domingo, 23 de septiembre de 2018
Recuerdos Y Olvidos
“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”: Gabriel García Márquez.
La Universidad Icesi llevó a cabo la segunda versión del Brain Festival que se encuentra enmarcada dentro del Brain Awareness Week, auspiciado por la Fundación DANA y que se celebra en diferentes lugares del mundo desde 1996. Este año se dedicó toda una semana a aumentar el nivel de conciencia que se tiene sobre el funcionamiento de la memoria y a desentrañar algunos mitos y realidades sobre ella.
No se nace o se tiene buena memoria, las grandes memorias se educan. Esa es una de las primeras premisas abordadas. El proceso de recordar consta de tres etapas: prestar atención, concentrarse profundamente y ser capaz de identificar por qué algo es importante para nosotros.
Algunos neurólogos y psiquiatras han acuñado la siguiente frase: “Si queremos vivir una vida memorable, debes ser el tipo de persona que recuerda recordar”.
La neuropsicóloga Beatriz Ospina afirma que la evolución del cerebro ha sido un proceso de más de 14 millones de años en los que este órgano se plegó y desarrolló zonas especializadas capaces de subordinar procesos, donde existe un procesamiento inconsciente automático y un procesamiento simultáneo de información. “Lo que se ejecuta en el plano inconsciente es lo más importante”, aseguró.
Quizás hay una pregunta que la mayoría de personas se hace durante sus procesos de aprendizaje, ¿cómo hacer para tener buena memoria y recordar fácilmente lo que se aprende?
En palabras de Ospina, “generarse preguntas es una buena forma de llegar al núcleo de lo que se quiere y de recordar con mayor facilidad”. Expertos en el tema de la memoria y el funcionamiento del cerebro manifestaron que entre las consultas más frecuentes no sólo está cómo recordar sino cómo hacer para no olvidar.
Por lo general las personas piensan que olvidar es un problema y cuando se habla de sucesos relevantes o información importante para el desarrollo de la vida sí es una dificultad, pero en muchas ocasiones “olvidar es un privilegio intelectual”. “A los neurólogos nos buscan frecuentemente para prevenir o tratar los olvidos, pero quisiéramos ofrecerle tanto al individuo como a la sociedad estrategias terapéuticas de olvido para esas situaciones donde tal vez tanta memoria sea una trampa innecesaria y un obstáculo para la conciliación y el perdón”, reflexiona Jorge Luis Orozco, jefe de Neurociencias de la Fundación Valle del Lili.
“Todas nuestras conductas o procesos usan diferentes formas de memoria, desde aquella necesaria para la supervivencia de la especie hasta las formas frágiles de memoria reciente que usa el ser humano para resolver la vida cotidiana”, agrega Orozco.
Para el especialista, cuando se habla de memoria “se habla de estrategias que permiten anticipar y generar procesos más eficaces con un alto rendimiento de los sistemas cerebrales representados por circuitos y áreas funcionales de alta demanda evolutiva”.
Precisamente esa ventaja evolutiva hizo a la especie humana dominante y superior a las demás, ya que las estrategias de memoria de las otras especies nunca tuvieron como objetivo sobrepasar los límites necesarios y suficientes para la supervivencia.
Desde el psicoanálisis la pregunta freudiana no es ¿qué es la memoria?, sino ¿en qué forma se conservan los recuerdos y qué hay en el olvido para que sea digno de ser olvidado? El psicoanalista Rodrigo Solís asegura que en tanto sea posible sostener la hipótesis de la existencia del inconsciente, la memoria se nutre de las representaciones psíquicas de lo vivido o de lo percibido y que evocan la experiencia vivida.
“El recuerdo, así como el olvido nunca son fenómenos puros, pues siempre somos selectivos al recordar y olvidar lo que hicimos. Cualquier situación vivida hoy puede activar un recuerdo de la infancia que se ha desalojado de la conciencia. La memoria no es un archivo cronológico, por ello se olvida lo más importante y se recuerda lo trivial”, agrega Solís.
Yoseth Ariza, médico y profesor de la Universidad Icesi y uno de los organizadores del Brain Festival comenta que uno de los objetivos del evento era romper mitos y aprender un poco más sobre ese término tan complejo llamado memoria y destaca las siguientes conclusiones:
- La memoria no es un don, sino algo que se debe educar. Muchas cosas cambian, pero el cerebro sigue necesitando las mismas tres cosas: atención, concentración profunda y dotar de significado para lograr la construcción de los recuerdos.
- Es importante hacer conscientes a las personas de la importancia del cerebro y cómo éste funciona. Este importante órgano es el que nos conecta con la vida, da sentido a todo lo que nos rodea, brinda identidad y es la memoria de la sociedad.
El Yo Y La Conciencia
Tal vez sean los años o quizá la madurez, pero siempre
llega un instante en que “despertamos” por fin a esa conciencia propia donde
tomar partido, donde alzar la voz frente al ruido y dejar clara nuestra
posición. Porque no hay nada más reconfortante que llegar a la cama con el corazón tranquilo
y la conciencia limpia, sin importarnos lo que piense el mundo.
Antonio
Damasio es un conocido neurólogo experto en emociones que
define la conciencia como una sutil armonía entre un yo autobiográfico,
otro social, y un tercero donde se entremezcla un yo emocional con otro
espiritual. El ser plenamente conscientes de esta estructura única y
particular nos permitirá ser más hábiles y congruentes en nuestra realidad.
Si dices lo que piensas, haces lo que te dicta tu corazón y
tienes la conciencia tranquila tras ello, entonces no lo dudes: has hecho lo
que debías.
Todos tenemos conciencia, y es como el aliento del alma, como el
faro de nuestras emociones y
quien a su vez, pone voz a nuestro corazón para decirnos cuándo algo está bien
y cuándo algo está mal. Hay que sintonizar con ella, hay que saber propiciar
ese despertar interior para poder actuar sin miedos y hacer de nuestra
conciencia, ese refugio tranquilo con el que transitar por la vida.
Carl Gustav
Jung solía decirnos aquello de que “para despertar hay que
mirar hacia dentro“. Aunque el célebre psicólogo fuera pieza clave en el inicio
del psicoanálisis, su metodología se hallaba a su vez íntimamente unida a la
antropología, la mitología y la filosofía. De ahí, que su concepción sobre la
conciencia en el ser humano nos suscite aún hoy, un gran interés.
Al igual que el neurólogo Antonio Dámaso, Jung definió la
conciencia como una entidad psicológica donde se integran nuestras experiencias
vitales y emocionales más profundas. Para despertar a ella es
necesario”mirar hacia dentro” para ser conscientes de hechos desagradables, de
errores cometidos y de valores o principios personales no respetados por miedo o
indecisión. Por estar supeditados a conciencias morales ajenas y no propias.
Tomar conciencia de cada una de estas dimensiones personales
supone, a veces, un verdadero acto de dolor. Según Gustav Jung las
personas pueden ser capaces de cualquier cosa con tal de no enfrentarse a su
propia alma, a sus propias conciencias. Por ello, para llegar “a la luz”
es necesario que hagamos conscientes nuestras “oscuridades”. Solo entonces
nos sentiremos libres, solo entonces habremos conectado con nosotros mismos de
forma íntegra y sanadora.
Muchos de los contextos sociales y políticos en los que
vivimos en la
actualidad, se aprecia una falta de conciencia moral, ahí donde debería
florecer siempre la ética, el respeto, el amor por el prójimo y
ese sentido de la humanidad que a día de hoy, se escapa por la chimenea del egoísmo y los intereses
encubiertos.
Puesto que de momento nos es muy difícil llegar a estas
superestructuras que nos rodean, vale la pena poner en práctica este ejercicio
de integridad en nuestras propias personas, e incluso, por qué no, en los herederos del
futuro: nuestros niños.
