La ética es la habilidad para tener siempre
presente cómo afectan nuestros pensamientos, palabras y acciones tanto a
nuestra felicidad como la de los demás.
Aquello que piensas, dices o haces no debe minar tu
felicidad ni la de los demás. En ningún aspecto.
¿Te imaginas un mundo donde nunca jamás nadie hiciese (ni
dijese, ni pensase) nada que pusiese en peligro la felicidad de otro ser
humano? Ese sería un mundo ético. Un mundo donde blindar la felicidad de uno
mismo y la de los demás fuese la prioridad de todo pensamiento, de todo acto.
Así, podemos ser éticos (o no serlo) a tres niveles
diferentes: pensamientos, palabras y acciones.
La ética es la habilidad para tener siempre
presente cómo afectan nuestros pensamientos, palabras y acciones tanto a
nuestra felicidad como la de los demás.
Aquello que piensas, dices o haces no debe minar tu
felicidad ni la de los demás.
En ningún aspecto.
¿Te imaginas un mundo donde nunca jamás nadie hiciese (ni
dijese, ni pensase) nada que pusiese en peligro la felicidad de otro ser
humano? Ese sería un mundo ético. Un mundo donde blindar la felicidad de uno
mismo y la de los demás fuese la prioridad de todo pensamiento, de todo acto.
Estamos acostumbrados a creer que la ética solo se ve
envuelta cuando hay palabras o acciones por el medio. Pero claro, siguiendo la
definición anterior, cualquier pensamiento que afecte a tu felicidad de
manera negativa (o a la de los demás en potencia) también podemos considerarlo
como poco ético.
¿Sabes? Cualquier acción o palabra siempre ha comenzado
con un pensamiento.
Me gustaría expresar aquí la importancia crucial que tiene
siempre aportar conciencia sobre la ética de los propios pensamientos ya que
son la chispa de la hoguera de la falta de ética en las palabras y las
acciones.
Prueba a estar una semana solo con pensamientos éticos
(no pienses nada que vaya en detrimento de tu felicidad ni de la de los demás)
y luego cuéntame qué es diferente en tu vida.
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