Las personas monocrónicas son las que se manejan con un
tiempo lineal, realizando una tarea detrás de otra. Por el contrario, para
las policrónicas, el tiempo es circular y tratan de hacer muchas cosas a la
vez; pueden empezar algo y pensar en alguna otra más.
Esto provoca que estos
dos perfiles puedan terminar en conflicto entre ellos. Sin embargo, cada uno
puede ser bueno para tareas diferentes, en función de si requieren un mayor
grado de detalle y concentración o un mayor dinamismo, de modo que las
organizaciones necesitan ambos, por lo que lo más importante es saber
integrarlos.
De la misma manera, existen personas muy optimistas y otras
que son más realistas. De nuevo, lo mejor para una organización es contar con
ambos, con el entusiasmo de unos, pero también con el realismo de los otros, porque
de otra forma se estaría continuamente abocado a la locura.
Igualmente, existen también culturas muy colectivas en
las que a la gente le gusta trabajar en equipo y compartirlo todo, mientras que
otras que tienden a ser más individualistas
.
La clave está en integrar las diferencias, haciendo que cada
uno se sienta aceptado y valorado en el equipo. Este es el activo crucial,
porque la diversidad presenta un doble filo: puede ser muy buena si se gestiona
de forma adecuada porque proporciona innovación, flexibilidad y variedad de
opiniones, pero, si no está equilibrada, habrá caos y falta de motivación. Por
tanto, ser diferente no es bueno o malo en sí mismo. Vivimos en un mundo de
diversidad, pero podemos extraer valor de las diferencias, tomar las de cada
uno, juntarlas y conseguir un contexto más flexible.
Todos pertenecemos a muchas identidades: de origen, de
crecimiento y de aspiración.
Las identidades de origen son básicamente nuestro legado: el
sexo, la cultura, la lengua… Es lo que nos hace conectar con el pasado. No
dependen de nosotros; nacemos con ellas. A estas les vamos añadiendo otras
durante la vida; es lo que llamamos identidades de crecimiento, entre las que
se encuentran nuestros amigos de secundaria o nuestros intereses, pero también
nuestros estudios, elecciones vitales, etc. Mientras que las identidades de
origen representan nuestro pasado, las de crecimiento representan nuestro
presente, lo que compartimos con los demás, nuestro apego emocional.
Finalmente, tenemos las identidades de aspiración, en las que
realmente queremos depositar y potenciar nuestras diferencias. Nuestras
identidades de origen nos permiten estar conectados al pasado, ser parte del
grupo. Las de crecimiento nos ayudarán a tener amigos, a relacionarnos con los
otros. Y las de aspiración nos ayudarán a encontrar a la gente con la que nos
gustaría desarrollarnos y a la que querríamos aproximarnos.
Las estrategias de las empresas deben centrarse en el origen,
permitiendo a las personas eliminar las barreras para que puedan integrarse
plenamente en la organización, para a continuación crear el contexto para que
desarrollen su comunidad de aspiración. Para ello hay diferentes estrategias,
tanto en el inicio, que es tarea más del departamento de diversidad, como en
las comunidades de aspiración, más ligadas al departamento de innovación.
Diversidad es una
palabra muy de actualidad, pero no es la primera vez, ya que ha habido al menos
tres ciclos en los últimos quince años en los que se ha puesto de moda. Esto es
positivo en cierto sentido, ya que se trata en los debates y en los periódicos,
pero su evolución es siempre en espiral. En cada círculo, entendemos un poco
más sobre ella y, sobre todo, que la comunicación debe ser real. En caso
contrario, puede conducir a un conflicto.
Vivimos en un mundo colaborativo, en el que se ha implantado
lo que ya conocemos como “economía colaborativa” y en el que fórmulas como el crowdfunding o la
creación de forma conjunta están a la orden del día.
Después de más de cien
años de individualismo, la sociedad está preparada para otro cambio de
comunidad y las organizaciones no son una excepción a ello, así que tendrán que
crear también un tipo de mecanismos colaborativos para que las personas puedan
crear de forma conjunta.
Para mantener la aspiración hay que proponer un proyecto en
el que trabajen las personas y, al acabarlo, formar parte de otro. El primero
que llevó esto a cabo fue Google, cuyos empleados pasan el 60 % de su
tiempo en una posición fija, el 30 % en una posición que pueden elegir y
el 10 % libres para crear.
Por tanto, de lo que se trata es de tener un proyecto común y
de qué puede aportar cada uno a ese proyecto. Para ello se necesita que las
personas se sientan libres en la organización, porque, como Hannah Arendt dijo,
“Solo entre iguales puedes ser diferente”.
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