Desarrollemos
adecuadas estrategias para crear una conciencia del corazón,
una voz tranquila, afectuosa y coherente donde exista el respeto mutuo, a la
vez que el autorespeto.
Nuestras conciencias particulares son algo más que el reflejo de
las enseñanzas morales que nos han transmitido. No basta con
saber qué está bien y qué está mal, “debemos sentirlo”.
Para ello, es necesario
despertar de nuestro letargo y hacer conscientes nuestros pensamientos y afectos.
Meditando En Soledad
Según el profesor Robert Lang de la Universidad de Nevada (Las Vegas),
experto en dinámicas sociales, muchos de nosotros acabaremos viviendo solos en
algún momento de nuestra vida, ya que cada día nos casamos más tarde, las tasas
de divorcio aumentan y las personas viven más. La prosperidad también fomenta
este estilo de vida, elegido en la mayoría de los casos voluntariamente por el
lujo que representa.
La periodista Maruja Torres en su autobiografía Mujer en guerra (editada por Planeta) ya se vanagloriaba
del placer que le producía meterse en la cama y dormir sola, con las extremidades
extendidas en forma de aspa. A esto se le añade la comodidad de disponer del sofá,
poder cambiar de canal sin tener que negociar, improvisar planes sin avisar ni
dar explicaciones, pasearse por la casa de cualquier manera, comer a cualquier
hora…
Por si fuera poco, el sociólogo Eric Klinenberg, de la
Universidad de Nueva York, autor del estudio GOING SOLO: The Extraordinary
Rise and Surprising Appeal of Living Alone, está convencido de que vivir solo
significa, además, disfrutar de relaciones de más calidad, ya que la mayoría de singles tiene
claro que la soledad es mucho mejor que el hecho de sentirse mal acompañado.
Incluso hay estudios que aseguran que la soledad facilita el desarrollo de la
empatía. Otra socióloga, Erin Cornwell, de la Universidad Cornell en Ithaca (Nueva
York), ha determinado tras distintos análisis que es más probable que la gente
mayor de 35 años que vive sola pase una velada entre amigos que no aquellos que
viven en pareja. Esto también ocurre con las personas mayores que, aun viviendo
solas, poseen una red social de amistades tan amplia o más que las personas de
su misma edad que viven acompañadas. Es la conclusión a la que llegó el estudio
llevado a cabo por el sociólogo Benjamin Cornwell y que publicó en American Sociological Review.
La base de la creatividad y de la innovación
Las personas somos seres sociales, pero tras pasarnos el día
rodeado de gente, de reunión en reunión, atento a las redes sociales y al
móvil, hiperactivos e híper conectados, la soledad ofrece un espacio de reposo
sanador. Una de las conclusiones más sorprendentes es que la soledad resulta
básica para la creatividad, la innovación y el buen liderazgo.
Un estudio
realizado en 1994 por Mihaly Csikszentmihalyi (el gran psicólogo de la
felicidad) comprobó que los adolescentes que no soportan la soledad son
incapaces de desarrollar el talento creativo.
Susan Cain, autora del libro Quiet: The
Power of Introverts in a World That Can’t Stop Talking, cuya
conferencia en Ted Talks es
una de las favoritas de Bill Gates, defiende a ultranza la riqueza creativa que
surge de la soledad y reivindica, por el bien de todos, la práctica de la
introversión. “Siempre me habían dicho que debía mostrarme más abierta, aunque
yo sentía que ser introvertida no era algo malo. Así que durante años fui a
bares abarrotados, muchos introvertidos lo hacen, lo que representa una pérdida
de creatividad y de liderazgo que nuestra sociedad no se puede permitir.
Tenemos la creencia de que toda creatividad y productividad proviene de un
lugar extrañamente sociable. Sin embargo, la soledad es el ingrediente crucial
de la creatividad. Darwin daba largas caminatas por el bosque y rechazaba
enfáticamente invitaciones a fiestas. Steve Wozniak inventó la primera computadora
Apple encerrado en su cubículo de Hewlett Packard, donde trabajaba entonces. La
soledad importa. Para algunas personas, incluso, es el aire que respiran”.
Cain recuerda que cuando estamos rodeados de gente nos
limitamos a seguir las creencias de los demás para no romper con la dinámica de
grupo. La soledad, en cambio, significa abrirse al pensamiento propio y
original.
Denuncia que las sociedades occidentales han privilegiado más a la
persona activa que a la contemplativa. Y nos ruega: “Detengan la locura del
trabajo constante en equipo. Vayan al desierto para tener sus propias
revelaciones”.
Somos Lo Que Damos
El mundo está en equilibrio, por lo tanto tú también. Nosotros los
humanos experimentaremos “estar bien” y “estar mal” siempre para estar
equilibrados en el planeta.
Si estuviéramos “solo bien” andaríamos en la nubes y quizá hasta más
arriba y nos apartaríamos del mundo terrenal; si solo estuviéramos mal
andaríamos muy abajo y también nos apartaríamos de aquí; en cambio el estar
bien y mal nos mantiene firme en la tierra.
Entendamos y hagamos aquellos momentos de
“estar bien” para compartirlo con todos para que así tu estar mal sea más fácil
de sobrepasar y estar feliz de nuevo.
Hagamos (tú y yo) de la vida una casa de
verdad donde decir que tú eres mi hermano sea de verdad y que no exista la
desconfianza ni el miedo. Si vas a decir que somos hermanos actuemos como
hermanos.
Hagamos que nuestro mundo sea un lugar para
dar, pero dar de verdad. Nada más, tú haces lo que tienes que hacer, lo
correcto y ya, eso es Todo.
No te preocupes por el otro si ha dado o no
porque al final del camino somos lo que hacemos, damos y no somos lo que
recibimos.
Desempolvar Ilusiones
Crisis vitales: nunca es tarde para recuperar la ilusión
¿Cuáles son nuestros mejores atributos? ¿Cómo nos
definieron de pequeños?
“Es hora de reconocer dónde nos hemos perdido para
recorrer el camino que nos pertenece”
Laura Gutman
Nos miramos al espejo y ¿qué vemos? Los ojos del niño que
hemos sido, con nuestras ilusiones, fantasías y anhelos. Han pasado
muchos años durante los cuales hemos hecho grandes esfuerzos para dejar de lado
esos sueños infantiles, porque necesitábamos sobrevivir al desencanto, al
desamor y en algunos casos a la soledad que, lamentablemente, acompaña con
frecuencia las infancias.
Hemos adornado los recuerdos infantiles con sus mejores
escenas para acunarnos un poco: alguna fiesta de cumpleaños, una
celebración familiar o imágenes de travesuras compartidas con amigos del barrio
que por azar no terminaron tan mal.
Preferimos acomodar la niñez en un cuadro de añoranzas
felices, reservándonos el derecho a creer que, alguna vez, la vida nos ha
resultado fácil.
Revisar el discurso materno
Para crecer sin demasiado sufrimiento, hemos organizado
nuestras creencias en un sistema más o menos confortable, aunque ese
conjunto de ideas no tengan contacto con la realidad que nos ha tocado vivir.
Una parte de lo que nos resulta arduo recordar pertenece a los esfuerzos que
hemos hecho para responder a las expectativas –positivas o negativas–
de nuestra madre.
El universo materno y las palabras que ella ha dicho hasta
el hartazgo cuando fuimos niños –y que no teníamos más remedio que escuchar y
tomar como verdad absoluta porque formaban parte de su vivencia interior– han
resonado en nosotros y se han convertido en el espejo a través del cual
observamos el entorno y a nosotros mismos.
¿Qué vemos en ese espejo? Vemos todo lo que mamá pretendió
de nosotros.
