Dentro de ti está el poder para que brille tu luz y
para que seas quien deseas ser...
Lo más importante de todo es actuar siempre con
tanto amor como se pueda. El amor debe ser siempre lo que motive todos y cada
uno de nuestros actos. Siempre.
Así que siempre que tengamos algún conflicto,
siempre que alguien no nos trate bien, siempre que pensemos que alguna persona
se está equivocando, o cualquier otra situación similar, debemos mirar en
nuestro interior para ver si estamos siendo amorosos o no.
Da igual que pensemos que tenemos razón, da igual
que la otra persona no esté actuando correctamente, en el momento que
perdemos de vista el amor, el que se equivoca seguro somos nosotros.
Nuestra luz interior no debe ser nunca un arma que ataque a alguien.
Nunca. Si en algún momento nos enfadamos y tenemos
ganas de atacar, aunque pensemos que tenemos razón, es mejor pararse un
momento, contar hasta diez y preguntarse cómo podemos cambiar nuestra luz para
que deje de ser un rayo que hace daño, y convertirla en un suave calor que todo
lo abraza.
A medida que crecemos espiritualmente, vemos las
cosas más claras y nos volvemos más sabios, y esto hace que a menudo tengamos
ganas de dar lecciones a los demás. A veces les decimos abiertamente que se
equivocan, y otras lo hacemos de forma más sutil, pero de una manera u otra
tendemos a ir por el mundo con la sensación de ser superiores.
Lo primero es hacer un pequeño ejercicio de
reflexión y humildad para ver si nos está pasando esto. ¿Te sientes superior a
los demás e intentas dar lecciones? Es algo bastante habitual, así que vale la
pena fijarse bien antes de responder: “no, yo no lo hago.”
A nadie le gusta que le den lecciones, así que si
lo hacemos, es muy fácil que más de una persona se sienta molesta con nosotros.
Si creemos que alguien se equivoca y queremos
mostrarle una manera mejor de hacer las cosas, es mucho mejor enseñarle el
camino con nuestro ejemplo, que no decirle que no lo hace bien.
Cuando queremos aleccionar con palabras, la luz
interior que sale de nosotros suele ser como una bofetada: a veces puede ser
útil, a veces puede ayudar a alguien a ver las cosas más claras, pero duele. En
cambio, la luz que sale cuando damos ejemplo es como un abrazo. Es una manera
mucho más suave de decir: “ves, así todo es más fácil. ¿Quieres venir?”
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