viernes, 4 de octubre de 2019

Irascible



Irascible es un adjetivo que podemos emplear para referirnos a quien es muy propenso a irritarse o enfadarse. La palabra, como tal, proviene de latín irascibĭlis, que significa “susceptible de encolerizarse”. En este sentido, sinónimos de irascible son irritables, coléricos o iracundos.

De allí que la calificación de irascible recaiga específicamente en las personas que demuestran facilidad para desarrollar sentimientos de indignación o enojo frente a ciertas situaciones o ante determinadas personas: “Cuando María está en sus días se pone muy irascible”.

Irascible, pues, solo puede ser aquel que se encuentre, por alguna razón o circunstancia determinada, predispuesto hacia su entorno: “Desde que su madre lo reprendió en la calle, anda muy irascible”.

La persona irascible, de esta manera, se caracteriza por identificar constantemente, en los otros, señales o actitudes que justificarían un enojo, como una ofensa, una injusticia o un atropello contra su persona: “No lo contradigas en su trabajo, porque se vuelve irascible”.

Irascible en Filosofía

Platón, en el “Mito del carro alado”, consideraba que el alma de los hombres se dividía fundamentalmente en tres partes: la racional, la irascible y la concupiscible, representadas en un carro conducido por un auriga y tirado por dos caballos, uno blanco, bueno y obediente, y otro negro, malo e indócil. Cada una de las tres partes tenía un significado específico:

La parte racional (el auriga) estaba enfocada en las actividades del intelecto y el pensamiento, que son las que conducen al conocimiento;

La parte irascible (caballo blanco), por su parte, estaba vinculada con las pasiones nobles, como la voluntad, la valentía y la fortaleza;

La parte concupiscible (caballo negro), por otro lado, era la que se refería a los apetitos bajos del hombre, es decir, los asociados al deseo y el instinto. 

Decimos que alguien es irascible cuando se enoja muy fácilmente, es decir, alguien sugiere una mínima cuestión negativa sobre él o algo en lo que no está de acuerdo y entonces no tardará en demostrar su enojo, su enfado. Probablemente para alguien que no dispone de esta característica esas cuestiones no sean detonantes de enojos pero para el irascible sí lo serán y lo manifestará con gritos, golpes, insultos, entre otras maneras de expresarse.

La ira es básicamente el sentimiento, la emoción que domina a la persona que se muestra irascible. Incluso, la ira, es realmente fácil de reconocer físicamente en alguien porque se producen modificaciones consistentes en su expresión facial y corporal. Así, quien siente ira mantendrá su ceño fruncido, sus dientes apretados, no sonreirá, e incluso, en los casos más graves de ira se podrán desarrollar ataques violentos a otros individuos o bienes materiales, dependiendo de la motivación de la ira.


Sin dudas la ira es una de las emociones más típicamente humanas y casi todos, sin excepciones, solemos experimentarla alguna vez en la vida, con mayor o menor intensidad, pero todos la transitamos.
La ira es una de las tantas maneras a través de las cuales las personas manifestamos que algo no nos gusta o nos cayó realmente mal.

Ahora bien, es importante que destaquemos que hay personas que son irascibles porque esa característica ya está arraigada en su personalidad, en tanto, hay otras personas que pueden volverse irascibles ante el padecimiento de alguna afección o enfermedad, o experimentar la irascibilidad con determinadas personas que ciertamente le despiertan enfado.

Lo más complicado al respecto de la ira se da en aquellas personas que son irascibles por naturaleza y entonces a la mínima cosa que les sucede o que les provoca alguien la sacan a relucir, y en algunos casos, de maneras ciertamente extremas y violentas.

Los expertos en la materia señalan que le hace bien al cuerpo y al alma descargar la ira pero siempre en la medida en que no se haga daño a nadie. Por caso, en aquellas situaciones en las que se sabe positivamente que no se la domina se recomienda la realización de alguna psicoterapia para atenuarla.


Confines Del Saber


Ha de entenderse que la filosofía no es un cuerpo de doctrina de estándares ciertos e infalibles.

Entonces nos preguntamos: ¿qué viene a ser la filosofía si no ofrece ningún tipo de conocimiento, ni contiene verdad alguna sobre el mundo o la realidad?
¿Cuál es la naturaleza de sus elucubraciones y de cómo le sirve al hombre en los asuntos de orden práctico?

