Resulta habitual
pensar que todas las capacidades
humanas decaen con la edad pasada la treintena, y que la inteligencia no
es una excepción a esta regla. Sin embargo, parece ser que esto no es del todo
cierto y no siempre ocurre con todas las habilidades cognitivas por
igual.
Podemos creer esto,
entre otras cosas, porque un equipo de investigadores ha encontrado indicios de
que ciertos aspectos de la inteligencia llegan a su apogeo una vez pasada la
juventud, mientras que otras lo hacen mucho antes, alrededor de los 20 años.
A pesar de que todos tendemos a asociar el concepto "inteligencia" al conjunto de habilidades que se ponen en práctica a la hora de
completar los famosos test de CI, cada vez se encuentran más
capas matices en lo que podría parecer una definición rígida y monolítica. Se
ha hablado, por ejemplo, de inteligencia emocional e inteligencias múltiples,
concepciones de inteligencia que van mucho más allá de lo que se mide a través
de las clásicas hojas en las que hay que apuntar la respuesta correcta. Uno de
estos quiebros interesantes en la idea de intelecto se ha dado con la propuesta
de dos clases de habilidades cognitivas: las que dan forma a la inteligencia fluida y la inteligencia cristalizada.
Estas diferentes formas de clasificar los tipos de
inteligencia no es gratuita: son modelos teóricos que intentan explicar procesos
profundos que ocurren en nuestro cerebro y,
por lo tanto, nuestra manera de pensar. Por eso resulta interesante cuando se
encuentran pruebas de que diferentes tipos de inteligencia evolucionan de forma
distinta. En este sentido, un artículo publicado en la Journal of Applied Psychology apunta
que, mientras que la inteligencia fluida (es decir, la que va asociada a la
resolución exitosa de problemas nuevos) empieza a decaer en la tercera década
de vida, la inteligencia cristalizada, relacionada con la gestión de lo ya
aprendido, sigue mejorando con la edad hasta que se llega, en algunos casos, a
los 70 años o más.
Después de analizar los datos recogidos, los investigadores
vieron que las personas
de mayor edad mostraron
puntuaciones en inteligencia fluida significativamente más bajas que las de las
personas de menos de 30 años, especialmente pasada la cincuentena. Sin embargo, en las tareas
de habilidad verbal asociadas a la inteligencia cristalizada la tendencia se
invertía: la media de puntuaciones que correspondía al grupo de mayor edad era
más alta.
Aunque este no es el único estudio que describe estas
tendencias en la evolución de estos tipos de inteligencia, sí es uno de los
pocos que se centra en el contexto profesional. Investigaciones en esta línea
podrían ser útiles a la hora de saber qué tipo de tareas son más fáciles de
resolver en una u otra franja de edad, con resultados beneficiosos tanto para
la persona como para el grupo de trabajo en el que se encuentra.
Desde luego, ambos tipos de inteligencia decaen con la
edad, lo que ocurre es que lo hacen de manera distinta y a
partir de un momento de madurez diferente.
Tiene sentido que sea así. La
inteligencia fluida es especialmente útil para adaptarse a entornos
relativamente nuevos a los que no se está muy adaptado y que aún puede
ocasionar imprevistos dada la poca experiencia del individuo. La inteligencia
cristalizada, sin embargo, tiene una aplicación más conservadora, ligada a la
resolución de problemas a partir de lo que ya se sabe.
Estos dos tipos de habilidades se despliegan en etapas
diferentes, y nuestro cerebro parece ser capaz de adaptarse a estas etapas
ajustándose a lo que se espera de él.
De algún modo, parece como si la evolución aspirara a
hacernos tan sabios como ella.
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