Vemos en lo que nos hemos convertido para complacerla. Tal vez
podamos trazar un hilo invisible fabricado con retazos de amargura,
preocupaciones desmedidas, exigencias, responsabilidades o incluso enfermedades
físicas que nos han acompañado, y que incluso hoy forman parte de nuestras
actividades cotidianas.
Nos hemos convertido en adultos con poco entrenamiento
para la libertad.
Las palabras de nuestra madre cuando fuimos niños se han
convertido en el espejo a través del cual nos observamos.
¿Por qué hablamos de libertad? Porque los individuos
tenemos el derecho de descubrir nuestros mejores atributos para ponerlos
en práctica a favor de toda la humanidad. Incluso y sobre todo si mamá o papá o
algún maestro nos ha dicho que no servimos, que no somos aptos, que nunca
ganaríamos dinero con aquello o que no tiene valor o lo que sea que hayamos
necesitado creer.
Ese es el sentido de retomar –durante la madurez– la libertad
como un recurso indispensable para entrar en contacto con quienes hemos sido y
seguimos siendo en un nivel interno y poco visible aun para nosotros.
Aquí estamos hoy observándonos. Es el momento perfecto
para evaluar si eso que nos han dicho, y que hemos creído cuando fuimos niños,
todavía es válido.
Deshazte de tus creencias limitadoras
El mayor desafío es el peso de las creencias. Si
siempre nos ha encantado la música, pero nos han dicho y hemos creído que no
somos aptos para tocar un instrumento o que con la música nos hubiéramos muerto
de hambre o lo que sea, es evidente que el problema no somos nosotros ni la
música.
Los únicos inconvenientes son las creencias que con el paso
del tiempo han calado hondo en la totalidad de nuestro ser.
Lo mismo sucede si nos creemos poco atractivos o poco
inteligentes, si creemos que las cosas solo se consiguen con esfuerzo y
sacrificio, o si creemos que la felicidad no es para nosotros. Sea lo que sea,
se trata de creencias. Creencias que han sido dichas desde que éramos pequeños
y han entrado en nuestras mentes y nuestros corazones como si fueran la única
verdad revelada.
Pero resulta que no. Hay tantas verdades como puntos de
vista y tantas experiencias y posibilidades como las que nos atrevamos a
transitar.
No importa qué ni cómo ni dónde. Importa que nos otorguemos la
libertad de ser nosotros mismos con nuestros atributos y
capacidades, que nos han sido dados como regalos del cielo y que no atienden a
razones ni modas ni valoraciones positivas o negativas.
Nada de lo que somos está bien ni mal. No hay nada
que no podamos recuperar –sin importar nuestra edad ni nuestra trayectoria de
vida– sobre todo si, en algún lugar de nuestro ser esencial, nos pertenece.
Simplemente las habíamos olvidado.
Es comprensible que hayamos tenido la imperiosa necesidad de
creer en las opiniones y sobre todo en los miedos de los mayores cuando fuimos
niños. Pero eso ya pasó.
Ahora somos adultos y nos corresponde discriminar
las creencias prestadas y
cargadas de miedos del contacto con el abanico de posibilidades que se nos abre
hoy.
sábado, 22 de septiembre de 2018
Convivir Con La Incertidumbre
La vida es una aventura en la que nos
desenvolvemos con pocas certezas, la mayor certeza es la de que algún día
moriremos, pocas son las situaciones que podremos dar por sentadas, por lo que
es vital que aprendamos a convivir con la incertidumbre, a todos nos
gusta sentir seguridad y confianza mucho más que sentir incertidumbre; nos
gusta saber que si hacemos o dejamos de hacer algo las consecuencias serán las
que pensamos y no otras; sin embargo, la vida no es tan exacta y, para bien o
para mal, nos sorprenderá en numerosas ocasiones.
Asumir que no se tiene todo bajo
control nos ahorrará bastantes ratos de angustia, es así, nadie puede
hacer que el futuro sea justo como había planeado, si hubiera que otorgar un
papel protagonista en nuestra historia, sería mejor dárselo a la esperanza en
lugar de a la incertidumbre, ningún sentimiento nos puede destrozar tanto como
regodearnos en la incertidumbre, esta se viste de inseguridad, miedo,
pesimismo.
Si cambiamos la incertidumbre por la
esperanza, tampoco tenemos por ciertos los resultados, pero estamos más
motivados para seguir en la lucha, ante la falta de seguridad, tú eliges qué
sentir: ¿incertidumbre o esperanza?, nadie sabe cómo va a ser su futuro,
hagamos hoy lo que esté en nuestra mano, pero no llenemos este día de miedo,
muchas veces nuestras decisiones se ven influidas por sentimientos como las
dudas, la desconfianza, la inseguridad o los celos, a veces cometemos errores y
nos comportamos indebidamente, para arrepentirnos después.
Los seres humanos, de forma absurda tratamos
de controlar de una u otra manera el futuro; por lo que estamos siempre
inmersos en “La Incertidumbre”, que es el hecho de no saber si lo que esperamos
de nuestras vidas se concretizará, o simplemente el no saber que nos depara el
mañana; este temor nos obliga a planificar, a planear cada paso de nuestra
existencia, cada decisión que debemos de tomar en la vida,
siguiendo normas y reglas enseñadas.
Las personas tendemos a ver en la
incertidumbre tan sólo algo negativo que muchas veces queremos evitar a toda
costa, cualquier cosa que rompa nuestra seguridad y que no podamos controlar
nos pone en alerta, como si tuviéramos que enfrentarnos a un enemigo, es una
lucha absurda, que únicamente nos desgasta puesto que la incertidumbre forma
parte del día a día de cualquier ser humano y es por tanto ineludible; el
futuro en sí mismo es pura incertidumbre y cada segundo que aún no hemos vivido
puede llenarse de cualquier acontecimiento, esperado o inesperado, es evidente,
que por mucho que nos preocupemos frente a esa inseguridad que nos ronda, no
vamos a solucionarla mejor; la cuestión no es resistirse a la incertidumbre
tratando de evitarla, por el contrario, la clave está en aceptarla como un
regalo de la vida que está lleno de potencialidad.
Cualquier cosa que decidamos hacer en nuestra
vida, necesita de un espacio de posibilidades que le permita existir en
ese futuro que aún está por construir, si no existiera incertidumbre, si todo
lo que tuviera que suceder estuviera previsto y determinado, si todo ya
estuviera construido, ¿qué espacio nos quedaría? ¿Dónde viviría nuestra
libertad de elegir?, agradezcamos a la vida el regalo de la incertidumbre.
De Punta Contra El Clavo
“Aquellos aspectos de las cosas que son más importantes para nosotros permanecen ocultos debido a su simplicidad y familiaridad (no somos capaces de percibir lo que tenemos continuamente ante los ojos)” escribió en algún momento Wittgenstein.
Así, la cercanía, nos nubla, nos enceguece; es decir, ser parte de un ambiente determinado, con personas que vemos diariamente, en una rutina compartida e irrefutable, inmodificable, nos crea la percepción de simplicidad, de esa familiaridad de la que hablaba el filósofo austriaco.
“El mar es para los que están lejos” leí hace muchos libros atrás, quizá, esto ejemplifique el punto: los que están lejos evocan, reviven, desmenuzan el lugar en sentimientos, en sensaciones y entienden por qué quisieran estar ahí, en el mar, al que ya le dan otro significado porque lo han comprendido, han visto esos detalles que no ven los locales, porque para ellos es sólo algo que está ahí.
Sí, la mayoría de los individuos sociales entienden su realidad, porque la viven; es decir, en la práctica van consiguiéndose verdades, lógicas y razonamientos que nos sirven para identificar los signos problemáticos familiares y de país.
Entendemos de cierta manera qué es la corrupción y qué se deriva de ésta, porqué de la violencia, porqué de ciertas reformas, porqué la injusticia y demás, pero pocas veces profundizamos en el tema.