Llama la atención en la actualidad el uso que se hace de la filosofía. 

A veces se tiñe del color de las necesidades e inquietudes humanas en el sentido de que sirve para paliar en algo el sufrimiento por la pérdida de un ser querido o por la angustia del desenlace que trae consigo una enfermedad terminal (un grupo de profesionales hace terapia emocional a un grupo de pacientes, con enseñanzas filosóficas, por ej.). 

Nadie discute la utilización de la filosofía con fines positivos. Se corre el riesgo de un uso espurio y agresivo con intenciones de manipulación y engaño, como sucede en ocasiones.

No se sabe hasta dónde la proliferación de filosofías contribuye a la solución de problemas de vida.

Sin embargo, se piensa que en la medida en que sugieran indicaciones útiles y se ajusten, en cada caso, a situaciones particulares pueden contribuir a la mejor comprensión de los procesos.

No existe proyecto educativo, institucional, empresarial o político que no lleve por justificación una filosofía que traza el perfil de lo se quiere y de cómo conseguirlo. 

Una filosofía que señala los límites de lo que se puede y las restricciones a tener en cuenta para no incurrir en arbitrariedades o en acciones que desdigan de los propósitos. En estos casos la filosofía interviene para señalar los grandes y perentorios asuntos que atañen con el desarrollo libre y sin condicionamientos del individuo.

Se trata de apuntalar mejor la cuestión y de dilucidar de qué se trata. Por ser un ejercicio racional y de compresión conceptual, que conlleva una crítica de las formas en que se puede incurrir en error, esta actividad de dilucidación no es cualquier cosa.

Partiendo de las incertezas humanas el individuo encuentra la encrucijada que es el principio y el fin de sus inquietudes: “sólo sé que no sé nada y al comprender que no sé nada, se algo”


jueves, 3 de octubre de 2019

El Valor De Nuestras Miserias


“No debemos temer nuestras miserias, cada uno de nosotros tiene las suyas”

La reflexión sobre nuestras miserias, aquello que solemos dejar para otro momento, y ese momento que pocas veces llega pues, en realidad, somos nosotros mismos, lo soy yo, quienes debemos respondernos aquellas cuestiones que gravitan –a veces, gritan- en nuestra interioridad, claro está, si aún está en nosotros, es decir, si recreamos asiduamente nuestro diálogo interior, activando el juicio crítico y siendo conciencia.

El aburrimiento es el estado natural de los seres inteligentes, como el gato, y el estado definitivo de muchos de los demás. 

Saber salir del aburrimiento es el reto que tienen ante sí los inteligentes.

Sacudir el polvo de nuestras conciencias nos lleva a respirar mal. De ahí a la asfixia sólo hay algunos pasos. No sería la primera vez que tratando de limpiar nuestra conciencia, nos ahogásemos.


Para evitar el aburrimiento. Lavarse a conciencia, como el gato, nutre y repara las sinapsis de nuestra mente oculta, al parecer. Y convierte un instante vacío en la plenitud ante nuestros ojos.

Purificarnos. He ahí la cuestión. ¿Sabemos lavar nuestros pecados?


Lo que nos han enseñado y lo que hemos ido aprendiendo, a veces, difiere bastante. La verdad es que los occidentales tendemos a ocultar el polvo debajo de la alfombra. Y a tirar la alfombra por la ventana, pero ese es otro tema.


Nos han enseñado, generalmente, a cargar con nuestras miserias, pero no tanto, a limpiarlas. Y así, si ponemos algún empeño en ello, nos cuesta establecer qué hemos obtenido partiendo de donde partíamos.

Esto es, la limpieza de nuestro espíritu es algo que, quizá consideremos, no nos atañe personalmente. Sí en lo colectivo, como sociedad, pero no como individuos. Esta es una de las lacras del mundo occidental.


El abandono del sentido de la pérdida. Ya no sabemos perdernos, no digamos encontrarnos. La noción de pecado se pierde, las culpas se diluyen, ¿qué nos queda? La conciencia de fin, de arribo al final de una época.


Puede que no haya sido tan buena idea la de socializar el pecado, las culpas. Que cada palo aguante su vela. Esa máxima que ha regido buena parte de nuestra historia es lo que deberíamos recuperar.


Si queremos sobrevivir como cultura. El individuo está muriendo y no sabemos qué lo sustituirá. ¿Retrocederemos a estadios de barbarie o daremos un gran salto adelante? La suerte de la limpieza está echada.


