Como emprendedor, director de área o al frente de una
empresa, seguramente en algún momento se te ha escapado la frase “Algo tiene
que cambiar”. Esto puede desembocar en un laberinto de dudas y ansiedad para ti
y tu equipo, o puede que surja una estrategia innovadora. En cualquier
caso, cuando decides pasar a la acción “la resistencia al cambio” será el
primer obstáculo a superar.
La comprensión de cómo funciona el cerebro frente a un
proceso de cambio, nos puede ayudar a controlar y entender este suceso y
desarrollar estrategias para generar un cambio de comportamiento a través de la neuroplasticidad.
Nuestras células cerebrales están formando continuamente
nuevas conexiones y con el tiempo, reestructurando nuestras
percepciones y fisiología.
Este proceso sucede miles de veces al día (neurogénesis), y nos da un enorme
potencial para cambiar si ponemos nuestra conciencia, esfuerzo y compromiso
para que esto suceda.
A veces asumimos que el proceso de cambio no se
asimila por falta de capacitación o ganas, pero en realidad el diseño de
nuestro cerebro nos puede predisponer a tomar el camino más fácil.
Para entender mejor esta predisposición,
repasemos rápidamente la teoría del cerebro Triuno,
el cual posee tres partes: el cerebro reptil que
se encarga de nuestros procesos primarios tales como comer, dormir y el sexo; el sistema límbico, que incluye nuestras
emociones, la conexión con los demás, la memoria y los hábitos; y la corteza pre-frontal, que es responsable del
pensamiento avanzado, la razón y la sapiencia.
La corteza pre-frontal necesita más energía para
funcionar, mientras que el sistema límbico es energéticamente más eficiente.
Esto significa que se necesita más esfuerzo y energía para pensar y hacer algo
nuevo que para reaccionar por instinto o hábito. Lo que más me fascina,
es que esta gestión de la energía es automática, pero puede condicionar nuestra
personalidad y resultados (si no hacemos nada al respecto, claro).
Gran parte de lo que hacemos a diario sucede sin
pensar, como cepillarnos los dientes o conducir un coche. Estos
comportamientos simples luego de ser aprendidos, por repetición se
convierten en hábitos (los cuales se forman en los ganglios basales que se
alojan en la estructura límbica). Este diseño permite a la corteza pre-frontal
utilizar toda su energía en procesar nueva información y tomar decisiones más
complejas.
Por este motivo cuando estamos bajo mucha
presión, o cansados, procesar nuevas ideas o asumir
cambios nos cuesta más, ya que nuestra corteza pre-frontal no
tiene la energía suficiente y no puede mantenernos enfocados, razón por la que
recaemos en conductas y hábitos ya conocidos.
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