Muchas veces me siento un sapo de otro pozo.
En
especial cuando estoy en situaciones que me son ajenas, generadas por gente con
la que no tengo mayor afinidad pero con la que por algún motivo tengo contacto.
Parecería que como alguien allegado tiene una persona que
es amiga, vecina o familiar, ese tercero también debería comenzar a formar parte
de nuestro círculo, o tendríamos que sentirnos muy bien en su presencia.
Pero esto
no siempre es así.
Es que
cada uno de nosotros tiene la capacidad de ver y de sentir cosas diferentes a
las de los demás.
Y si
alguien no nos cae del todo bien, no hay por qué esforzarse: así como no todos
nos quieren, no podemos elegir a todo el mundo por el simple hecho de que
vengan “recomendados”.
Quizá esa
persona no termina de cerrarte (o ni empieza a hacerlo) porque se trata de
alguien a quien le gustan los juegos de poder, o manipular. Hay quienes
disfrutan de intentar sacarles la energía a los demás y así sienten que reinan.
Tal vez
es alguien que no saca lo mejor de nosotros o, simplemente, no nos da gusto
tenerlo cerca.
No hay
por qué aceptar a toda la gente que se nos acerca y quiere ser parte de nuestro
círculo de amistades, aunque se traten de conocidos de larga data.
Y así uno
comienza a sentirse un sapo de otro pozo. A no pertenecer a ese sitio, a esa
compañía o a ese entorno.
A veces
el motivo es bastante aparente (una persona gritona o de malos modos, actitudes
que nos son extrañas o nos molestan) y otras no lo es tanto. ¡Pero es muy bueno
que esto suceda! Solo nosotros sabemos qué nos hace felices y quiénes nos
potencian positivamente. Esto varía en cada uno, por lo que no se puede
generalizar. Que alguien cercano disfrute de ciertos seres o situaciones no
implica que a nosotros también nos haga bien o nos guste.
Siempre
tenemos la posibilidad de decidir las compañías con las que deseamos estar. No
elegir estar con alguien no implica necesariamente la soledad, sino hacer una
elección saludable, para nuestro bienestar.
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