Hace más de 2000 años, Aristóteles escribió: “la felicidad
es la condición”. No es algo que se consigue persiguiéndolo directamente, sino
algo que se alcanza por la práctica continua de determinadas acciones de
propósito. Es la Ley del esfuerzo Indirecto, que dice simplemente que
cualquier cosa que conseguimos en la vida lo hacemos por la vía indirecta, más
que de manera directa.
Todo llega como resultado de hacer otras cosas. Si tú
persigues directamente la felicidad, ésta te elude, pero si haces esas cosas
que realmente son importantes para ti, y progresas en dirección a tus anhelos
según tus valores, te encuentras sintiéndote feliz.
La autoestima también está sujeta a esta ley. Alcanzarás
mayor autoestima estableciendo y consiguiendo objetivos y metas cada vez
mayores.
A medida que avances en tu vida, paso a paso, te sentirás mejor y más
confiado, y capaz de asumir mayores retos. Tu capacidad para alcanzar grandes
logros se desarrolla consiguiendo pequeños logros. De hecho, el hábito de
establecer y conseguir pequeños logros es indispensable para pasar a mayores.
Sólo puedes creer en ti mismo cuando estás absolutamente seguro de que
consigues lo que te propones.
La autoestima no viene de desear, de querer, de pensar;
viene de la certeza, de probarte a ti mismo una y otra vez que tienes lo
que hay que tener para llegar a donde te propones, sea donde sea.
Es un estado
mental, una actitud más importante que los hechos. Pero debe estar basada
en hechos. Tu trabajo es tomar las acciones necesarias para convencerte
objetivamente de que eres imparable y capaz de conseguir cualquier cosa en lo
que enfoques tu mente.
Toma conscientemente una pequeña acción diaria durante una
semana, una acción que te apoye en tu autoestima y que refuerce tus cualidades
y tus valores. Sólo una cada día. Y al cabo de siete días, mira a ver cómo te
sientes y escríbelo también.
¿Cómo sería si lo hicieras cada día durante un año? ¿A dónde
te llevaría?
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