A
la vida se le puede pedir no más de lo que pueda dar: instantes de ternura, de
enamoramiento, sorpresas, nostalgia y esperanza. Segundos de lucidez, momentos
para disfrutar de la belleza, de la amistad, de las lágrimas y las
pasiones". Eso es algo de lo que se puede pedir a la vida según dice en su
nuevo libro Javier Urra (¿Qué se le puede pedir a la vida?, Editorial
Aguilar).
Lo que cuenta Urra son verdades aprendidas a lo largo de su vida:
como psicólogo, como profesor universitario, como educador de niños
disminuidos, como reformador de niños conflictivos, como defensor del menor,
como fiscal de menores y, sobre todo, como interlocutor en tantos conflictos
humanos en los que se ha visto involucrado por sus distintas actividades.
El
ministro de Educación que prologa el libro, no cómo ministro, sino como Ángel
Gabilondo, viejo amigo de múltiples vivencias junto a Urra, lo expresa muy bien
cuando dice: "Este libro que alienta Urra está atravesado por una
experiencia, la de lo sencillo y difícil que es vivir. Imposible vivir bien sin
bien vivir".
Urra ha apoyado su conversación con los lectores en varios
invitados que alumbran su discurrir. Los clásicos, de Aristóteles en adelante
pasando por Calderón de la Barca y Cervantes, hasta Baroja, Ortega o Julián
Marías o nuestro Ramón Irigoyen. También los vecinos como Sartre o Pessoa, como
Shakespeare o Tolstoi, incluso ha acudido a leyendas y filosofías de otras
culturas, desde el mismo Confucio a Krishnamurti. Y ni siquiera se ha privado
de contar las citas que le ayudaron a vivir escuchadas en películas, canciones,
poemas libros. "He leído muchos los clásicos durante los últimos años y he
incluido algunas de sus reflexiones para apoyar mi diálogo con los lectores.
También he incluido leyendas, fábulas, pequeñas historias de distintas culturas
para contar lo que quiero expresar", dice.
¿Cómo la del rico
mercader árabe que quiso saber qué había comprado el pordiosero con las dos
monedas que le dio: "Con una, respondió el pordiosero, me he comprado pan
para tener de qué vivir; con la otra me compré una rosa para tener por qué
vivir"?
Nadie vivirá
nuestra vida, nadie morirá nuestra muerte, nadie dirá nuestras palabras y nadie
querrá al otro con nuestro corazón. Lo dijo Gabilondo en su prólogo.
Por eso la vida no
vivida es una enfermedad de la que se puede morir, como diría Jung. Tenemos que
hacer de nuestra vida un proyecto personal.
A veces tendremos que reunir el
coraje para pasar de lo conocido a lo desconocido, para efectuar un salto
metafórico al vacío, explorando el potencial de nuestro ser, sin malgastar el
tiempo viviendo la vida de otros. Nuestros actos crean nuestro destino.
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