Algo Visceral


Las vísceras, también llamadas entrañas, forman parte del aparato respiratorio o del aparato digestivo, como los pulmones, el hígado, el corazón o el páncreas. La noción de visceral, por lo tanto, está vinculada a estos órganos, aunque suele utilizarse de una manera simbólica.

Lo visceral aparece vinculado a una reacción emocional muy intensa, que brota de lo más profundo del interior de la persona (de allí esta denominación). Se trata de algo que el sujeto casi no puede evitar, ya que está encarnado en su interior y que escapa a la razón o la lógica.

Las reacciones viscerales suelen concretarse sin ningún tipo de filtro o control. Por eso es común asociarlas a la violencia o al exabrupto, lo que muchas veces provoca un profundo arrepentimiento en quienes las sufren.

El término visceral remite a lo que tiene relación con las vísceras u órganos internos. 

De modo figurado suele remitir a formas de ser descarnadas y que se caracterizan por una profunda emotividad; en este sentido el término guarda relación ante todo con cuestiones psicológicas. En el ámbito discursivo ordinario es esta segunda acepción la que predomina, dejando el otro a cuestiones propias del ámbito de la medicina. En cualquier caso, la relación entre ambos conceptos se fundamenta en el hecho de hacer referencia a algo vital y de gran relevancia, algo que dista de ser superficial y capaz de ser ignorado.

La tríada visceral tiene que ver con la inteligencia del cuerpo, con el funcionamiento básico vital y con la supervivencia. El cuerpo tiene un papel importantísimo en todas las formas de trabajo autentico porque devolver la conciencia al cuerpo afirma la cualidad de la presencia.

El cuerpo existe en el aquí y en el ahora, en el momento presente, lo que es fundamental para poder realizar un buen trabajo de desarrollo personal.

Cuando en realidad se habita el centro del cuerpo, éste da una profunda sensación de plenitud, estabilidad y autonomía o independencia. Cuando se pierde el contacto con esa fuerza, la personalidad intenta “compensar” proporcionando una falsa sensación de autonomía. Para encontrar esa falsa sensación de autonomía la personalidad crea lo que en psicología se llama mecanismos de defensa. 

Los tipos de personalidad de esta tríada procuran resistirse a la realidad (creando límites para el Yo, basados en tensiones físicas).
Estos tipos de personalidad tienden a tener problemas de agresividad y de represión; bajo las defensas de la personalidad llevan muchísima ira.

El trastorno de personalidad antisocial (TPA), a veces llamado sociopatía, es una patología psiquiátrica. Las personas que la padecen no pueden adaptarse a las normas sociales, como son las leyes y los derechos individuales. Si bien puede ser detectada a partir de los 18 años de edad, se estima que los síntomas y características vienen desarrollándose desde la adolescencia. Antes de los 15 años debe detectarse una sintomatología similar pero no tan acentuada, se trata del trastorno disocial de la personalidad.


Las personas que padecen este trastorno sufren un mal de índole psiquiátrico, un grave cuadro de personalidad antisocial que les hace rehuir las normas preestablecidas; no saben y no pueden moldearse a ellas. A pesar de que saben que están haciendo un mal, actúan por impulso, cometiendo incluso delitos graves. Es común que se confunda este trastorno con otras patologías parecidas, como podrían ser la conducta criminal, el comportamiento antisocial o la psicopatía. 

Pero son trastornos, aunque relacionados, de diferentes características, con otros tratamientos y consecuencias.


Auténticos


La compasión, nuestra capacidad de conectarnos con el sufrimiento propio y de los demás junto a la motivación sincera de aliviarlo y prevenirlo, es instintiva en los seres humanos cuando el que sufre es alguien cercano. Sin embargo, las tradiciones contemplativas sugieren que es posible ampliar nuestro círculo de cuidado y compasión más allá de lo instintivo. 

Cuando la compasión surge en nuestro corazón, nuestra mente se libera del odio, de los juicios negativos y de la preocupación obsesiva por uno mismo, constituyendo una fuente natural de paz interior y exterior.

La compasión es un proceso que se desenvuelve en respuesta al sufrimiento. Comienza con el reconocimiento del sufrimiento, el cual da pie a pensamientos y sentimientos de empatía y preocupación por el bienestar de quien sufre. A su vez, esto motiva a la acción que alivia el sufrimiento.

