Tradicionalmente, la educación que transcurre entre las
cuatro paredes de un aula se ha comprendido como un proceso de transmisión de
conocimientos. Sin embargo, en las últimas décadas algo comenzó a cambiar y
ahora más que nunca la educación se enfrenta a un dilema trascendental que
puede determinar su derrotero: ¿seguir transmitiendo cada vez más conocimientos
o enseñar a aprender y, sobre todo, enseñar a ser
?
En la sociedad moderna el conocimiento caduca cada vez con
mayor rapidez por lo que las grandes empresas ya no solo se preocupan por
contratar a un profesional que domine determinadas habilidades y posea ciertos
conocimientos, les interesa más que ese profesional sea versátil, que se adapte
a los cambios y que tenga la capacidad para desarrollar nuevas
competencias.
La empresa moderna mira cada vez más al futuro mientras que
algunas escuelas se han quedado rezagadas en el pasado limitándose a transmitir
una serie de conocimientos que quedan obsoletos en poco tiempo. Sin embargo, un
buen sistema de enseñanza podría marcar la diferencia entre una “mente llena” y
una “mente plena”.
La mente llena
Un hombre que había dedicado toda su vida a leer sobre la filosofía
budista, se enteró de que en la ciudad había un Gran Maestro y fue a conocerlo
para recibir la iluminación. El gurú lo invitó a entrar y sentarse a su lado.
El hombre le contó todo lo que había aprendido en los libros, exponiendo sus
opiniones.
Al cabo de un rato, el Maestro le brindó un poco de té y
comenzó a verter el líquido en la taza. Sin embargo, una vez que estuvo llena,
el Maestro no se detuvo, siguió vertiendo el té hasta derramarlo por la mesa y
el suelo.
En cierto punto, el hombre, que no podía creer que un gran
gurú fuese tan descuidado, le espetó: “¡Basta! ¿Acaso no te das cuenta de que
estás derramando el té? La taza está llena.”
En ese momento el maestro se detuvo y le dijo
tranquilamente: “Al igual que esta taza, tu mente está llena de ideas
preconcebidas y de opiniones. ¿Cómo es posible que aprendas algo si no vacías
tu taza?"
Tener la “mente llena” puede ser un fardo muy pesado que nos
impide descubrir nuevos problemas y apreciar aristas más enriquecedoras. Cuando
asumimos como verdaderas muchas de las teorías que nos han transmitido en la
escuela, le cerramos el paso a la duda y, por ende, a la creación.
De hecho,
los mayores descubrimientos del mundo se han llevado a cabo porque alguien no
se dio por satisfecho con las respuestas de la ciencia y decidió explorar más
allá del punto al que había llegado la comunidad científica.
La persona con una “mente llena” es aquella que maneja
muchos datos pero no es capaz de darles un sentido, es la que lee mucho pero la
lectura no le cambia la vida, la que se mantiene informada leyendo todos los
diarios a su alcance pero no reflexiona sobre las noticias… Es una persona que
se convierte en espectadora de su propia vida, que sabe pero no conoce.
La mente plena
La creación implica vaciar la mente de estereotipos e ideas
preconcebidas, implica mirar la realidad desde otra perspectiva y encontrar
conexiones inéditas que a los demás se les habían escapado. Una mente plena no
está vacía, al contrario, atesora mucho conocimiento pero se trata de un
conocimiento significativo y siempre está dispuesta a cambiar sus teorías.
La
mente plena es aquella que sabe discernir entre lo verdaderamente importante y
las nimiedades, la que le da un sentido a lo que aprende y la que cambia con
cada aprendizaje.
Obviamente, las diferencias entre la “mente llena” y la
“mente plena” van mucho más allá de una simple variación en el adjetivo. Se
trata de un cambio radical porque implica una actitud diferente ante el
aprendizaje, ante la vida y, por supuesto, ante la manera de impartir la
enseñanza.