Los célebres experimentos del psicólogo Paul Ekman sobre la universalidad de las expresiones del rostro humano abrieron el camino a estudios sobre el reconocimiento de las emociones.
Las emociones constituyen un aspecto fundamental de
la vida humana.
Sin embargo, hasta hace pocas décadas eran un tema de escaso
interés para la psicología biológica, especialidad que prefería no enfrontar
con temas de estudio tan sutiles y difíciles de definir. Por ello, dejaba el
asunto al psicoanálisis y la psicoterapia.
Pero todo cambió gracias a los experimentos de Paul
Ekman, psicólogo estadounidense que durante más de cuarenta años se dedicó al
estudio de las expresiones faciales, la manifestación exterior más tangible de
las emociones.
Registró más de 10.000 variedades de contracciones de los
músculos de la cara. Doctorado en psicología clínica por la Universidad Adelphi
en 1958, pensaba dedicarse, en un inicio, a la psiquiatría. El motivo era una
vivencia familiar trágica: su madre sufría depresiones y, siendo él todavía un
muchacho, se suicidó.
A través del trato con sus pacientes, Ekman empezó
a percibir el peso que las emociones tenían en las manifestaciones de los
trastornos mentales.
También se percató de lo importante que era para un médico
aprender a reconocerlas.
En 1954 inició su estudio de las expresiones faciales
y los movimientos corporales, relacionándolos con la semiología y con la
etología.
Esta investigación dio lugar a dos descubrimientos
esenciales: la universalidad de las expresiones faciales y la existencia de las
microexpresiones, es decir, de manifestaciones exteriores fugaces de emociones
reprimidas voluntaria o involuntariamente.
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