Los seres humanos tienen una capacidad natural para sentir y expresar la compasión. Sin embargo, el estrés diario, las presiones sociales y las experiencias de vida pueden limitar la expresión plena de esta capacidad. Cada uno de nosotros puede elegir nutrir y desarrollar nuestro instinto compasivo, tal como una planta puede ser cultivada desde la semilla.

Este proceso requiere paciencia, cuidado, así como también las herramientas apropiadas y un ambiente propicio.

El cultivo de la compasión va más allá de sentir más empatía y preocupación por los demás. El cultivo de la compasión hace surgir la fortaleza para estar con el sufrimiento, el valor para actuar con compasión y la resiliencia para prevenir la "fatiga por compasión". 

Estas cualidades facilitan y apoyan, a su vez, una serie de cambios positivos, desde mejorar las relaciones interpersonales hasta hacer una diferencia positiva en el mundo.

Los contactos entre personas o grupos dan lugar, tarde o temprano, a desacuerdos más o menos declarados, según sea lo que está en juego, las afinidades y las capacidades de las personas para comunicarse. La experiencia cotidiana demuestra que el éxito de un encuentro (en el sentido de interacción, intercambio, contacto) va a la par con la creación de un clima de confianza y que, en el mejor de los casos, los encuentros con éxito pueden provocar unos lazos de amistad auténticos y duraderos, cuya confianza caracteriza y condiciona la estabilidad.

Cuando lo que se plantea es un encuentro intercultural, el riesgo de discrepancias incluso de disensiones aumenta, debido a los malentendidos interculturales, y surge, a menudo con acuidad, la dificultad de llegar a una relación de confianza. ¿Por qué la confianza es un factor determinante para el buen transcurso de los intercambios interculturales? ¿De qué depende su aparición y preservación?

Es decir, ¿cuáles son las condiciones para la confianza?

Para conseguirlo, hay que examinar previa y sucesivamente algunos problemas teóricos generales de la comunicación y, concretamente, aquellos que plantean las situaciones interculturales. 

Esto permitirá, finalmente, abordar la cuestión teórica de la confianza en las relaciones interculturales.

Este no es un juego de palabras sino una reflexión para tener la valentía de ser el verdadero YO, si se es alegre, expresarlo, si es creativo, hay que cultivar la creatividad, si es malgeniado hay que buscar mecanismos para controlar ese sentimiento, pues lo único que trae es amargura, y hasta una enfermedad.


Horizontes


Frases de horizonte: 

Línea que limita la superficie terrestre a que alcanza la vista del observador, y en la cual parece que se junta el cielo con la tierra: al amanecer, el horizonte es muy bello. Conjunto de posibilidades o perspectivas que se ofrecen en un asunto o materia: hay un horizonte prometedor.

El horizonte fue creado donde existe un siempre, ¿en dónde? En algún lugar.
El horizonte está en los ojos y no en la realidad.
Todos vivimos bajo el mismo cielo, pero ninguno tiene el mismo horizonte.
Quisiera ay tantas cosas más quisiera. Revelar tus ojos, celebrar tu nombre y salir contigo disfrazado de horizonte.
Dos personas se acercan hacia nosotros por la carretera, y. Sus siluetas se recortan fantásticamente contra el horizonte. Pero si aplaudiéramos, no lo entenderían, porque no saben nada de su relación con el horizonte.
Torciendo mi camino avanzo al horizonte de platino, desnuda hasta del propio pensamiento.
El ojo mira hondamente al horizonte que la verticalidad ignora.
Mis ojos, faros de angustia, trazan señales misteriosas en los mares desiertos. Y eterna, la llama de mi corazón sube en espirales a iluminar el horizonte.

En la noche y la trasnoche, y el amor y el transamor, ya cambiados en horizontes finales, tú y yo, de nosotros mismos.
Sobre la humanidad se cierne un sueño confuso y grandioso. El horizonte está cargado de tinieblas, y en nuestro corazón sonríe la aurora.
La necesidad de ver el horizonte, de ver un poco más allá, es lo que nos salva. Y creo que está en todos nosotros.

El Proceso De Aprender



Por qué aprender tanto de los errores como de los aciertos. Esta es mi propuesta de hoy, que por cierto, suele ser bastante complicado.

El genérico que está instalado en nuestra sociedad es generalmente que aprendamos de los errores, pues así podemos saber en qué hemos fallado, en qué nos hemos equivocado, en qué no somos buenos, etc.