Bourdieu decía que ahí es donde entraban los estudiosos, los analistas, los expertos, etcétera, para explicar aquella comprensión empírica que tienen las personas con relación a su entorno, decir los porqués: agregar los elementos sustanciales que servirán de impulso a las verdades que se requieren para lograr cambios.
“Aquellos aspectos de las cosas que son más importantes para nosotros permanecen ocultos debido a su simplicidad y familiaridad (no somos capaces de percibir lo que tenemos continuamente ante los ojos)” escribió en algún momento Wittgenstein.
Así, la cercanía, nos nubla, nos enceguece; es decir, ser parte de un ambiente determinado, con personas que vemos diariamente, en una rutina compartida e irrefutable, inmodificable, nos crea la percepción de simplicidad, de esa familiaridad de la que hablaba el filósofo austriaco.
“El mar es para los que están lejos” leí hace muchos libros atrás, quizá, esto ejemplifique el punto: los que están lejos evocan, reviven, desmenuzan el lugar en sentimientos, en sensaciones y entienden por qué quisieran estar ahí, en el mar, al que ya le dan otro significado porque lo han comprendido, han visto esos detalles que no ven los locales, porque para ellos es sólo algo que está ahí.
.
Sí, la mayoría de los individuos sociales entienden su realidad, porque la viven; es decir, en la práctica van consiguiéndose verdades, lógicas y razonamientos que nos sirven para identificar los signos problemáticos familiares y de país.
Entendemos de cierta manera qué es la corrupción y qué se deriva de ésta, porqué de la violencia, porqué de ciertas reformas, porqué la injusticia y demás, pero pocas veces profundizamos en el tema.
Bourdieu decía que ahí es donde entraban los estudiosos, los analistas, los expertos, etcétera, para explicar aquella comprensión empírica que tienen las personas con relación a su entorno, decir los porqués: agregar los elementos sustanciales que servirán de impulso a las verdades que se requieren para lograr cambios.
Es decir, entendemos –por experiencia- que tenemos una clase política corrupta, que hay ex gobernadores prófugos; otros, presos, que en gran porcentaje de los problemas de violencia tienen qué ver con la ineficiencia, el mal trabajo y la corrupción de nuestras autoridades, etcétera: conocemos los hechos, los asumimos como verdades irrefutables y sin embargo, aunque la idea de que todos los políticos son “corruptos” en este país y mentirosos, se sigue votando por ellos, se sigue confiando en lo que intuimos o creemos falso.
Pero, ¿por qué lo hacemos, por qué votamos si somos conscientes, si la experiencia nos dice lo que son? Quizá por esa simplicidad en los hechos; me refiero a que la cercanía nos hace perder de vista el análisis: decimos que son todos iguales, que no hay nada por hacer, sino aferrarse a la fe, a la creencia de que alguno de ellos no lo sea.
Se nos escapan los porqués, no los vemos, estamos muy cerca de ellos, tal vez por esa razón se dice que alguien fuera del país entiende mejor los problemas que nos aquejan.
La distancia da otra visión, mucho más desapegada y crítica: la cotidianeidad se rompe, se nulifica dado que se es partícipe de otro entorno.
¿Todos son iguales de corruptos, demagogos, ambiciosos, prepotentes, indolentes, etcétera? Quizá no todos, quizá es una cuestión propia del ser humano, quizá es la especie política en sí la podrida de origen, quizá unos son menos que otros o quizá en verdad algunos sean honestos.
Quizá, siempre nos quedamos en el quizá, en la intuición, en la experiencia, pero ¿por qué creo que el candidato de tal partido que está en la boleta es así? ¿Por qué el otro dice que él no es como su adversario? ¿Son todos iguales o es que los vemos así por esa cercanía engañosa?
El quehacer diario, la simplicidad de la familiaridad, nos oculta las respuestas que se vuelven fundamentales a la hora de decantarnos por uno u otro candidato.
La crítica, liberarse de las ataduras de la fe, el apartarse del fanatismo, preguntarse, cuestionar ideas que bien pensadas resultan inviables, realizar introspecciones, conseguir confrontar propuestas de uno u otro candidato y con la historia misma, son algunas formas de crear distancias, con la finalidad de ver los detalles, las diferencias reales entre uno u otro.
Así, la cercanía, nos nubla, nos enceguece; es decir, ser parte de un ambiente determinado, con personas que vemos diariamente, en una rutina compartida e irrefutable, inmodificable, nos crea la percepción de simplicidad, de esa familiaridad de la que hablaba el filósofo austriaco.
“El mar es para los que están lejos” leí hace muchos libros atrás, quizá, esto ejemplifique el punto: los que están lejos evocan, reviven, desmenuzan el lugar en sentimientos, en sensaciones y entienden por qué quisieran estar ahí, en el mar, al que ya le dan otro significado porque lo han comprendido, han visto esos detalles que no ven los locales, porque para ellos es sólo algo que está ahí.
Sí, la mayoría de los individuos sociales entienden su realidad, porque la viven; es decir, en la práctica van consiguiéndose verdades, lógicas y razonamientos que nos sirven para identificar los signos problemáticos familiares y de país.
Entendemos de cierta manera qué es la corrupción y qué se deriva de ésta, porqué de la violencia, porqué de ciertas reformas, porqué la injusticia y demás, pero pocas veces profundizamos en el tema.
Bourdieu decía que ahí es donde entraban los estudiosos, los analistas, los expertos, etcétera, para explicar aquella comprensión empírica que tienen las personas con relación a su entorno, decir los porqués: agregar los elementos sustanciales que servirán de impulso a las verdades que se requieren para lograr cambios.
“Aquellos aspectos de las cosas que son más importantes para nosotros permanecen ocultos debido a su simplicidad y familiaridad (no somos capaces de percibir lo que tenemos continuamente ante los ojos)” escribió en algún momento Wittgenstein.
Así, la cercanía, nos nubla, nos enceguece; es decir, ser parte de un ambiente determinado, con personas que vemos diariamente, en una rutina compartida e irrefutable, inmodificable, nos crea la percepción de simplicidad, de esa familiaridad de la que hablaba el filósofo austriaco.
“El mar es para los que están lejos” leí hace muchos libros atrás, quizá, esto ejemplifique el punto: los que están lejos evocan, reviven, desmenuzan el lugar en sentimientos, en sensaciones y entienden por qué quisieran estar ahí, en el mar, al que ya le dan otro significado porque lo han comprendido, han visto esos detalles que no ven los locales, porque para ellos es sólo algo que está ahí.
.
Sí, la mayoría de los individuos sociales entienden su realidad, porque la viven; es decir, en la práctica van consiguiéndose verdades, lógicas y razonamientos que nos sirven para identificar los signos problemáticos familiares y de país.
Entendemos de cierta manera qué es la corrupción y qué se deriva de ésta, porqué de la violencia, porqué de ciertas reformas, porqué la injusticia y demás, pero pocas veces profundizamos en el tema.
Bourdieu decía que ahí es donde entraban los estudiosos, los analistas, los expertos, etcétera, para explicar aquella comprensión empírica que tienen las personas con relación a su entorno, decir los porqués: agregar los elementos sustanciales que servirán de impulso a las verdades que se requieren para lograr cambios.
Es decir, entendemos –por experiencia- que tenemos una clase política corrupta, que hay ex gobernadores prófugos; otros, presos, que en gran porcentaje de los problemas de violencia tienen qué ver con la ineficiencia, el mal trabajo y la corrupción de nuestras autoridades, etcétera: conocemos los hechos, los asumimos como verdades irrefutables y sin embargo, aunque la idea de que todos los políticos son “corruptos” en este país y mentirosos, se sigue votando por ellos, se sigue confiando en lo que intuimos o creemos falso.
