Nuestra resistencia
al cambio puede
estar condicionada por un estado de alerta que es una función primaria del
cerebro. La supervivencia depende de nuestra capacidad para detectar “errores”
en nuestro entorno y reaccionar rápidamente a ellos para evitar la amenaza (ya
sea un mamut, o más recientemente una opa hostil).
Este mecanismo de detección de errores se encuentra en la
corteza orbital justo encima de los ojos, y está estrechamente relacionada con
la amígdala, la cual le “roba” energía a la corteza pre-frontal para activar
nuestro instinto más primario de la huida o lucha.
El problema es que en nuestros días, todo cambiar muy
rápidamente, y las amenazas (reales o incluso ficticias) en los negocios son
parte de la rutina diaria.
Cuando todo nos parece incierto o nos centramos en
lo negativo, consumimos los recursos de energía de nuestra corteza pre-frontal
(oxígeno y glucosa) por lo que somos menos propensos a tomar buenas decisiones,
adoptar nuevas ideas y ver el panorama desde otra perspectiva.
Cuando este comportamiento se prolonga en el tiempo, se
transforma en un estrés permanente y no damos lugar la homeostasis retomando
el equilibrio necesario para asumir el próximo desafío.
Sin embargo, cuando hemos conseguido algún éxito o recibimos
felicitaciones por un buen desempeño, se activa el sistema de recompensa de
nuestro cerebro que libera dopamina la cual lo llena de energía.
Este
proceso nos hace más propensos a querer repetir el comportamiento, aprovechar
al máximo esas emociones positivas, además de estar más dispuestos a
interactuar con personas, ideas y soluciones.
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