Tras este aprendizaje toca levantarse, que es la segunda parte y la más compleja. Después toca volver a empezar y volver a intentarlo.

Esto está genial. Aprender siempre es bueno. El problema es que no solamente debemos focalizar el aprendizaje en base a los errores o incluso a los pequeños fallos o desviaciones.

A mí siempre me ha gustado el equilibrio y quizás por este motivo también he hecho mucho caso a los aciertos. De los aciertos se aprende tanto como de los errores.

Nos podemos hacer las mismas preguntas que en el caso anterior, en esta ocasión con un sentido positivo y también podemos sacar fantásticas conclusiones que nos permiten ser conscientes de, por ejemplo, por qué hemos ganado, por qué hemos acertado, por qué hemos logrado el objetivo planteado, etc.

Como me gusta decir, la vida es cuestión de dualidades. Esta es otra dualidad más, muy potente, a la que hay que hacer caso en ambos sentidos. Errar y acertar. En ambos es vital saber por qué.

Mi consejo sobre esto es claro: aprende de ambas cosas, porque ambas cosas te hacen conocerte mejor, encontrar el equilibrio y ser consciente de tus fortalezas tanto como de tus debilidades.

Somos seres que provocamos que ocurran cosas, por tanto lo coherente es analizar lo bueno y lo malo, sacar conclusiones siempre positivas e intentar mejorar nuestros puntos débiles y potenciar nuestros puntos fuertes.

La cultura popular ya lo decía: Equivocarse es de sabios“. Y es que, según un estudio canadiense publicado en la revista Psychology and Aging, a medida que envejecemos, nuestro cerebro aprende mejor de los errores que de los aciertos.

Los experimentos realizados en el estudio con sujetos de 20 a 70 años de edad revelan que la diferencia de resultados entre ambos métodos de aprendizaje es 2,5 veces más pronunciada en adultos de edad avanzada que en jóvenes.

Los adultos mayores suelen experimentar una disminución de la memoria relacionada con la edad, por lo que consiguen recordar más a partir de aprender a crear recuerdos más ricos que aquellos adultos jóvenes que no están experimentando problemas de memoria.

Todos tenemos “lo nuestro” eso está claro, lo esencial es que aprendamos a “manejar los tiempos” utilizando todo lo que hayamos aprendido a través de los “aciertos y errores” que capitalicemos como enseñanzas que la vida en su transcurso nos ha deparado


Preparados Para Las Pruebas


Del griego "áskesis" (ejercicio, preparación para una prueba). Término procedente de la práctica gimnástica que Platón aplicará al ámbito de la moral para referirse a la actividad del alma en pos de su liberación de lo corporal, a fin de regresar a su lugar de origen. 

Los estoicos lo utilizaron en un sentido similar, como ejercicio de abstinencia del alma para controlar las pasiones y el pensamiento. 

Esta característica de la ascesis, como ejercicio de abstinencia, de privación, de alejamiento de lo sensible, es común también a varias religiones, como medio para conducir el alma a la unión con lo divino, o como simple ejercicio de expiación y purificación.

Para entender lo que realmente queremos, tenemos que aprender a someter el deseo inmediato al juicio de la razón.

Entre los numerosos deseos debemos seleccionar algunos que queremos realizar verdaderamente y concentrar en ellos la energía de la vida que se llama trabajo. ¿Cómo es posible jerarquizar los impulsos instintivos y ordenarlos dentro de una hipótesis de personalidad coherente?

Esta operación de jerarquización de los instintos y de unificación de la persona sólo es posible a la luz de la verdad sobre el bien de la persona.

La mentalidad común otorga un gran valor a la espontaneidad. En esto hay algo de verdad, especialmente como reacción a una pedagogía autoritaria y coercitiva de una fase histórica anterior que generó hipocresía más que una verdadera adhesión al bien.

Sin embargo, es preciso estar atentos a no hacer de la espontaneidad un ídolo. Muchas veces la elección espontánea que obedece a un impulso irreflexivo y no educado es también una elección equivocada y destructiva para la persona.

¿Qué sucede en una cultura que ha difamado la ascesis y desacreditado a la autoridad? Lo ha descrito muy bien Erich Fromm en un libro famoso hace tiempo, titulado Fuga de la libertad.

