Entre las frases que me acompañaron desde muy joven, hay una de
Wittgenstein que dice lo siguiente (cito de memoria): creemos ver el mundo,
pero lo que vemos no es sino el marco de la ventana por la que lo miramos.
La gran cuestión de la filosofía occidental, la que ha dividido a unos y
otros, está resumida en aquella frase. Empirismo versus idealismo;
o las cosas existen y la mente es apta para conocerlas tal cual son, o lo que
existe es la conciencia (sus ideas: sus "visiones") y el mundo es su
representación.
Entre ambos extremos, todas las variantes posibles. Pero hasta el
positivismo lógico no se centraron los filósofos en la estructura del lenguaje.
A Wittgenstein, próximo en su juventud al Círculo de Viena, no le bastó
analizar su estructura lógica; fue un poco más lejos: "Los límites de mi
lenguaje significan los límites de mi mundo", escribía en
su Tractatus , y "yo soy mi mundo" (5.63), por lo que "yo"
no es otra cosa que mi lenguaje.
El error fundamental del ser humano, para la gran mayoría de los
sistemas indios, es su identificación con los procesos mentales. Así es también
para Wittgenstein, y es por lo que me gusta aventurar este intempestivo
paralelismo. Entre los respectivos sistemas de proposiciones que conforman
las Investigaciones filosóficas de Wittgenstein y
los Yogasutras de Patanjali media una distancia
cultural y geográfica que los convierte en universos aparentemente
inconmensurables; no obstante, son dos métodos de aproximación al conocimiento
de la mente que desvelan tanto la capacidad de la conciencia para descubrir su
funcionamiento como sus límites.
Ambos proponen un trabajo arduo de observación y de desidentificación de
la conciencia para con los procesos de pensamiento. Mientras los Yogasutras se presentan como guía hacia la detención
del proceso mental (descripción de obstáculos, alteraciones mentales y modo de
eliminarlos),
Wittgenstein se preocupa de desestructurar las viejas creencias y
mostrar que no hay salida, ningún metalenguaje desde el que considerar los
juegos de lenguaje. ¿Fue, el último filósofo, más oriental que sus coetáneos?
No estoy hablando de un tema que le competa sólo a la filosofía. Nos
concierne a todos. Nuestro mundo: nuestro lenguaje. Presos en el logos. Sus
límites, los del pensar, infranqueables. Moverse en el filo tiene un precio: el
vértigo. Y una recompensa: descubrir la farsa, la ilusión, tan sólo para volver
a internarse, más lúcidos (des-ilusionados), aunque quizá más tristes.
El logro: reírse.
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