Debe ser un placer vivir en la ignorancia más absoluta sin
tener información de lo que nos rodea ni tener que decidir entre varias
opciones, porque, entre otras muchas cosas, el pequeño mundo del que formamos
parte nos proporciona todo lo que necesitamos para ser felices.
Las sensaciones contradictorias que tenemos los seres
humanos, aunque decir eso de humano quizás sea mucho para algunos que se
comportan más como bestias que como seres racionales, están llenos de dudas,
dudas que se aparecen y se desvanecen, no porque no tengamos las ideas,
objetivos y metas bien claros, sino porque no creemos del todo en los hombres y
mujeres que deben llevar hacia adelante nuestros anhelos.
Somos diferentes y solo nos unen ciertos intereses, llámense
como se quiera, para defender aquello que creemos nos hará mejores o nos
mejorará socialmente, casi siempre lo segundo, pero algunos nos moriremos
siendo unos idealistas, luchando siempre que tengamos ocasión del lado de lo
justo, aunque este concepto de justicia y justo, y no me refiero a las
acepciones jurídicas, puede que no sean iguales en todos los bandos. No lo sé,
en este aspecto estoy hecho un lío.
La última lucha de los últimos cuarenta años, del
postfranquismo, es por la independencia de Cataluña, su derecho a decidir y el
derecho a la autodeterminación de los pueblos, aunque nos encontramos con
detractores y enemigos por todas las partes, incluso dentro del bando del
independentismo, pues no sé muy bien si en realidad esas personas quieren un
mundo mejor o un mini mundo feliz para ellos y que los demás se fastidien, porque
no conocen lo que significa el internacionalismo y tampoco les interesa, pues
en su pensamiento está la supremacía, el creerse mejores que los demás, llenos
de odio y prejuicios, habiéndose quedado anclados en el pasado, sin querer
aceptar que la historia avanza y evoluciona y que los objetivos de la gente, de
los ciudadanos no están en los sentimientos sino en la razón de los
acontecimientos y lo que significa cambiar para cambiarlo todo, pero estos
conceptos son duros de digerir.
Nadie se levanta una mañana y dice: “yo soy independentista
y lucharé por la independencia de este país hasta la muerte”, entre otras cosas
porque no es verdad y porque tampoco, como es mi caso, el sentimiento de
patria, palabra de otros tiempos y malos recuerdos vuelven a emplearla líderes
políticos para reafirmar, digan lo que digan, la unidad de España, pero no
cualquier unidad sino la “España una” esculpida en piedra y el águila imperial
bicéfala del escudo de Carlos I, porque el concepto o la idea de España como
imperio sigue anidando en el pueblo español sin importar que seas de derechas,
de centro o de izquierdas y es que esa fina línea que divide las opciones
políticas se hace invisible.
Al final, cuando día tras día meditas, confrontas ideas, te
haces un mapa mental de lo que sucede y porque sucede y te das cuenta que ha
sido provocado sin tener ninguna razón para ello por los mismos que hoy abogan
por la unidad de la patria y no como dicen algunos porque te han abducido,
engañado y vendido un paraíso imposible de alcanzar, pero todo esto convence a
unos, da argumentos a otros y produce mil dudas en los que viendo el futuro
cercano se preguntan si se está ciego, porque no están confundidos, eso lo
aseguro, pues un pueblo no puede movilizarse al unísono sin que nadie le indique
el camino, porque son ellos solos los que se organizan, definen sus estrategias
y fijan su rumbo hacia el objetivo, que durante años han ido confeccionando
cuidadosamente, sin violencia, uniendo y no dividiendo, porque lo importante no
es el origen, lo importante es el destino.
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