El joven que tiene miedo de sus impulsos y de la propia incapacidad de controlarlos y de disciplinarlos acepta depender del poder de la opinión dominante en su ambiente. En lugar de desarrollar un pensamiento crítico se rinde a lo que se dice, a lo que quiere quien tiene el control de los medios de comunicación de masas. Herbert Marcuse habla de sublimación represiva.

La sociedad permisiva ofrece al joven numerosas modalidades de satisfacción inmediata del instinto, pero precisamente de este modo hace más difícil la formación de una personalidad libre,  capaz de establecer su propia relación con la verdad y de hacer de esa relación la guía de la propia construcción social.

La educación «tradicional» invitaba a luchar por controlar las propias pasiones, a buscar la verdad, a orientar las pasiones según la verdad y hacia la verdad. El hombre llega a ser libre cuando reconoce la verdad. La obediencia a la verdad libera al hombre de la tiranía de las opiniones dominantes y también de la sumisión a los hombres. Temer a Dios es reinar. Quien teme a Dios no tiene miedo de los hombres.

Igualmente la obediencia a la verdad libera de la sumisión a las propias pasiones. Obediencia a la presión de las pasiones y obediencia al poder social externo pueden oponerse entre sí, como ha sucedido con frecuencia en el pasado. Hoy acontece lo contrario. El poder social se alía con las pasiones del alma para impedir que se forme una personalidad responsable y libre, para crear una masa libremente manipulable por quien tiene el poder.

Este es el problema de la educación en nuestro tiempo.

Está, por una parte, la libertad del instinto y, por otra, la libertad de la persona. La libertad de la persona supone que el sujeto es capaz de dominar su propio instinto y, de ese modo, llega a ser dueño de sí mismo.

El hombre que no llega a ser dueño de sí mismo mediante la ascesis acaba por sentir la libertad del instinto como una carga insoportable, no se orienta en los conflictos que surgen inevitablemente entre las diversas metas instintivas posibles y acaba por entregar de buena gana su libertad al poder social dominante.

El hombre que pide sólo satisfacción inmediata a sus pulsiones se entrega inevitablemente a quien puede darle esa satisfacción, y resulta infinitamente manipulable. El hombre pertenece a quien puede darle panem et circenses.

La satisfacción alucinatoria del deseo mediante el espectáculo televisivo sustituye el esfuerzo por realizar realmente las propias exigencias verdaderas.


Tenacidad

“Fuerza que impulsa a continuar con empeño y sin desistir en algo que se quiere hacer o conseguir”


En sentido simbólico (es decir, trascendiendo las propiedades físicas), la tenacidad es una actitud caracterizada por la resistencia ante las adversidades. Una persona tenaz es insistente y se mantiene firme en su conducta o comportamiento hasta alcanzar su objetivo.

La tenacidad es actuar con pasión y confianza. Una persona puede fracasar muchas veces pero, si está dispuesta a aprender de sus errores y a seguir intentando, es muy probable que alcance su meta. En este sentido, el término está vinculado al concepto de perseverancia.

Muchos consideran que la tenacidad es un valor imprescindible para alcanzar el éxito en cualquier ámbito de la vida. En la expresión “quien triunfa nunca abandona” se expresa la importancia de mantenerse en pie, intentando una y otra vez volver realidad sus sueños; al mismo tiempo, deja implícito que el verdadero fracaso reside en darse por vencido, en dejar de luchar.

Algunas personas asumen erróneamente que la tenacidad exige una serie de virtudes particulares, que no todos poseen. Por el contrario, una actitud tenaz demanda el uso del 100% de nuestras capacidades y energías para la realización de un objetivo. Si relacionamos esta acepción con la utilizada en física, 
podemos establecer la siguiente analogía: la tenacidad es la capacidad de soportar los golpes de la vida antes de quebrarnos, de darnos por vencido.

Al igual que sucede con los materiales y sus esfuerzos, los fracasos y los desengaños típicos de la vida en sociedad nos dejan heridas, muchas veces imborrables, y depende de nosotros levantarnos y seguir avanzando para evitar que nos destruyan emocionalmente. Si se pudiera medir la magnitud de perseverancia y de determinación que una persona destina a la persecución de sus metas antes de bajar los brazos, entonces el valor resultante sería su tenacidad.

