De palabras se componen los poemas y las canciones, los
exordios y las salmodias.
Palabras nos reciben cuando nacemos y palabras nos despiden
al morir.
Con palabras añoramos lo lejano y con palabras conjuramos el
porvenir para acercarlo a nosotros. «¡Verde que te quiero verde!» – dijo el
poeta empleando palabras de color para pintar de esperanza su amor. Y con
palabras le respondieron «Y yo dormiré a tus pies para guardar lo que sueñas.»
¡Ay Federico García, llama, llama a la Guardia Civil
porque ay de los poetas sin palabras, pero sobre todo ay de nosotros sin las
palabras de los poetas! ¡¿Cómo vivir sin los versos más tristes que pudo
escribir otro poeta una noche cuando dijo que en las noches como ésa la tuvo
entre sus brazos, la besó tantas veces bajo el cielo infinito?¡ ¡Allá los que
puedan, yo no!
¿A qué esperar entonces para convertirnos en defensores
denodados de las palabras?
¿A qué esperar para cultivar con más ahínco su uso adecuado,
rechazando las impurezas que se anteponen al gratificante sonido del vocablo
correcto?
Hagamos de las palabras nuestra peregrinación de a diario.
Prodiguemos con ellas lo mejor de nosotros para despertar en
aquellos que nos rodean lo que también hay de bueno en ellos.
Trabajemos para que la palabra siga siendo la puerta hacia
lo mágico y lo irreal maravilloso, para que nos sirva de vehículo hacia esa
meta aún inalcanzada de la comunicación.
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