Pero, ¿por qué lo hacemos, por qué votamos si somos conscientes, si la experiencia nos dice lo que son? Quizá por esa simplicidad en los hechos; me refiero a que la cercanía nos hace perder de vista el análisis: decimos que son todos iguales, que no hay nada por hacer, sino aferrarse a la fe, a la creencia de que alguno de ellos no lo sea.
Se nos escapan los porqués, no los vemos, estamos muy cerca de ellos, tal vez por esa razón se dice que alguien fuera del país entiende mejor los problemas que nos aquejan.
La distancia da otra visión, mucho más desapegada y crítica: la cotidianeidad se rompe, se nulifica dado que se es partícipe de otro entorno.
¿Todos son iguales de corruptos, demagogos, ambiciosos, prepotentes, indolentes, etcétera? Quizá no todos, quizá es una cuestión propia del ser humano, quizá es la especie política en sí la podrida de origen, quizá unos son menos que otros o quizá en verdad algunos sean honestos.
Quizá, siempre nos quedamos en el quizá, en la intuición, en la experiencia, pero ¿por qué creo que el candidato de tal partido que está en la boleta es así? ¿Por qué el otro dice que él no es como su adversario? ¿Son todos iguales o es que los vemos así por esa cercanía engañosa?
El quehacer diario, la simplicidad de la familiaridad, nos oculta las respuestas que se vuelven fundamentales a la hora de decantarnos por uno u otro candidato.
La crítica, liberarse de las ataduras de la fe, el apartarse del fanatismo, preguntarse, cuestionar ideas que bien pensadas resultan inviables, realizar introspecciones, conseguir confrontar propuestas de uno u otro candidato y con la historia misma, son algunas formas de crear distancias, con la finalidad de ver los detalles, las diferencias reales entre uno u otro.
Estar Sin Estar
Como interpreto lo
que me pasa en el día a día? los sucesos no suelen ser ni buenos ni malos,
simplemente son.
Cuál es mi reacción
ante un día de lluvia? la manera en que reacciono a lo que me ocurre responde a
mi interpretación de lo ocurrido, no al suceso en sí.
Confundimos los
hechos con las ideas que nos hacemos sobre ellos. un día agradecemos
enormemente que el tren haya llegado con 10minutos de retraso porque esto nos
ha permitido tomarlo y, otro día, esos mismos 10 minutos de más del mismo tren
nos enfurecen porque van a hacer que lleguemos tarde a una reunión.
Cuando nos
enfadamos, cuando nos sentimos molestos, solemos buscar culpables, intentamos
identificar qué ha hecho el otro que nos ha producido este malestar, pero no se
trata tanto de analizar el comportamiento de los demás, sino de analizar
nuestras propias reacciones; poner
la mirada, el foco, dentro.
Nuestro bienestar (en el trabajo, en la vida) no depende tanto de lo que
tenemos que hacer, sino de la actitud con la que lo hacemos.
Solemos buscar la
razón de nuestro descontento, la culpa de nuestro sufrimiento, fuera, ya sea en
otra persona o en las circunstancias que nos rodean. sin embargo, pocas veces
son los otros el motivo. solo un 10% de nuestra felicidad depende de las condiciones
exteriores, un 10%! lo que pensamos sobre nosotros mismos y sobre el mundo
influye muchísimo más sobre nuestra felicidad/infelicidad que nuestras
condiciones reales de vida.
Vivimos en una
cultura del tiempo que se caracteriza por el "todo, siempre y ahora".
el tiempo ya no nos ayuda a establecer un orden en la vida y en el trabajo como
sí sucedía antes, que las estaciones, las horas del día y de la noche marcaban
los ritmos. ahora todas las barreras se han diluido, tenemos acceso a un sinfín
de herramientas que nos permiten ahorrar tiempo y, sin embargo, la sensación es
que cada vez disponemos de menos.
Internet y las
redes sociales nos permiten conectar con personas de todos los rincones del
mundo con aficiones e intereses similares y esto es emocionante y maravilloso.
a la vez, son una invitación constante a la dispersión, un runrún de fondo
continuo que muchas veces acaba por hacer que no podamos escucharnos, que no
nos oigamos a nosotros mismos.
En este mundo de
conexión permanente y murmullo incesante, de oferta ilimitada y siempre
disponible, perdemos la capacidad para callar: hablamos mucho y no decimos
nada, el silencio nos incomoda.
Comemos pero no saboreamos, oímos pero no
escuchamos, vemos pero no observamos. Es como si pasáramos por este mundo de
puntillas, sin ir a fondo realmente en nada, como si echáramos un vistazo desde
arriba, perdiéndonos todos los colores, todos los sonidos, todos los
matices.
Y con esta conexión
y parloteo constantes perdemos también la capacidad de estar solos. una soledad
que, vivida positivamente, fomenta que pensemos por nosotros mismos y fomenta
la concentración. Aprendiendo a estar en silencio, a estar solos, aprendemos
también a escuchar y, sobre todo, a escucharnos, nos encontramos con nosotros.
Estar en silencio nos permite darnos cuenta de lo que queremos hacer y de
cómo queremos hacerlo.
La Capacidad De Crear
La creatividad es una parte natural de la vida. No es algo
que está limitado a gente especial, o que sólo sucede en determinados sitios.
Con seguridad, nadie encuentra el canto del pájaro como algo antinatural o
amenazante. ¿Y quién no puede dejar de sentirse cautivado por la belleza de un
límpido cielo azul o un árbol de cerezo en flor? Para mí, estos son ejemplos de
nuestro amor natural por la belleza y definen el verdadero espíritu del arte y
de la cultura.
A menudo la vida es difícil, tiene espinas como el tallo de
una rosa. La cultura florece de ese tallo. A veces parece que el mundo nos
tratara como partes de una máquina y nosotros necesitamos algo que nos permita
recobrar nuestra humanidad. Cada uno de nosotros tiene sentimientos reprimidos
y acumulados en su interior: un grito callado que emana desde las profundidades
de nuestra alma.
El arte le da a esos sentimientos voz y forma. Libera nuestra
humanidad. Es la emoción, el placer de expresar nuestra vida interior tal cual
es.
Mi amigo Oswaldo Pugliese, maestro del tango argentino, fue
una persona que supo combinar la creatividad con una personalidad firmemente
enraizada en la realidad. "Mis dedos son tan duros como mis uñas",
solía decir. "Soy sólo un carpintero que martilla sin descanso las teclas
del piano."
El Sr. Pugliese nació en el centro de Buenos Aires, un
vecindario en el que vivían apiñadas en edificios baratos las familias de inmigrantes.
Las personas eran cálidas y afectuosas y daban rienda suelta a la libre
expresión de sus emociones.
Su papá era el flautista de una banda de tango. El tango es
salvaje, sofisticado, humorístico, elegante, hermoso y feroz. Sus ritmos pulsan
lúgubres anhelos que no pueden ser expresados en palabras. Éste ritmo pulsaba
en las venas del Sr. Pugliese. Después de un largo aprendizaje, presentándose
en cines y cafés nocturnos, finalmente formó su propia banda de tango cuando
tenía treinta y tres años. La banda trabajó persistentemente para crear sus
propios sonidos, y fueron premiados con una explosiva popularidad. Mientras
tanto, las orquestas que una vez habían sido populares y que se habían
contentado con seguir pasivamente las tendencias de la época, se disolvían una
tras otra.
El Sr. Pugliese le dijo una vez a los miembros de su
orquesta: "Estamos navegando en un vasto océano de tango. Lo más
importante es conocer las corrientes de ese océano que son las que nos llevarán
al puerto de los corazones de la gente."
