jueves, 11 de enero de 2018

La Corteza


Como emprendedor, director de área o al frente de una empresa, seguramente en algún momento se te ha escapado la frase “Algo tiene que cambiar”. Esto puede desembocar en un laberinto de dudas y ansiedad para ti y tu equipo, o puede que surja  una estrategia innovadora. En cualquier caso, cuando decides pasar a la acción “la resistencia al cambio” será el primer obstáculo a superar.

La comprensión de cómo funciona el cerebro frente a un proceso de cambio, nos puede ayudar a controlar y entender este suceso y desarrollar estrategias para generar un cambio de comportamiento a través de la neuroplasticidad.

Nuestras células cerebrales están formando continuamente nuevas conexiones y con el tiempo,  reestructurando nuestras percepciones y fisiología. Este proceso sucede miles de veces al día (neurogénesis), y nos da un enorme potencial para cambiar si ponemos nuestra conciencia, esfuerzo y compromiso para que esto suceda.

A veces asumimos que el proceso de cambio no se asimila por falta de capacitación o ganas, pero en realidad el diseño de nuestro cerebro nos puede predisponer a tomar el camino más fácil.

Para entender mejor esta predisposición, repasemos  rápidamente la teoría del cerebro Triuno, el cual posee tres partes: el cerebro reptil que se encarga de nuestros procesos primarios tales como comer, dormir y el sexo;  el sistema límbico, que incluye nuestras emociones, la conexión con los demás, la memoria y los hábitos;  y la corteza pre-frontal, que es responsable del pensamiento avanzado, la razón y la sapiencia.

La corteza pre-frontal necesita más energía para funcionar, mientras que el sistema límbico es energéticamente más eficiente. Esto significa que se necesita más esfuerzo y energía para pensar y hacer algo nuevo que para reaccionar por instinto o hábito.  Lo que más me fascina, es que esta gestión de la energía es automática, pero puede condicionar nuestra personalidad y resultados (si no hacemos nada al respecto, claro).

Gran parte de lo que hacemos a diario sucede sin pensar, como cepillarnos los dientes o conducir un coche. Estos  comportamientos simples luego de ser aprendidos, por repetición se convierten en hábitos (los cuales se forman en los ganglios basales que se alojan en la estructura límbica). Este diseño permite a la corteza pre-frontal utilizar toda su energía en procesar nueva información y tomar decisiones más complejas.


Por este motivo cuando estamos bajo mucha presión, o cansados,  procesar nuevas ideas o asumir cambios nos cuesta más, ya que nuestra corteza pre-frontal no tiene la energía suficiente y no puede mantenernos enfocados, razón por la que recaemos en conductas y hábitos ya conocidos.

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