La naturaleza
cambiante de los documentos (tablillas, papiros, pergaminos, papel, bytes) y
sus condiciones de acceso condicionan nuestro concepto de biblioteca,
bibliotecario y usuario. Con la digitalización el documento pierde el soporte y
estas definiciones la consistencia; colección, usuario y bibliotecario
adquieren un significado diferente que nos hacen cuestionar lo que es y debe
ser la biblioteca y cuál será nuestro papel. Recurrir a la biblioteca porque es
el lugar donde se encuentran los libros (todavía nuestro mayor activo) se
agota; conseguir que los ciudadanos nos sigan considerando opción para obtener
información es cada vez más complicado y no creo que estemos en disposición de
transformarnos en un “makerspace” sin libros de la noche a la mañana.
¿Dónde se
encuentra la esencia de la biblioteca que queremos ofrecer?, ¿tenemos que
rellenar con tecnología los huecos dejados por los libros que no vamos a
comprar?, ¿seguirá siendo la lectura nuestro eje vertebrador?, ¿hacia dónde
debemos dirigir la mirada ahora que el libro parece no tan importante?
Nos gusta imaginar
las futuras bibliotecas como espacios dinámicos y abiertos, transitados por
personas que utilizarán la tecnología para aprender, hacer y enseñar. A mí
también, y creo que estará a nuestro alcance si apostamos por abandonar nuestra
zona de confort para superar dinámicas consideradas consustanciales. Y a veces
no será fácil:
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