Creo que la gran música, como todo gran arte, tiene que venir
del corazón. Si su mundo interior es débil, lo que usted puede crear será
igualmente débil. La clave en la vida es sobrevivir y seguir viviendo no
importa lo que pase. Una presentación musical será un fracaso, si los músicos
abandonan y dejan de tocar en la mitad de la presentación. De esa manera será
imposible "llegar" al corazón de la audiencia. La determinación de
continuar hasta el fin es esencial tanto para la vida como para el arte.
El compositor italiano Giuseppe Verdi, al escribirle una
carta a un joven que quería seguir la carrera artística, lo exhortó a no
dejarse arrastrar ni por la crítica ni por la alabanza. Él continuó: " El
artista debe mirar hacia el futuro, ver nuevos mundos en medio del caos, y si
al final de su larga travesía puede divisar una luz diminuta, no debería
temerle a la oscuridad que lo circunda. Hay que dejarlo seguir recto hacia
adelante y si alguna vez tropieza y se cae, debe levantarse de nuevo y
continuar su camino. Es igual que la vida. Debemos apretar los dientes y seguir
caminando con coraje hacia la luz."
Este espíritu de total dedicación es la clave de la
creatividad. Ciertamente, los momentos en los que siento que he hecho algo
creativo, son aquellos en los que me he lanzado con todo mi corazón a efectuar
una tarea, y luego he seguido adelante sin descanso hasta verla concluida. En
esos momentos siento que he ganado en la lucha por engrandecer mi vida.
La expresión artística es una exploración de nuestro mundo
interior. Como escribió Thoreau: "Voltea tus ojos directo hacia adentro,
si así lo haces, encontrarás miles de regiones que nunca han sido
descubiertas".
La creatividad significa empujar y abrir la pesada y
quejumbrosa puerta de la vida. Esta no es una lucha fácil, de hecho, puede ser
una de las tareas más difíciles en el mundo, un asunto de sudor y lágrimas.
Porque abrir la puerta de nuestra propia vida puede ser tan difícil como abrir
la puerta de los misterios del universo.
Yo creo que el arte y la cultura enriquecen al individuo, a
la vez que alcanzan, comunican y acercan a la gente. La cultura no conoce
fronteras, trasciende las diferencias étnicas, ideológicas o nacionales. Nos
toca como seres humanos, produciendo sentimientos de plenitud y ampliando y
abriendo el yo interior. Las vibraciones espirituales del artista, producen
vibraciones similares en nuestros corazones. Esta es la esencia de la expresión
artística.
Longevidad Humana
La persona más longeva de la historia murió a la edad de 122
años, y de aquello hace ya 20 años. Un análisis reciente de los datos
demográficos globales sugiere que esa podría ser la edad máxima alcanzable por
los seres humanos, y que es muy poco probable que alguna vez alguien vaya a
vivir mucho más allá. A menos que la ciencia avance lo suficiente para terminar
con ese problema.
En un nuevo estudio publicado
por la revista Nature, el genetista molecular Ene Vijg y su equipo de la Escuela de Medicina Albert Einstein del
Bronx aseguran que la vida humana tiene un límite natural, y que probablemente
nunca superaremos ese máximo. Es una conclusión sorprendente teniendo en cuenta
los enormes logros médicos que hemos conseguido en los últimos 100 años, y el
constante aumento de la esperanza de vida. Pero como señala este estudio, los
beneficios producidos por estas intervenciones y todas las cosas que hacemos
para permanecer vivos y saludables solo llegan hasta esa edad. Con el tiempo
nuestros cuerpos, sin importar lo que hagamos, se desgastan y expiran.
Nadie ha vivido más que Jeanne Calment, que murió en 1997 a la edad de 122 años y 164 días. Dado que
cada vez hay más personas que superan la barrera de los 100 años, y teniendo en
cuenta los constantes aumentos en la esperanza de vida, los científicos
pensaban que su récord de longevidad se rompería con relativa rapidez. No ha
sucedido. Hay una gran diferencia, al parecer, entre la esperanza de vida —el
tiempo promedio se espera que una persona viva dentro de una población— y la
vida útil o esperanza de vida máxima, que describe la edad máxima alcanzada por
un miembro de una especie en particular.
Vijg y sus colegas echaron un vistazo en The Human Mortality Database —una
herramienta de investigación a disposición del público que proporciona
estadísticas globales de mortalidad y de población a investigadores,
estudiantes y otros interesados en la longevidad humana. Los investigadores
descubrieron que los saltos en las tasas de supervivencia se estabilizaron en
torno a 1980.
Un análisis de seguimiento con los datos de la International
Database on Longevity, que incluye estadísticas demográficas de
países desarrollados como los Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y Japón,
demostró que las personas que más han vivido no han conseguido superar la edad
de Calment cuando murió en 1997. Los investigadores creen que esto revela un
límite natural en la longevidad.
Los modelos desarrollados por estos investigadores
demuestran que las posibilidades de cualquier persona que viva mucho más allá
de ese límite son escasas. “Si suponemos que hay 10.000 mundos como el nuestro,
solo un individuo llegará a 125 años de edad en un año determinado”, explica
Vijg a Gizmodo. “La probabilidad es de 1 entre 10.000, extremadamente
remota”.
“Tendremos que descubrir algo fundamentalmente diferente
que nos permita retrasar el proceso biológico del envejecimiento para conseguir
romper esta barrera. Soy optimista y creo que esto va a suceder en nuestra era”
El sociólogo y gerontólogo S. Jay Olshansky de la
Universidad de Chicago está de acuerdo con estos hallazgos. Cree que muchas
personas tienen la falsa creencia de que siempre podremos fabricar más tiempo
de supervivencia por medio de la tecnología médica.
viernes, 21 de septiembre de 2018
El Ser Persona
"Persona", por definición, sería cualquier ser que posee subjetividad,
es decir, conciencia de sí mismo y de sus experiencias. Una persona es un ser
que tiene un yo. Por tanto, persona sería todo ser que tiene capacidad de
sentir puesto que la capacidad de sentir implica la conciencia. Éste es el
requisito a nivel fisiológico para ser incluido en el concepto de persona, en
oposición a la noción de cosa.
Lo moralmente relevante del concepto de persona está en lo que implica como tal. Es decir, una persona es un ser que, a diferencia del resto de seres, tiene un valor intrínseco. Y si un ser tiene un valor intrínseco esto quiere decir que no se lo puede tratar justificadamente como si sólo tuviera un valor instrumental. Eso sería explotación y es la razón por la cual la esclavitud es inmoral. Porque un valor intrínseco es un valor absoluto e inherente que nosotros no podemos modificar ni cambiar para nuestro gusto o conveniencia.
Los únicos seres que pueden valorar son los seres sintientes. Sólo ellos pueden generar valoraciones (preferencias, deseos, intereses). Además, todos los seres sintientes se valoran a sí mismos (valoran su conservación, su bienestar y su libertad) aunque nadie más lo hiciera. Esto es lo que quiere decir que ellos tienen, de hecho, un valor intrínseco: un valor fijo e inherente que se dan a sí mismos necesariamente por el hecho de ser sintientes.
Al ser sintiente también lo podemos denominar como individuo. El hecho de ser sintiente implica que uno se identifica a sí mismo (A=A) como una unidad diferenciada - dividida - del resto que lo rodea. Esto es el individuo. Y también es sinónimo de sujeto, en oposición a objeto.
Por tanto, el concepto de persona incluye tres aspectos: 1) la sintiencia; 2) el valor intrínseco; y 3) la noción de que el individuo merece ser considerado y respetado siempre como un fin en sí mismo y nunca como un simple medio para un fin.
La noción moral de persona y el hecho fisiológico de la sintiencia coinciden a través del principio de identidad.
Ser sintiente = Valor intrínseco = Persona.
