Si hay un tipo de personas que detesto, es el ventajero.
Ese que aprovecha el mínimo resquicio para meterse y usar
todo lo que tenga a su alcance para su propio provecho, en cualquier ámbito.
Y ese tipo de personas es el que aparece cada vez que vamos
a pagar algún impuesto o factura, y nos cansamos de esperar nuestro turno, media
hora, una hora o a veces más.
Sobre todo ahora que todo está colapsado por donde se lo
mire. Si vas al correo, si vas a Servicios Públicos, a telefónica, a pagar la
tarjeta, a los supermercados y ni hablar de los bancos.
De pronto cuando crees que te toca por fin llegar a la
ansiada ventanilla, aparece la madre con el niño en brazos. Por lo general es
un niño que bien podría mantenerse en sus propios pies o sentado en una silla,
no necesariamente en brazos de su madre, de su padre o a veces de sus abuelos,
pero ahí está, erigido como espada de vencedor (pobre niño, usado para tal
propósito).
Si no es la madre con el niño, aparece la embarazada, que
sin ningún escrúpulo, luce su abultada panza que le genera el derecho a pasar
por sobre todos los sufridos ciudadanos que esperan su turno. Que yo sepa
el embarazo no es una enfermedad, sino todo lo contrario.
Otras veces, o seguidamente, viene el anciano apoyado en un
bastón, que parece ser que estuviera solo en el mundo sin ningún familiar ni
ser humano cercano capaz de hacerle el favor de pagarle sus facturas.
Hoy pequé de persona desconsiderada, y no me arrepiento.
Llegando a la caja, pegado a la ventanilla a punto de pagar
mis facturas de –que no sé por qué
motivo no llegan a mi domicilio, sino que tengo que tomarme la molestia de
imprimirlas, con el consiguiente gasto de tiempo y recursos- se me acerca una señora
pidiéndome que la deje pagar antes ya que estaba “recién operada”, a lo que le
respondí que no era mi problema si las empresas no ponen una caja especialmente
para casos de personas con problemas físicos para esperar parados, y que mi
tiempo también valía.
Por un momento estuve tentado de ceder mi lugar a la
ancianita, pero vi que detrás de ella había otras personas ancianas en igual
situación, con lo cual procedí a efectuar el pago sin mayores remordimientos.
Seguramente alguien en la cola habrá pensado mal de mí, pero
estoy seguro que la mayoría estuvo de acuerdo.
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