martes, 22 de octubre de 2019

Lo Que Está En Nosotros

Hermano, la vida es en todas partes la vida; está en nosotros mismos y no en el exterior”
Quiero recoger hoy un pensamiento que encuentro en una de las tantas cartas que escribió Dostoievski a su hermano Misha. Era el 22 de diciembre de 1849 y le narraba ese último minuto, previo a la ejecución de la sentencia de muerte, condena que había recibido junto con otros compañeros.

Se trataba de un acto de trágico ceremonial. Como se condenaba a militares –Dostoievski lo era en ese momento– se comenzaba por leerles la sentencia de muerte y se les permitía luego besar la cruz; 

les rompieron enseguida las espadas sobre sus cabezas y los ataviaron con camisas blancas para recibir la muerte.

Terminada la ceremonia, separaron a los condenados de tres en tres, para atarlos al poste de ejecución. El primer grupo ya estaba en el poste y Dostoievski pertenecía al segundo. “No me quedaba de vida más que un minuto, querido hermano mío; solo entonces me di cuenta de cuánto te quiero”.

Sin rencor. De pronto, se oyó el toque de retirada. “Nos comunicaron a todos que su majestad imperial nos concedía la vida”.

Aquel hombre superior había vivido, sin morir, el último minuto de su vida; sintió que su cabeza, que creaba y vivía de la vida superior del arte, habituada a las exigencias más altas del espíritu, se la habían arrancado de los hombros; pero contra sus verdugos nunca tuvo rencor.

“Hermano, la vida es en todas partes la vida; está en nosotros mismos y no en el exterior. Pienso que cerca de mí habrá gente siempre y que ser un ser humano entre la gente y mantenerse como tal es cumplir con la vida y con su objetivo”.

En ese último minuto, comprendió mejor que había que defender los principios elementales de la humanidad no obstante las situaciones difíciles que pudieran presentarse.

“He conservado el corazón y la misma carne y la misma sangre, capaces de amar y de sufrir y desear y recordar como antes, y eso es, a pesar de todo, la vida”
.
Amar, sufrir, desear, recordar… y perdonar, para decir con certeza que hemos logrado mantener la condición humana.
“Hermano, la vida es en todas partes la vida; está en nosotros mismos y no en el exterior”
Quiero recoger hoy un pensamiento que encuentro en una de las tantas cartas que escribió Dostoievski a su hermano Misha. Era el 22 de diciembre de 1849 y le narraba ese último minuto, previo a la ejecución de la sentencia de muerte, condena que había recibido junto con otros compañeros.

Se trataba de un acto de trágico ceremonial. Como se condenaba a militares –Dostoievski lo era en ese momento– se comenzaba por leerles la sentencia de muerte y se les permitía luego besar la cruz; 

les rompieron enseguida las espadas sobre sus cabezas y los ataviaron con camisas blancas para recibir la muerte.

Terminada la ceremonia, separaron a los condenados de tres en tres, para atarlos al poste de ejecución. El primer grupo ya estaba en el poste y Dostoievski pertenecía al segundo. “No me quedaba de vida más que un minuto, querido hermano mío; solo entonces me di cuenta de cuánto te quiero”.

Sin rencor. De pronto, se oyó el toque de retirada. “Nos comunicaron a todos que su majestad imperial nos concedía la vida”.

Aquel hombre superior había vivido, sin morir, el último minuto de su vida; sintió que su cabeza, que creaba y vivía de la vida superior del arte, habituada a las exigencias más altas del espíritu, se la habían arrancado de los hombros; pero contra sus verdugos nunca tuvo rencor.

“Hermano, la vida es en todas partes la vida; está en nosotros mismos y no en el exterior. Pienso que cerca de mí habrá gente siempre y que ser un ser humano entre la gente y mantenerse como tal es cumplir con la vida y con su objetivo”.

En ese último minuto, comprendió mejor que había que defender los principios elementales de la humanidad no obstante las situaciones difíciles que pudieran presentarse.

“He conservado el corazón y la misma carne y la misma sangre, capaces de amar y de sufrir y desear y recordar como antes, y eso es, a pesar de todo, la vida”
.
Amar, sufrir, desear, recordar… y perdonar, para decir con certeza que hemos logrado mantener la condición humana.


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