“Por grande que sea una presa, un mínimo agujero, por la
presión hidráulica, la acaba rompiendo”, se dice. Incluso los altos sueños
pueden venirse abajo si los volvemos condicionales. Por pequeña que sea, una
condición puede ser grieta suficiente para que todo se rompa.
Uno de los errores de nuestra cultura es pensar que solo lo
posible vale la pena. Hemos puesto la atención únicamente en lo realizable, lo
tangible, lo real y lo medible, y hemos dejado a un lado el valor de lo inalcanzable, de las utopías, las
ilusiones y los sueños. “La gente se enorgullece de tener los pies
en la tierra, de ser realista y sensata, y se burla de aquellos que están en
las nubes”, escribe Ken Robinson.
Vivir a expensas de que algo tenga un
final feliz sería como decir “no vivas, ¡que vas a morir!”. Creo que no importa
tanto que la película acabe bien si el desarrollo es un tostón. (Yo no pago
palomitas por cinco minutos de final, sino por dos horas de emoción).
Nos hemos mercantilizado hasta el punto de vernos como
productos. En el amor, si nos gusta una persona pero tarda en correspondernos, o si
las cosas van mal, “¡a por otra!”; en el trabajo, “al que antes me agarre” o “al que más me pague”; y en las relaciones personales, se habla de “dar
para recibir”, como si la generosidad fuera un intercambio.
Hacemos las
cosas bajo la condición de que nos salga bien la tirada. Queremos hacernos
ricos por inflación, no por inversiones de riesgo. ¿Y si la riqueza está en la aventura
de los mares y no en el cofre de la isla? No hay viaje que
pueda disfrutarse preguntando “cuánto falta”.
“¿Y si la riqueza está en la aventura de los mares y no en
el cofre de la isla?”.
Lo que realmente da valor a una persona no es lo que hace
cuando hay garantías, sino lo que emprende cuando no las hay. El amor,
como la valentía, reside en el espacio del “podría ser que no”. No es una
cuestión de optimismo o pesimismo, es una cuestión de condicionalidad. Mientras
que, en esa bifurcación, un pesimista piensa “¿y-si-no?” y un optimista “¿y-si-sí?”,
un amante se pregunta “¿y-qué-más-da?”, porque un amante sabe
que lo importante no es conseguirlo, sino pelearlo (disfrutarlo).
La diferencia está en quién lo hace para conseguir algo y quién porque lo ama. Son esos dos violinistas
en diferentes estaciones de metro, uno mirando las monedas y el otro sintiendo
cada nota con los ojos cerrados. El amor es tocar para ti.
Ser un amante es estar dispuesto a continuar cuando no hay
premio, es hacerlo aunque no llegue. Ser
amante es estar dispuesto a trabajar sin tener recompensa, a quedarte sin nada,
en el aire, desnudo. Lo contrario es ser comerciante. El amor es la muerte de
la condición.
La dificultad o frustración temporal no pueden ser la causa
de abandono de un sueño atemporal. Los sueños no tienen fecha. Todo sueño
verdadero es atemporal e incondicional
.
Plantéalo así. Si te garantizaran que si lo dejas todo y te
dedicas a lo que amas, al final lo consigues, ¿lo harías? ¿Y si no te lo
dijeran? Esa es la diferencia. Si tu segunda respuesta es sí, eres un amante.
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