Así como los rehenes a veces
sienten afecto por sus secuestradores, también nosotros nos sentimos apegados a
cuanto nos aprisiona: hábitos, costumbres, expectativas de los demás, normas,
programas, Estado. ¿Por qué entregamos nuestro poder, o jamás lo reclamamos en
modo alguno? Tal vez como un medio de evadir decisiones y responsabilidades. La
idea de evitarnos dolores y conflictos nos seduce.
Descubrimos que la conciencia humana ha sido esclavizada,
sometida e intimidada por un extraño parásito que se ha estado alimentando de
ella y le ha estado chupando su energía durante siglos. Quienes llegan a darse
cuenta de la existencia de estos parásitos mentales pueden liberarse de ellos;
empresa peligrosa y dolorosa, pero posible. Libres de los parásitos mentales,
nos convertimos en los primeros seres humanos verdaderamente libres, con
renovado entusiasmo y llenos de una
enorme energía.
De modo semejante, nuestra energía natural ha
venido siendo chupada por parásitos seculares: el miedo, la superstición, una
estrecha visión de la realidad que reduce a maquinaria rechinante las maravillas
de la vid
Si dejamos de alimentarlas, todas esas creencias
parasitarias acabarán por morir.
Pero nos empeñamos en racionalizar el
cansancio y la inercia que sentimos; nos seguimos negando a admitir que nos
sentimos acosados.
Algunas veces la sensación de impotencia de un
individuo está justificada; ciertamente hay círculos viciosos de privaciones y
falta de oportunidades que ponen difícil a algunos la posibilidad de liberarse.
Pero la mayoría de nosotros somos pasivos a causa del estrangulamiento que
sufre nuestra conciencia
La energía de nuestra conciencia de «pasajero»
sufre un continuo drenaje que trata de distraernos de todo lo que nos asustaría
tener que manejar conscientemente. De modo que consentimos, negamos, y nos
conformamos.
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