Hablando con un amigo esta tarde me ha explicado cómo
los alumnos le llegan cada vez con menos conocimientos en general. Pero, peor
aún, con menos sangre en las venas, más pasivos, menos resistentes a la
frustración y más proclives a refugiarse en su teléfono o en su portátil para
huir de una explicación compleja.
Lo preocupante es que me ha citado un par de
ejemplos en que son las autoridades educativas en distintos países europeos
las que están exigiendo a los profesores que “hablen más sencillo”, que
utilicen un lenguaje menos complicado, a la par que reducen las horas lectivas
destinadas a los programas de las humanidades. El resultado son alumnos que
simplemente no saben, recuerdan mal algunas cosas y salen completamente mal
preparados en su campo, derechos a no ser capaces siquiera de empezar a hacer
nada.
En
parte, creo que estos alumnos son víctimas de haber crecido con Internet.
Digo
víctimas porque han nacido en el momento en que sus propios padres descubrían
una nueva tecnología completamente revolucionaria y, por tanto, no han sido
capaces de guiarles en su uso. Pienso que, a medida que nos hemos
habituado a la red, hemos aprendido también a regular nuestro comportamiento
hacia ella, entendiendo mejor sus ventajas y sus peligros.
Pero hacerlo nos ha
tomado varios años. Como padre no tengo del todo
claro qué hacer exactamente y por qué, pero sí que la red y las pantallas en
general serán algo a lo que introduzca a mis hijos poco a poco y sólo de una
forma que no le impida conocer mejor el mundo tangible, que estas herramientas
han de ser tales y no un fin en sí mismas.
De lo contrario, la inmensidad del
internet feral coloniza nuestras mentes y, en el proceso, las diluye, dañando
nuestra personalidad y capacidad para pensar y crear. Algo parecido pasó con la
televisión hasta que entendimos que demasiadas horas eran perjudiciales (aunque
no todos lo han hecho, claro).
Hay quien argumenta que las generaciones que crecen con
Internet tienen una forma de pensar “más visual”, y que vienen cargadas de
herramientas y habilidades para utilizar los ordenadores y crear todo tipo de
montajes audiovisuales. Me parece fantástico, pero no si es a costa de una
buena utilización del lenguaje, que, por muy visual que sea, el pensamiento
sirve de poco si no somos capaces de comunicárselo a otros (empezando por
nosotros mismos).
Y, para ello, necesitamos de un dominio del lenguaje lo más
preciso posible.
Todo lo demás se construye sobre una base lingüística, pero es
esta base la que nos permite llegar a otros en primer lugar e intercambiar
ideas con ellos.
.
Trataba de entender la realidad humana lo mejor posible, y de cerrar las lagunas que me dejó
sobre mi país (y otras cosas) una educación incompleta y deficiente en lo
que a entender se refiere. Pero, dadas las barreras lingüísticas a las que me
enfrento aquí, este conocimiento se ha quedado sin uso. Sigo pensando y
construyendo, pero anhelo profundamente comunicarlo.
Pero esa es otra frustración: qué poco importa el
conocimiento riguroso a la hora de trabajar. Es una pregunta filosófica: cómo
podemos vivir en un mundo en que las mayores retribuciones no vayan a un uso lo
más correcto y complejo del conocimiento cultural, sino a usos mediocres e
incompletos de éste que tienden a empobrecer cuanto tenemos en común. ¿Cuánto
aguantarán la lengua y lo que llamamos cultura su
mercantilización y rebajado para hacerlas agradables (que no atractivas) a un
público mayor?
Quejarse de esto no es ser elitista. Al contrario: es
clamar porque todos tengamos acceso a un conocimiento de calidad, para que
podamos conocernos mejor a nosotros mismos y cuanto nos rodea.
Soy consciente de lo carca que suena esto, e igual es la paternidad que se
acerca. O igual siempre he sido así.
En definitiva, me he dado cuenta de que no escribir, no
contar cuanto sepa o crea saber es un error. Desde ahora trataré de compartir
pequeños detalles (libros, ideas o canciones) en el blog; o, cuando tenga
fuerzas, ideas y textos más trabajados. Probablemente cometeré bastantes
errores, y las explicaciones que dé serán incompletas o directamente erróneas.
Pero confío en que alguien las corrija o, en cualquier caso, pueda sacar
provecho de ellas. Confío en que, tal vez, llegue a entablar algún diálogo que
pueda enriquecer a varios de nosotros.
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