
de vista, y según la versión de Clark, las ciencias cognitivas deberían, en
tales ocasiones, ignorar los límites metabólicos de la piel y el cráneo para
atender a la organización computacional y funcional de la información (Clark,
2008, p. 77).
En el ejemplo más conocido de la TME se presentan dos
personajes, Inga y Otto, el segundo de los cuales padece una enfermedad que
afecta a su memoria, por lo que recurre continuamente a un cuaderno de
anotaciones. El cuaderno viene así a complementar su deteriorada memoria
biológica.
La idea básica es que el cuaderno de Otto es equiparable, en cierto
sentido, al cerebro de Inga y forma parte, como vehículo externo, de su sistema
cognitivo. El cerebro de Inga y el conjunto formado por el cerebro-más-cuaderno
de Otto desempeñan el mismo rol funcional con respecto a sus respectivas conductas.
Por supuesto que hay diferencias, pero no son relevantes mientras sean
funcionalmente equivalentes.
La concepción clásica de la mente extendida se basa en gran
medida en la noción del “principio de paridad”, tal y como fue formulada por
Clark y Chalmers (1998), y cuya versión actualizada subraya su carácter
funcional (Clark, 2008). Según este principio, “si una parte del mundo funciona
como un proceso que, si fuera realizado en la cabeza, no dudaríamos en
reconocer como parte del proceso cognitivo, entonces esa parte del mundo es
parte del proceso cognitivo” (Clark y Chalmers, 1998, p. 8). La idea esencial
es que, en términos cognitivos, lo relevante no es la localización espacial del
proceso. El principio de paridad cuestiona los límites entre cerebro, cuerpo y
mundo mediante el isomorfismo funcional entre lo interno (memoria biológica,
cerebro) y lo externo (el cuaderno y su contenido).
La naturaleza de esta equivalencia ha centrado buena parte
del debate sobre la TME. En general, la posición de los defensores de la TME ha
sido insistir en que se trata de una equivalencia meramente funcional y que el
principio de paridad no exige que los procesos internos y externos tengan
exactamente las mismas características, sino solo que sean suficientemente
similares (Clark, 2008).
Por tanto, el principio de paridad es compatible con
cierto grado de diferencia entre ambos tipos de procesos. El problema es cómo
se determina ese grado, es decir, dónde se establece el umbral entre
diferencias relevantes y diferencias irrelevantes, ya que las diferencias
relevantes impedirían una similitud suficiente (equivalencia funcional).
En los últimos años varios autores han propuesto una nueva
interpretación de la mente extendida que abandona el principio de paridad como
argumento central. Menary (2010) distingue entre dos olas de argumentos a favor
de la mente extendida. La primera ola, que coincide con la que he llamado
concepción clásica, se centra en la cuestión de la paridad funcional (principio
de paridad). La segunda ola se centra en la complementariedad y la integración
de los vehículos externos e internos, sin hacer depender la plausibilidad de la
TME del principio de paridad. Mientras la versión clásica de la mente extendida
apelaba a la (suficiente) similitud o equivalencia funcional entre la memoria
biológica normal (vehículo interno) de Inga y el cuaderno (vehículo externo) de
Otto, la nueva ola reconoce que la equivalencia funcional sostenida por el
principio de paridad oculta o desatiende importantes diferencias entre los
vehículos internos y externos. Por ejemplo, la memoria de Inga interactúa
dinámicamente con el resto de su mente de una manera que no lo hace, en el caso
de Otto, la información almacenada en el cuaderno. Este tipo de diferencias
puede ser, además de un potencial obstáculo para la TME basada en el principio
de paridad, un factor relevante en la comprensión de los procesos cognitivos en
cuestión. La nueva versión de la mente extendida no necesita defender la
equivalencia funcional entre vehículos externos e internos, sino solo su
integración para formar sistemas cognitivos unitarios y extendidos (“principio
de integración”).
Sutton (2010) también apoya la segunda ola de la TME, dentro
de la que defiende una aproximación interdisciplinar en la que se encuadra la
ciencia cognitiva histórica que él mismo ha propuesto en otros trabajos. Según
Sutton, no hay contradicción entre la primera y la segunda ola (e incluso
encuentra en Clark argumentos a favor de la segunda), pero sostiene que ésta es
claramente superior.
La razón fundamental es también que el principio de
paridad infravalora o desatiende diferencias entre los recursos internos
(“engramas”) y los recursos externos (“exogramas”) de los sistemas cognitivos.
De acuerdo con el principio de paridad, cumplidos ciertos criterios no tendría
importancia si lo que está involucrado en la producción de la conducta son
engramas o exogramas, y no habría especial razón para estudiar las propiedades
peculiares del cerebro o de un cuaderno de notas en su contribución al proceso
global.
El giro desde el principio de paridad hacia el principio de
integración despeja una prometedora vía de investigación y justificación dentro
de la TME. La posible vulnerabilidad del principio de paridad pierde así
trascendencia; sin embargo, el principio de integración debe enfrentarse al
mismo reto que el de paridad: mostrar que los recursos externos no son sólo
ayudas o herramientas, sino genuinos componentes de un sistema cognitivo
extendido.