“Un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando
ha de ayudarle a levantarse.”
¿A qué nos estamos refiriendo cuando hablamos
de ser solidarios? Nos referimos a esa actitud, a esa disposición del ánimo, de
la mente y del cuerpo a estar presentes y comprometidos con el otro en todas
nuestras acciones. Con
mayor precisión, estar presentes y comprometidos con el otro significa acudir y tratar de solucionar las urgencias de nuestros semejantes,
empoderándolos y capacitándolos para salir adelante frente
a una situación desfavorable.
Nos encontramos frente a una situación
desfavorable cuando un cercano padece condiciones que reducen, estrechan y
degradan sus derechos a vivir una vida digna; cuando no es
posible para el prójimo o se le hace cuesta arriba alimentarse, educarse, gozar
de salud, de posibilidades de empleo, de seguridad social, de trato
igualitario, respetuoso y justo de su entorno social, a fin de cuentas, cuando carece de oportunidades de crecimiento a corto, mediano y largo
plazo porque en vez de oportunidades sociales lo que recibe de su sociedad son
exclusiones y discriminaciones sociales.
El padecimiento de la exclusión y de la
discriminación social se vive como un sentimiento de grandísima injusticia
social por parte de aquellos que sufren la negación de la sociedad en sus
múltiples formas. Por poner un ejemplo, una de las negaciones
sociales más repetidas a diario en Latinoamérica, extensivo a otras regiones
del planeta, tiene que ver con el
empleo.
Esto es así porque se vive como una grandísima injusticia social que la
remuneración que se obtiene del trabajo no permita alimentarse, educarse, tener
salud y vivienda dignas, no obstante los esfuerzos y sacrificios realizados en
capacitarse.
En esta dirección, imagínense, entonces, cuán grande se debe sentir la injusticia social cuando ni siquiera un
empleo es posible porque toda la economía ha convertido en números la
maquinaria social de oportunidades y se ha olvidado que son personas y familias
enteras las que están detrás de las demandas laborales. Esto
por poner un ejemplo en el campo de las oportunidades laborales y de las
economías que no buscan el bienestar social y la inclusión social justa,
favoreciendo a unos y negando a otros.
Así que los caminos sociales para reparar tal
injusticia se logran sólo si la sociedad entera se solidariza con aquellos que
padecen dichas situaciones de exclusión y discriminación social y busca por
todos los medios –educativos, políticos y económicos- solucionar dicho
padecimiento al generar las posibilidades de inclusión social que restituyan la
dignidad de aquellos que padecen diariamente la negación de un sistema.
Valga resaltar que el ser solidarios no se trata ni de una
regalía que le hacemos al otro ni de un favor que lo endeuda de por vida por el
hecho de haber sido auxiliado. Es, más bien, restituirnos como sociedad la decencia social perdida a causa de las
discriminaciones y exclusiones sociales que nos envuelven.
Esto es así porque con
nuestra acción solidaria ayudamos a revertir las injusticias sociales y
liberamos al otro de una realidad injusta que nos repercute a todos los
miembros de la sociedad por igual.
Mientras que la solidaridad promueve
sentimientos de empatía y nos hace acercarnos al otro sin ánimos de juzgarle ni
de disminuirle por encontrarse en situación de vulnerabilidad: se busca ayudar,
sanar y hacer crecer gracias a una auténtica voluntad de escucha. Ser
solidarios propicia el diálogo, el reconocimiento cercano y la confianza porque
el otro es un igual que debe ser escuchado, atendido y promovido.
La solidaridad implica que nos ponemos en lugar
del otro y que no tenemos miedo de él ni miedo a que sus circunstancias
dolorosas nos salpiquen, más bien, nos fortalecemos junto con él en humanidad sembrando esperanza social porque en conjunto
construimos una polis
sana eliminando aquello
que nos desiguala o que se empeña en distanciarnos como seres humanos.
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