“La experiencia es la madre de la ciencia”; “más sabe el
diablo por viejo que por diablo”; “el pájaro viejo no entra en la jaula”… Cuando se
habla de experiencia se habla de conocimiento, pero no del
conocimiento adquirido a través del estudio, de la observación o de la
investigación, sino de aquel que proviene de las vivencias,
de la acción
personal y
de todo aquello que los años nos han hecho aprender a
fuerza de haberlo protagonizado.
Es común definir la
experiencia como las enseñanzas que se adquieren con la práctica y se
identifica con lo vivido o ejecutado durante un tiempo largo.
También se considera una habilidad;
uniendo ambos conceptos se describe la experiencia como la práctica
prolongada que proporciona conocimientos y habilidades por hacer algo o como
el conocimiento que nos queda por las circunstancias y cosas vividas.
Un poco más
técnicamente, la experiencia se refiere al carácter
procedimental de las situaciones (cómo se resuelven las
cosas) y no a su
carácter material (que
son y cómo son las cosas). Desde la filosofía hemos aprendido que la
experiencia es siempre un conocimiento a posteriori y empírico.
¿Cómo aplicamos esto al entorno del management? Desde una
perspectiva organizacional, o mejor dicho laboral, la
experiencia es un capital de
conocimiento profesional que
se va acumulando año tras año y que garantiza un rendimiento
excelente, lo cual puede conducir al incongruente y falso
razonamiento de: cuantos más años lleves ejerciendo un cargo o haciendo una
determinada tarea, mayor será el conocimiento sobre ello.
“La experiencia no tiene valor ético alguno. Es simplemente el nombre que damos a nuestros errores”
(Oscar Wilde)
Acabamos de llegar al gran error:
Confundir la experiencia con la antigüedad. En un entorno
meramente profesional la experiencia no es sino la habilidad
personal e intransferible de
transportar al presente y a una situación dada y concreta momentos similares
(por analogía) vividos en el pasado y además vividos en primera persona, con la
finalidad de comprobar si las fórmulas que en aquel momento se aplicaron son
convenientes, o no, para solucionar
las situaciones actuales.
Visto de esta manera podría
ocurrir (y
de hecho es mucho más frecuente de lo que imaginamos) que personas
que han acumulado gran antigüedad no tengan experiencia o que otras personas
estén todavía viviendo en el pasado porque son incapaces de separarse o superar
sus experiencias.
Inicié estas reflexiones con unos refranes y concluyo con
sus frases de prestigiosos autores:
“La
experiencia no tiene valor ético alguno. Es simplemente el nombre que damos a
nuestros errores” (Oscar
Wilde).
“Una espina
de experiencia vale más que un bosque de advertencias” (James Russel Lowell).
“Los cabellos
grises son el archivo del pasado” (Edgar Allan Poe).
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