“Fantasear o soñar despierto,
a nivel mental, cumple una importante misión en desarrollar una plasticidad que
permita reaccionar de forma óptima a los imprevistos”
En alguna ocasión le preguntaron al irreverente dramaturgo
rumano Eugenio Ionesco sobre la fantasía. Dueño de una obra poblada de
situaciones insólitas que no hacían más que remarcar el patetismo de la vida
moderna, sonriente respondió: “la libertad de la fantasía no es ninguna huida a
la irrealidad, es creación y osadía”.
Lo cotidianamente pragmático de la vida moderna parece
indicarnos que la fantasía es casi una facultad en desuso. Quizás privativa de
artistas o de científicos, o de locos soñadores que aún siguen creyendo en
utopías, la escondemos en un área restringida. Lo concreto y material de las
metas que la sociedad nos va proponiendo, incentivan más el cultivo a una
actitud en la vida que apunte a pisar bien firme. Desde los primeros pasos ya
estamos encaminando a nuestros retoños con prácticos consejos sobre lo
mejor para su futuro, que apunten a actividades rentables que les
permitan cumplir ciertas metas. Casa, vehículo, viajes están en la larga
lista que van sumando al son de la registradora. La fantasía queda para los muertos
de hambre o fracasados idealistas.
La palabra fantasía proviene del nombre de un dios griego,
Phantasos, hijo de Hipnos, personificación del sueño, y Parsitea, una de las
diosas del encanto, la belleza, la naturaleza, la creatividad y la fertilidad.
El servidor de los sueños que tiene la propiedad, a través de imágenes, de
mostrar, manifestar, hacer que cosas, personas y situaciones se aparezcan. Una
manifestación profunda de una re elaboración de la realidad.
Recientes estudios científicos han demostrado que fantasear,
o lo que comúnmente se conoce como soñar despierto, cumple una importante
función.
Lo curioso radica en que cerebralmente ésta comparte la misma
región con las que realizan lo que se denominan funciones de ‘piloto
automático’. En la Universidad de Cambridge se tomó a 28 voluntarios y se les
solicitó que agruparan un naipe de cartas siguiendo ciertos patrones,
entretanto se monitoreaba su actividad cerebral mediante scanner. Una vez que
se aprendían las reglas, el monitoreo demostró que la zona más activa era
precisamente la del ´piloto automático’ o red neuronal por defecto. Esta red
nos permite predecir lo que sucederá, reduciendo la necesidad de pensar.
“En esencia un piloto automático nos ayuda a tomar
decisiones rápidas cuando sabemos cuáles son las reglas del ambiente en el que
estamos. Por ejemplo, cuando conduces hasta tu oficina por la mañana siguiendo
una ruta conocida se activa la DMN, lo que nos permite realizar nuestra tarea
sin tener que invertir grandes cantidades de tiempo y energía para tomar cada
decisión”, explica Danitz Vatansever a cargo del estudio.
El estudio demostró que aquellos voluntarios que tuvieron
mayor éxito en la prueba tenían una mayor actividad en la zona del hipocampo,
asociada precisamente a la capacidad de fantasear. Esto constituye una ventaja
al momento en que el ambiente cambia y la situación de red neuronal por defecto
no está funcionando, y requiere de tomar el control consciente y dar un golpe
de timón.
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