La razón nos obliga a respetar a los seres sintientes. Porque son los únicos seres que tienen identidad. Mejor dicho: son identidad. La identidad (la conciencia) es lo que caracteriza esencialmente al ser sintiente. Y dado que un ser sintiente es un sujeto, y no un objeto, entonces no sería lógicamente correcto considerarlo ni tratarlo como un objeto, como una mera cosa.
Sentir no significa simplemente "obtener información" sino procesar percepciones en forma de sensaciones, es decir, experiencias subjetivas. Eso es la conciencia: la conciencia sensitiva. En eso consiste ver, oír, oler, saborear, disfrutar, sufrir... Esto es sentir.
Las máquinas no ven, ni oyen, ni huelen. Tampoco las plantas. No sienten. Aunque puedan detectar la luz o los sonidos, ni las máquinas ni las plantas tienen ninguna capacidad para procesar esa información en forma de experiencias subjetivas, puesto que carecen de órgano o dispositivo que pueda ejercer esa función. Sólo los animales que poseen un sistema nervioso tienen la facultad de sentir, ya que sabemos que precisamente una de las funciones principales del sistema nervioso centralizado consiste en generar sensaciones.
El dolor es una sensación. El placer es una sensación. La imagen también lo es. Al igual que los sonidos, los olores, las texturas, los placeres. Son fenómenos físicos que existen en determinada forma de la materia. Son producto de la actividad química y eléctrica del sistema nervioso. El problema es que se trata de una experiencia privada que no se puede observar desde fuera ni medir ni cuantificar. Por eso, la única evidencia es la conciencia personal que tiene cada uno de sí mismo. Todo lo demás son siempre deducciones; no evidencias objetivas. Pero si las deducciones son lógicamente consistentes y se basan en evidencias empíricas, entonces hay que aceptarlas racionalmente.
Sabemos con certeza que nosotros podemos sentir porque tenemos estructuras neuronales especializadas en nuestro sistema nervioso que generan las sensaciones. Y resulta que los demás animales poseen esas mismas estructuras en forma idéntica, análoga o muy similar en su sistema nervioso. Por tanto, la única conclusión razonable sería deducir que ellos sienten. Y si sienten entonces son seres conscientes. Y por tanto merecen ser considerados y respetados como personas. La sintiencia implica la conciencia. Todo ser sintiente es por ese motivo un ser consciente.
¿Podemos cuestionar el hecho de que "ver una imagen" implica "ser consciente de la visión de una imagen"? Hacerlo sería tan absurdo como suponer que es posible sentir dolor sin ser consciente de que se siente dolor.
Siempre que hay una sensación tiene que haber necesariamente conciencia de esa sensación. Por ejemplo, si hay dolor tiene que haber por fuerza alguien que siente ese dolor. !No puede haber dolor sin que haya alguien que le duela! El fenómeno de la sensación requiere de la subjetividad. Es por ello que entendemos que cualquier ser sintiente debe disponer, como mínimo, de una conciencia básica de sí mismo y de lo que le sucede.
Si otros animales pueden ver, pueden oír, pueden oler,.... entonces necesariamente tienen que tener, al menos, una conciencia básica: un yo que experimenta las percepciones procesadas en sensaciones. La sensación implica conciencia (alguien-siente-algo). Esto es la naturaleza de la subjetividad. La diferencia radical entre objeto y sujeto: entre cosa y persona.
Por otra parte, el simple hecho de ser persona no implica ninguna obligación ni responsabilidad. Sólo implica que los agentes morales respetemos su valor intrínseco, es decir, que consideremos a un ser sintiente siempre como un fin en sí mismo y no como un medio para los fines nuestros o de otros.
La responsabilidad y obligación sólo competen a los individuos que tienen una conciencia moral desarrollada. Persona no equivale a ser agente moral. Los animales no humanos son personas, pero no son agentes morales (ni tampoco lo son todos los humanos) porque no tienen conciencia moral y es por esto que no pueden de hecho tener obligaciones ni responsabilidad, ni sería lógico pretender que las tengan.
Lo moralmente relevante del concepto de persona está en lo que implica como tal. Es decir, una persona es un ser que, a diferencia del resto de seres, tiene un valor intrínseco. Y si un ser tiene un valor intrínseco esto quiere decir que no se lo puede tratar justificadamente como si sólo tuviera un valor instrumental. Eso sería explotación y es la razón por la cual la esclavitud es inmoral. Porque un valor intrínseco es un valor absoluto e inherente que nosotros no podemos modificar ni cambiar para nuestro gusto o conveniencia.
Los únicos seres que pueden valorar son los seres sintientes. Sólo ellos pueden generar valoraciones (preferencias, deseos, intereses). Además, todos los seres sintientes se valoran a sí mismos (valoran su conservación, su bienestar y su libertad) aunque nadie más lo hiciera. Esto es lo que quiere decir que ellos tienen, de hecho, un valor intrínseco: un valor fijo e inherente que se dan a sí mismos necesariamente por el hecho de ser sintientes.
Al ser sintiente también lo podemos denominar como individuo. El hecho de ser sintiente implica que uno se identifica a sí mismo (A=A) como una unidad diferenciada - dividida - del resto que lo rodea. Esto es el individuo. Y también es sinónimo de sujeto, en oposición a objeto.
Por tanto, el concepto de persona incluye tres aspectos: 1) la sintiencia; 2) el valor intrínseco; y 3) la noción de que el individuo merece ser considerado y respetado siempre como un fin en sí mismo y nunca como un simple medio para un fin.
La noción moral de persona y el hecho fisiológico de la sintiencia coinciden a través del principio de identidad.
Ser sintiente = Valor intrínseco = Persona.
La razón nos obliga a respetar a los seres sintientes. Porque son los únicos seres que tienen identidad. Mejor dicho: son identidad. La identidad (la conciencia) es lo que caracteriza esencialmente al ser sintiente. Y dado que un ser sintiente es un sujeto, y no un objeto, entonces no sería lógicamente correcto considerarlo ni tratarlo como un objeto, como una mera cosa.
Sentir no significa simplemente "obtener información" sino procesar percepciones en forma de sensaciones, es decir, experiencias subjetivas. Eso es la conciencia: la conciencia sensitiva. En eso consiste ver, oír, oler, saborear, disfrutar, sufrir... Esto es sentir.
Las máquinas no ven, ni oyen, ni huelen. Tampoco las plantas. No sienten. Aunque puedan detectar la luz o los sonidos, ni las máquinas ni las plantas tienen ninguna capacidad para procesar esa información en forma de experiencias subjetivas, puesto que carecen de órgano o dispositivo que pueda ejercer esa función. Sólo los animales que poseen un sistema nervioso tienen la facultad de sentir, ya que sabemos que precisamente una de las funciones principales del sistema nervioso centralizado consiste en generar sensaciones.
El dolor es una sensación. El placer es una sensación. La imagen también lo es. Al igual que los sonidos, los olores, las texturas, los placeres. Son fenómenos físicos que existen en determinada forma de la materia. Son producto de la actividad química y eléctrica del sistema nervioso. El problema es que se trata de una experiencia privada que no se puede observar desde fuera ni medir ni cuantificar. Por eso, la única evidencia es la conciencia personal que tiene cada uno de sí mismo. Todo lo demás son siempre deducciones; no evidencias objetivas. Pero si las deducciones son lógicamente consistentes y se basan en evidencias empíricas, entonces hay que aceptarlas racionalmente.
Sabemos con certeza que nosotros podemos sentir porque tenemos estructuras neuronales especializadas en nuestro sistema nervioso que generan las sensaciones. Y resulta que los demás animales poseen esas mismas estructuras en forma idéntica, análoga o muy similar en su sistema nervioso. Por tanto, la única conclusión razonable sería deducir que ellos sienten. Y si sienten entonces son seres conscientes. Y por tanto merecen ser considerados y respetados como personas. La sintiencia implica la conciencia. Todo ser sintiente es por ese motivo un ser consciente.