Son muchos los países que denuncian la falta de entusiasmo y tenacidad de sus jóvenes; en muchos casos, se culpa a los avances tecnológicos, especialmente Internet, de la poca voluntad que muestran los estudiantes. Esto impacta en varios aspectos de la cultura, siempre de forma negativa: se deforma el lenguaje escrito y oral, se desconoce cada vez más la propia historia y disminuye la capacidad intelectual en general.

A menudo nos ocurre que iniciamos actividades, nos hacemos propósitos, nos marcamos metas, que pasado un tiempo terminan formando parte de la lista de objetivos sin cumplir. Cuando dejamos las cosas a medias, abandonamos objetivos sin haberlos alcanzado, se va produciendo en nosotros una sensación de poca valía, frustración y desánimo que frecuentemente nos entorpecerá a la hora de poner en marcha nuevos proyectos.



miércoles, 2 de octubre de 2019

El Milagro De La Vida


El hecho de que cada uno de nosotros se acueste en la noche en la misma cama que nos levantamos en la mañana, ya es un milagro cotidiano. Todos los días todos somos protagonistas de un milagro porque nadie puede asegurarnos ni garantizarnos que nos acostaremos a la noche en la misma cama que nos levantamos ese día.

Todos los días atravesamos riesgos que sorteamos con recursos que nosotros tenemos, y muchas veces desconocemos, desvalorizamos, negamos y no desarrollamos. 

No hay seguridad contra los riesgos de la vida y es maravilloso que esto ocurra. Porque como la vida no nos ha sido garantizada de antemano, es que estamos en condiciones de desarrollarnos como seres humanos. De salir al mundo y desarrollarnos, en un mundo que nos prueba y que nos hace preguntas, como decía el gran terapeuta, médico y filósofo Víctor Frankl: Nosotros hemos venido a esta vida, no a hacerle preguntas a la vida sino a responder las preguntas que la vida siempre nos hace. 

Y como nos hace preguntas la vida, decía Frankl (a través de situaciones), porque la vida no habla, con palabras, pero habla con las situaciones que pone delante de nosotros en cada minuto de nuestra existencia. Por lo tanto los riesgos que tememos correr muchas veces son preguntas que la vida nos hace. Hay riesgos que nosotros desconocemos y que forman parte de la vida misma. 

Es cierto que hay otros riesgos que nosotros creamos con nuestra inconciencia, a veces con nuestra omnipotencia, a veces con nuestra creencia de que los límites no tienen ninguna función, y que por lo tanto no hay que tener límites, cuando en realidad los límites orientan, sanan, fortalecen y enseñan. 

Hay límites que corremos porque la gula por el lucro lleva a desarrollos insensatos de ciertas líneas de la ciencia, de ciertas líneas de la tecnología o de la economía, y esos son riesgos evitables. 

Hay riesgos que corremos porque quienes deben protegernos, porque se han propuesto para eso, a través de funciones públicas o políticas, no las cumplen y nos dejan a merced de una inseguridad perfectamente evitable. Pero hay otras inseguridades que son parte misma de la vida, entonces hay que deslindar: ¿Cuáles riesgos son gratuitos? y ¿cuáles riesgos vienen con la vida?, porque a los riesgos que vienen con la vida hay que saber vivirlos, porque si nos tratamos de asegurar contra todo, y nos vamos encerrando en barrios privados, en departamentos blindados, en autos blindados con vidrios polarizados, en cuartos con Panic Room, de que nos estamos defendiendo, de quién nos estamos cuidando en definitiva: del otro, del semejante, del prójimo. De aquel que si no nos nombra de alguna manera dejamos de existir, si no nos mira de alguna manera dejamos de existir. El otro es una condición necesaria de nuestra propia existencia. 

Cuando comenzamos a temerle, a sentirlo sospechoso, a creerlo portador de alguno de los riesgos que tememos, empezamos a fragmentarnos, a encapsularnos y finalmente terminamos temiéndole a la vida. Tanto  asegurarnos de vivir, termina asegurándonos de no vivir, más que asegurarnos de vivir con sentido.

¿Quién dijo que la vida era fácil?. Esto de que no pasa nada, de que es todo divertido, o que todo es gracioso, en realidad es una visión desmedida de un mundo sin riesgos, una mirada diríamos adolescente, inmadura, de que se puede estructurar un mundo sin riesgo alguno. 

Definitivamente nuestra elección por “vivir la vida” implica aceptar todos los riesgos que el simple hecho de estar vivos nos impone, una condición ineludible de la cual no podemos correr el riesgo de ser excluidos.