Uno de los grandes errores del ser humano es creer que a él
nunca le tocará pasar por alguno de los grandes males por los que pasan los
demás. De ahí que le cueste aceptar serenamente, que, el día menos pensado, le
puedan diagnosticar, por ejemplo: un cáncer. Creerse infalible es vivir alejado
de la realidad.
Lo importante es, “no bajar la guardia” y procurar, si llega el
caso, que sus seres queridos vivan la inesperada y nunca grata situación, con
la mayor naturalidad posible: sin traumas innecesarios.
Lamentablemente, todo hijo de vecino, está expuesto a los más
diversos infortunios; a tener que soportar las más duras pruebas y, perder la
serenidad, es un flaco favor que se hace uno a si mismo.
Hay muchas ineludibles realidades que los seres humanos, tal
vez por no ser gratas, pretendemos ignorar, por ejemplo: creer que nunca
envejeceremos, dejando para mañana tantas y tantas cosas que hubiésemos podido
hacer hoy.
Cuando reparamos en que “no tenemos tiempo, para perder el tiempo”,
casi siempre es tarde. Es entonces cuando nos entran las prisas; cuando
queremos recuperar, atolondradamente, el tiempo perdido; cuando valoramos las
“pequeñas cosas” a las que nunca dimos importancia, pasando olímpicamente de
ellas. ¡Craso error!
Las personas de mi generación, o sea, a las que nos conviene
olvidarnos del calendario, hemos vivido situaciones sociales que nunca habíamos
sospechado vivir, ni siquiera en un mal sueño. Ello ha sido fruto de la
evolución de los tiempos.
A unos, más que a otros, nos ha costado encajarlo;
pero, lo inteligente es aceptarlo, con total naturalidad y positivamente.
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