Cuando todo parece enredarse en una maraña que pareciera carecer tanto
de principio como de su consecuente fin, cuando buscamos las supuestas razones
de nuestro embotamiento mental ante el cual nos negamos a siquiera intentar
comprender los por qué y por los cuántos sucede lo que nos sucede, cuando todo
gira y gira en esa espiral interminable de hechos fortuitos e indeseables que
nos obnubilan el pensamiento negándonos toda posibilidad de retomar el control
de nuestras acciones a un punto tal de llevarnos a dudar de nuestra coherencia
en la evaluación de tales circunstancias, es allí, en medio de tal berenjenal,
en que afloran y acuden a nuestro rescate toda esa tan particular capacidad de
respuesta que sólo es posible detectar en lo profundo de nuestra esencia humana
tan controversial en la detección de todas nuestras contradicciones y su
correspondiente riqueza existencial.
Es así que somos y es así que nos pasan las cosas que nos pasan, intentar
esbozar algún tipo de explicación a todo cuánto nos sucede sería algo tan
inútil como incomprensible, no existe razonamiento, ni capacidad de análisis
intelectual que pueda satisfacer nuestras demandas de comprender lo que nos
resulta incomprensible, tanto las preguntas como las consabidas respuestas
orbitan otros mundos, otras realidades, formando una constelación de
aconteceres donde lo humano engendra todo aquello que pudiera haber sido,
floreciente en una eclosión de innúmeras facetas donde todo tiene cabida en esa
dimensión de coloridos artificios que se multiplican incesantemente unos a
otros sin detenerse jamás.
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