“Joven es el que no tiene pasado y viejo el que carece de
futuro. Así de cierto, así de exacto”
Dicho está: joven es el que no tiene pasado y viejo el
que carece de futuro. Así de cierto, así de exacto. El joven vive para lo que
será y el viejo de lo que fue. Alguien dijo que estas eran verdades que
merecían ser esculpidas en la roca viva; pero… ¿será cierto?
Tal vez no tanto. Al día siguiente de haber nacido,
comenzamos a recordar; solamente que son recuerdos que guardamos cuidadosamente
en el subconsciente, como también hacemos con los sueños. Algún día, la ciencia
los podrá entresacar y reflejarlos en una pantalla, como si estuviéramos viendo
una película.
Entonces, posiblemente, podríamos saber lo que somos. De
esta manera, la sentencia socrática de “conócete a ti mismo” confirmaría la
intuición que el filósofo expuso hace más de veinticuatro siglos y que la
palabra bíblica recogió: la verdad es la fuente de la libertad.
Persistencia. El viejo, aun cuando sabe que pronto
morirá, está pensando en lo que le falta por hacer, creyendo en la posibilidad
de realizarlo. Como el anciano de Nicoya, con ciento cuatro años de edad, que
aparece en la información de la prensa con un bastón en una mano y un machete
en la otra, desyerbando, porque tiene que preparar el campo para sembrar,
cuando se presenten las primeras lluvias del invierno.
O como Miguel Ángel, que frente al palpitar de la muerte
daba golpes con su mazo al cincel porque sentía el impulso místico de terminar
una nueva obra maestra, lleno, todo él, de esperanzadora ilusión de crear.
Recordar, sí, pero mirando siempre adelante, hacia los
horizontes abiertos, hacia la luz, creyendo, firmemente, que podemos esperar un
día más para emprender una nueva tarea.
Sembrar, asidos al bastón del recuerdo, sin preocuparnos de
quien pueda recoger la cosecha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario