Nos han enseñado muy mal. Desde niños han tratado de
empujarnos a ser los mejores, a compararnos con el líder e intentar
superarlo. Esas enseñanzas nos acompañan toda la vida, e impregnan nuestra
forma de entender el mundo o nuestro sitio en él, ya sea en la esfera de los
negocios o en la personal. Siempre intentando ser mejores.
Y eso per se es bueno, intentar mejorar es algo muy positivo
que nos ayuda a sacar lo mejor de nosotros mismos y esforzarnos día a día en
crecer. Pero el problema es que habitualmente no nos utilizamos como
referencia a nosotros mismos, sino al líder. En el plano personal
intentamos ser mejores y parecernos al más fuerte, al más guapo o al más
popular… e inevitablemente eso acaba conduciéndonos a reproducir los mismos
comportamientos en nuestra vida empresarial.
Porque medimos el progreso de nuestra empresa en función de
lo lejos o cerca que estamos del líder de nuestro mercado, obsesionados
por todos y cada uno de los movimientos que él hace. Si saca una nueva
línea de producto, y tiene buena acogida en el mercado, nosotros hacemos lo
propio… pero intentando hacerlo “mejor”.
Nuestro producto siempre lava “más” blanco, es “mejor”,
tiene “más” funcionalidades o es “más” barato: más y mejor. El problema es que
esos insidiosos adverbios son los que inadvertidamente nos están llevando
lentamente al desastre, y perpetuando nuestro papel de “seguidores”. El
reaccionar ante lo que hace el líder del segmento no sólo nos hace llegar al
mercado con meses de retraso sino que nos empuja a introducir artificialmente
mejoras que justifiquen que hagamos más de lo mismo… sin pararnos a pensar si
el cliente realmente necesita dichas mejoras. Y claro, los resultados suelen
ser pobres.
Esta forma de entender la vida era aceptable hace unos
años, en los que el principal problema de las empresas era satisfacer la
demanda y donde prácticamente daba igual lo que produjeras, los clientes lo
compraban… pero los buenos viejos tiempos acabaron.
“Y hoy en día esa manera
de competir es la forma más rápida y segura de acabar en el cementerio de los
elefantes”
Nuestro producto siempre lava “más” blanco, es “mejor”,
tiene “más” funcionalidades o es “más” barato: más y mejor. El problema es que
esos insidiosos adverbios son los que inadvertidamente nos están llevando
lentamente al desastre, y perpetuando nuestro papel de “seguidores”. El
reaccionar ante lo que hace el líder del segmento no sólo nos hace llegar al
mercado con meses de retraso sino que nos empuja a introducir artificialmente
mejoras que justifiquen que hagamos más de lo mismo… sin pararnos a pensar si
el cliente realmente necesita dichas mejoras. Y claro, los resultados suelen
ser pobres.
Esta forma de entender la vida era aceptable hace unos
años, en los que el principal problema de las empresas era satisfacer la
demanda y donde prácticamente daba igual lo que produjeras, los clientes lo
compraban… pero los buenos viejos tiempos acabaron.
“Y hoy en día esa manera de competir es la forma más rápida
y segura de acabar en el cementerio de los elefantes”
Así que olvidemos a nuestra competencia. Dejemos de
lado el benchmarking, esa forma tan elegante de copiar lo que hacen los líderes
del segmento, y busquemos nuestra propia voz. Eso implica una vuelta a los
orígenes, a recordar lo que a NOSOTROS se nos da bien. ¿Qué sentido
tiene intentar ser más fuertes que el líder de la clase si lo que a nosotros se
nos da bien son las matemáticas?
Debemos dar un paso atrás, y buscar aquello que hace diferente a nuestra
empresa, no lo que hacemos igual que las demás… y potenciarlo.
Dejar de utilizar como norte de nuestra brújula al líder del segmento, y
centrarnos en lo más importante de nuestro modelo de negocio: el cliente. Porque es él quien tiene la
respuestas, no la competencia.