En los últimos tiempos la cultura ha comenzado a redefinir
paulatinamente su papel frente a la economía y al desarrollo.
Poco se duda ya
acerca de su importancia como inductora de desarrollo y cohesión social, de su
relevante papel ante la cuestión de la diversidad cultural, la integración de
comunidades minoritarias, los procesos de igualdad de género y la problemática
de las comunidades urbanas y rurales marginadas.
Los sectores políticos están comenzando a percibir y
reconocer que la cultura juega un papel mucho más importante de lo que suponían
y constatado que las decisiones políticas, las iniciativas económicas y
financieras y las reformas sociales, tienen muchas más posibilidades de avanzar
con éxito se si simultáneamente se tiene en cuenta la perspectiva cultural para
atender las aspiraciones e inquietudes de la sociedad.
Se realza además de forma especial la contribución de la
cultura como factor de cohesión ante los procesos de profundización de
desigualdades económicas y de tensiones de convivencia social.
Esta tendencia se
percibe particularmente, en la dimensión que las mismas representan en el plano
de los intercambios de bienes y servicios culturales entre las economías de las
naciones.
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