Del griego "áskesis" (ejercicio,
preparación para una prueba). Término procedente de la práctica gimnástica que
Platón aplicará al ámbito de la moral para referirse a la actividad del alma en
pos de su liberación de lo corporal, a fin de regresar a su lugar de origen.
Los estoicos lo utilizaron en un sentido similar, como ejercicio de abstinencia del alma para controlar las pasiones y el pensamiento.
Esta característica de la ascesis, como ejercicio de abstinencia, de privación, de alejamiento de lo sensible, es común también a varias religiones, como medio para conducir el alma a la unión con lo divino, o como simple ejercicio de expiación y purificación.
Para entender lo que realmente queremos, tenemos
que aprender a someter el deseo inmediato al juicio de la razón.
Entre los numerosos deseos debemos seleccionar
algunos que queremos realizar verdaderamente y concentrar en ellos la energía
de la vida que se llama trabajo. ¿Cómo es posible jerarquizar los impulsos
instintivos y ordenarlos dentro de una hipótesis de personalidad coherente?
Esta operación de jerarquización de los instintos y
de unificación de la persona sólo es posible a la luz de la verdad sobre el
bien de la persona.
La mentalidad común otorga un gran valor a la
espontaneidad. En esto hay algo de verdad, especialmente como reacción a una
pedagogía autoritaria y coercitiva de una fase histórica anterior que generó
hipocresía más que una verdadera adhesión al bien.
Sin embargo, es preciso estar atentos a no hacer de
la espontaneidad un ídolo. Muchas veces la elección espontánea que obedece a un
impulso irreflexivo y no educado es también una elección equivocada y
destructiva para la persona.
¿Qué sucede en una cultura que ha difamado la ascesis y desacreditado a
la autoridad? Lo ha descrito muy bien Erich Fromm en un libro famoso hace
tiempo, titulado Fuga de la libertad.
El joven que tiene miedo de sus impulsos y de la propia incapacidad de
controlarlos y de disciplinarlos acepta depender del poder de la opinión
dominante en su ambiente. En lugar de desarrollar un pensamiento crítico se
rinde a lo que se dice, a lo que quiere quien tiene el control de los medios de
comunicación de masas. Herbert Marcuse habla de sublimación represiva.
La sociedad permisiva ofrece al joven numerosas modalidades de
satisfacción inmediata del instinto, pero precisamente de este modo hace más
difícil la formación de una personalidad libre, capaz de establecer su
propia relación con la verdad y de hacer de esa relación la guía de la propia
construcción social.
La educación «tradicional» invitaba a luchar por controlar las propias
pasiones, a buscar la verdad, a orientar las pasiones según la verdad y hacia
la verdad. El hombre llega a ser libre cuando reconoce la verdad. La obediencia
a la verdad libera al hombre de la tiranía de las opiniones dominantes y
también de la sumisión a los hombres. Temer a Dios es reinar. Quien teme a Dios
no tiene miedo de los hombres.
Igualmente la obediencia a la verdad libera de la sumisión a las propias
pasiones. Obediencia a la presión de las pasiones y obediencia al poder social
externo pueden oponerse entre sí, como ha sucedido con frecuencia en el pasado.
Hoy acontece lo contrario. El poder social se alía con las pasiones del alma
para impedir que se forme una personalidad responsable y libre, para crear una
masa libremente manipulable por quien tiene el poder.
Este es el problema de la educación en nuestro tiempo.
Está, por una parte, la libertad del instinto y, por otra, la libertad
de la persona. La libertad de la persona supone que el sujeto es capaz de
dominar su propio instinto y, de ese modo, llega a ser dueño de sí mismo.
El hombre que no llega a ser dueño de sí mismo mediante la ascesis acaba
por sentir la libertad del instinto como una carga insoportable, no se orienta
en los conflictos que surgen inevitablemente entre las diversas metas instintivas
posibles y acaba por entregar de buena gana su libertad al poder social
dominante.
El hombre que pide sólo satisfacción inmediata a sus pulsiones se
entrega inevitablemente a quien puede darle esa satisfacción, y resulta
infinitamente manipulable. El hombre pertenece a quien puede darle panem
et circenses.
La satisfacción alucinatoria del deseo mediante el espectáculo
televisivo sustituye el esfuerzo por realizar realmente las propias exigencias
verdaderas.
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