viernes, 11 de octubre de 2019

El Buen Proceder



“buen proceder consiste en ser sinceros, claros, honestos en todo, unir nuestra alma con la voluntad Universal, esto es, conducirnos rectamente, hacer a los otros aquello que deseamos que nos hagan”
Confucio

El hombre que moldeó el pensamiento y las costumbres de la China medieval, sin pretender ser santo ni  profeta y mucho menos poseer la clave de los secretos del Universo. Me refiero a Confucio. Ese, que en medio de la China feudal y corrupta, propuso una nueva ética personal basada en la idea de justicia y le confirió al termino “nobleza” un sentido de perfección moral.

Pero el ser humano siempre ha sido el mismo. La historia no es más que la repetición cada cierto tiempo de los mismos hechos. Y tanto es así, que lo sucedido a Confucio, el cual luchó y luchó con los jefes de la época, para que le confiasen cargos importantes en la administración pública y le diesen ocasión de llevar a cabo las reformas que requerían y después de haber obtenido ser gobernador y convertir la ciudad en algo modélica, de la noche a la mañana, fue despedido.

Y la razón fue simple. Había cambiado el desorden por el orden, combatió las supersticiones y la subordinación del pensamiento al deseo, organizó una sociedad bien avenida en la que la relación entre el soberano y súbdito fuese la misma que entre padre e hijo, sin creer en la aristocracia de sangre y todo esto, al igual que ahora, era y es inaceptable, porque eso significa proceder con más franqueza de lo que conviene a un político.

Todo esto es así de simple, antes, ahora y después, porque para la clase política, y más para los enganchados a la política, este proceder es como obligarlo a tomar cicuta.

Esto que bien podríamos titular como “introducción a un buen proceder” en el cual mencionamos nada menos que a Confucio «Maestro Kong»  551- 479 AC,  podría interpretarse en un primer análisis del tema, un tanto apresurado por cierto, como si admitiésemos que el procedimiento correcto no fuese muy aconsejable para aplicarlo como “una norma de vida” pues aparentemente quién optase por esta forma de hacer las cosas correría el serio riesgo de “remar contra la corriente” en cada una de las acciones que en este aspecto realice.

Pues bien, lo que intentamos transmitir es precisamente lo contrario, lo que estamos diciendo es que nada podrá sustituir a la integridad que nos recubre cuando alcanzamos “el punto de equilibrio” entre todo aquello que pensamos que se debería realizar y lo que efectivamente llevamos a la práctica en nuestras acciones diarias, cuando todo aquello que nos define como individuos nos ubica dentro de la ecuación que sentencia: “entre el dicho y el hecho hay un trecho”.

Sin duda todo aquel que opta por hacer el bien sin mirar ni tener en cuenta cual sea el destinatario de su proceder, se constituye en ese tramo imprescindible que hace posible pasar de la mera intención a la concreción de todo cuánto aspiramos realizar.


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