miércoles, 10 de enero de 2018

La Búsqueda Permanente

Filosofía

He leído tratados y más que ellos, lectura contada de experiencias vividas. Encontrándome en esta “bendita”  sociedad con una gama diversa de interpretaciones que nos distancian de una postura similar en cuanto al concepto felicidad.

No es extraño, desde Aristóteles, Séneca, Benito Spinoza, los hedonistas griegos, San Agustín, Santo Tomás de Aquino y todos los filósofos de la historia, doctrinas y personajes aconsejan muchas maneras acerca de asumir una felicidad de vida.

Sin embargo, toda persona se casa con el interés ineludible de pasearse la existencia en el sagrado destino de encontrar felicidad, que sin contar con una teoría clara de ella, siente en alma y pasión los placeres de lo que entiende es su encanto feliz.

El frenesí merma la posibilidad de ser feliz, porque rotundamente pasajero abandona en cuestión de segundos al individuo.

He visto en los religiosos, en los espiritualistas, en confesiones tan disímiles como la misma cultura de  la  humanidad, en fervorosos partidarios del socialismo, del comunismo o de  cualquier dogma político, sonreír  y defender ardorosamente sus ideales con tantas entereza que se tornan dispuestos a alcanzar sus ideales a expensas de los mayores sacrificios.

"Así, en cada individuo encontramos una apreciación e identificación de la felicidad que dista de la del otro, atendiendo a su cultura, a sus ideales, credos, educación o modelo familiar"

Esta es una especie de  antesala a lograr la supuesta felicidad que el hombre en todas las latitudes persigue.

Unos lo hacen por la libertad, donde no existe más que esclavitud; otros por la justicia, donde aquella perece, y muchos luchando por ideales sagrados. 

En fin, un sinnúmero de personas clamando desesperadamente por el pan, por un empleo o por la educación para todos. No hay límites, nadie ignora seguir la esperanza de que un día tropezará con ese designio necesario e impostergable consubstancial del ser humano, porque precisa para hacer de su existencia una vida y un entorno de calidad.

La lucha suele llegar en ciertas circunstancias  a un paroxismo que enaltece la dignidad y orgullo de quienes los soportan a veces con la muerte o la prisión.
El problema es que cada cual mide, valora y busca una filosofía, una ruta u orientación existencial, que no se compadece con la del otro.

En Dios la encuentra los creyentes, toda vez que sólo Dios para ellos pródiga la felicidad conforme a ciertos cumplimientos para la conquista de la divina felicidad, dada en el cielo por la entrega a la obra de Dios y el seguimiento doctrinario al libro sagrado, sea la Biblia, el Corán, o el Tao Te Ching. 

En la cultura de los pueblos queda signada la impronta de ritos, creencias y mitologías en la plasmación de un ideal sagrado de felicidad terrenal y divino, no basta con sólo encontrarla en el ámbito terrenal, apuran los seres humanos en visualizarla más allá de este mundo, en otro mundo misterioso, ignoto y divino, que Platón llamó “mundo ideal”, donde las cosas son auténticas y no evanescentes, como en nuestro mundo pálido.

Cuando una inclinación se hace con plena identificación con otro-a o algo que revolotea constantemente en nuestro íntimo ser, ha surgido un amor que asume los sentimientos más profundos, la voluntad de entrega, provocando felicidad en quien lo engendra.

Ya Aristóteles, en su texto Ética a Nicómaco, veía la política como el bien supremo, dado a que su fin era producir el mayor bienestar público. Sentencia que no basta  el conocimiento para actuar correctamente, es necesaria la firmeza de carácter.

Sería muy útil que los entregados hoy a la política y los negocios hagan una relectura del Estagirista para que encaminen sus pasos hacia el bien común de la sociedad donde ejercen su competencia y tomen conciencia de que el objetivo último de ese oficio publico es la búsqueda de la felicidad del hombre. Pero no,

la tendencia por apoderarse de los bienes materiales para provocarse deleite y placeres; o que cada grupo o persona en desvarío persiga un tipo de inclinación particular como modelo de felicidad. Ésta (la felicidad) ha de perseguir un bien común, una ética que mueva el comportamiento humano conforme a ciertas normas y reglas de convivencia y bienestar general.


Por eso, no aconseja Aristóteles que depositemos en los jóvenes la confianza en las acciones morales porque ellos no dan demostración por su carencia de experiencia y les falta el tiempo como referencia de sus acciones. Así, en cada individuo encontramos una apreciación e identificación de la felicidad que dista de la del otro, atendiendo a su cultura, a sus ideales, credos, educación o modelo familiar. Unos se comportan materialistas, otros espiritualistas, moralistas, hedonistas o de postura equilibrada, aunque todos vibran por darse con la felicidad anhelada.

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