¿Podemos cuestionar el hecho de que "ver una imagen" implica "ser consciente de la visión de una imagen"? Hacerlo sería tan absurdo como suponer que es posible sentir dolor sin ser consciente de que se siente dolor.
Siempre que hay una sensación tiene que haber necesariamente conciencia de esa sensación. Por ejemplo, si hay dolor tiene que haber por fuerza alguien que siente ese dolor. !No puede haber dolor sin que haya alguien que le duela! El fenómeno de la sensación requiere de la subjetividad. Es por ello que entendemos que cualquier ser sintiente debe disponer, como mínimo, de una conciencia básica de sí mismo y de lo que le sucede.
Si otros animales pueden ver, pueden oír, pueden oler,.... entonces necesariamente tienen que tener, al menos, una conciencia básica: un yo que experimenta las percepciones procesadas en sensaciones. La sensación implica conciencia (alguien-siente-algo). Esto es la naturaleza de la subjetividad. La diferencia radical entre objeto y sujeto: entre cosa y persona.
Por otra parte, el simple hecho de ser persona no implica ninguna obligación ni responsabilidad. Sólo implica que los agentes morales respetemos su valor intrínseco, es decir, que consideremos a un ser sintiente siempre como un fin en sí mismo y no como un medio para los fines nuestros o de otros.
La responsabilidad y obligación sólo competen a los individuos que tienen una conciencia moral desarrollada. Persona no equivale a ser agente moral. Los animales no humanos son personas, pero no son agentes morales (ni tampoco lo son todos los humanos) porque no tienen conciencia moral y es por esto que no pueden de hecho tener obligaciones ni responsabilidad, ni sería lógico pretender que las tengan.
La Honestidad
La honestidad es una cualidad que define la calidad humana y consiste en comportarse y expresarse con coherencia y sinceridad, de acuerdo con los valores de verdad y justicia.
En el sentido más evidente de la palabra, puede entenderse
como el simple respeto a la verdad en relación con el mundo, los hechos y las
personas.
Pero no siempre somos conscientes del grado en que está
presente en nuestros actos. El autoengaño hace que perdamos la perspectiva con
respecto a la honestidad de los propios hechos, obviando todas aquellas
visiones que pudieran alterar nuestra decisión.
En estos tiempos, cuando comentamos sobre la pérdida de
valores en algunos segmentos de la sociedad, es oportuno reflexionar acerca de
esa cualidad, que constituye ante todo una actitud hacia nosotros mismos.
Representa, sin dudas, una condición fundamental en las
relaciones interpersonales, para lograr la amistad y la auténtica vida
comunitaria. Ser deshonesto es ser falso, injusto, impostado, ficticio.
Pero sucede que se ha perdido por estos días eso que
nuestros abuelos y padres llamaban dar la palabra, que no era otra cosa que
comprometerse a cumplir con algo acordado, sin necesidad de firmar un papel,
porque estaba de garante la honestidad.
Y es así como algunos presumen de ser muy cumplidores de la
palabra que dan a otros con respecto a hacer un trabajo y luego no lo cumplen,
o son reacios a pagar un préstamo, y también se muestran como personas
fanfarronas que especulan con bienes que en realidad no poseen.
Quienes son honestos se alejan de la pereza y cumplen sus
deberes, sin necesidad de dar pretextos o mentir para encubrir la falta de
responsabilidad.
Igualmente son fieles a sus promesas y compromisos por pequeños que puedan parecer.
Tampoco se dedican a alabar a las personas para conseguir su
beneplácito, ni siguen una doctrina o filosofía en la que no creen, solo por
pertenecer a un grupo o ser popular. Quien es honesto acepta cuando comete un
error o equivocación y no culpa nunca a alguien más por ello.
Estudiosos del tema señalan que la honestidad es uno de los
valores que más genera imagen, siendo por ello esgrimida como cualidad” por
aquellos que quieren ganarse el favor de los demás
.
Resulta oportuno aclarar que no consiste solamente en la
franqueza o la capacidad de decir la verdad, sino en asumir que la verdad es
solo una y que no depende de personas o consensos.
Requiere por lo tanto un acercamiento a la verdad, no
mediatizado por los propios deseos.
El filósofo Sócrates fue quien dedicó en la antigüedad
mayores esfuerzos al análisis del significado de la honestidad.
Posteriormente, dicho concepto quedó incluido en la búsqueda
de principios éticos generales que justificaran el comportamiento moral.
Un individuo honesto es el que actúa y habla de conformidad
con lo que considera correcto, pero no hace de tales actuaciones un escenario
teatral para ser reconocido por los otros.
Los buenos o malos sentimientos y cualidades no nacen con
las personas, se forman mediante un proceso educativo que debe comenzar desde
edades tempranas, y en el cual el ejemplo y la actitud de la familia son
factores principales para lograr individuos sensibles.
Así, cada uno valorará lo que le corresponde y actuará basándose
en sus propios principios.
Lazos Ancestrales
Un grupo de
investigadores de la Universidad Stony Brook (Estados Unidos) y del Instituto
Max Planck de Ciencia de la Historia Humana (Alemania) acaba de publicar un
artículo en la revista PNAS donde presentan el hallazgo del cementerio más
antiguo y extenso de África oriental.
Se trata del yacimiento de Lothagam
Norte, un enterramiento monumental construido
hace 5.000 años por pastores que vivieron en las cercanías
del Lago Turkana, en Kenia, cerca de una región donde se han hallado los restos
fósiles de los primeros ancestros del hombre. Una de las cosas más interesantes
del hallazgo es que la disposición de los restos contradice mucha de las
asunciones que se habían hecho hasta ahora sobre las sociedades tempranas.
Principalmente,
hasta ahora se ha considerado que los grandes monumentos solo aparecieron en
aquellas sociedades complejas que desarrollaron una estructura social
estratificada. Sin embargo, se cree que el grupo de pastores que lo levantó
formaba una sociedad igualitaria, sin estratos.
«Este
descubrimiento contradice nuestras ideas sobre la monumentalidad», ha dicho en
un comunicado Elizabeth Sawchuck, coautora del estudio. «Lothagam Norte es un
ejemplo de monumentalidad que no
está vinculado con la aparición de la jerarquía, lo que nos obliga a
considerar otras narrativas del cambio social».
Una tumba para
hombres iguales
Pero, ¿qué es el
yacimiento de Lothagam Norte? Según han ido averiguando los arqueólogos, se
trata de un cementerio comunal construido durante siglos, hace 5.000 a 4.300
años. Está constituido por una plataforma de unos 30 metros de diámetro en cuyo
centro hay una importante cavidad para enterrar a los fallecidos.
Según han
averiguado, una vez que el hueco se llenó, los pastores lo cubrieron con piedras y
levantaron pilares megalíticos encima, algunos de los cuales
procedían de lugares situados a un kilómetro de distancia. En los alrededores,
se añadieron círculos de piedras y mojones.
Ecuanimidad
Si algún vocablo adquiere especial relevancia ante el entorno económico actual, es ecuanimidad. Literalmente significa igualdad de ánimo, imparcialidad de juicio, equidad, desapasionamiento. La ecuanimidad consiste en aceptar lo que sucede, en entender verdaderamente lo que es 'dejar pasar’, sin que ello signifique en modo alguno pasividad. La ecuanimidad no es indiferencia y está directamente asociada con apertura mental.
A nivel empresarial, la palabra ecuanimidad no hace parte del léxico habitual de los negocios. Desde luego se reconoce fácilmente cuando se actúa con la misma, pero solo ocasionalmente se encuentra incluida expresamente en los valores de las organizaciones. Johnson & Johnson, por ejemplo, la postula dentro de los mismos. Explícita o no, la ecuanimidad debe inculcarse y fortalecerse si se quiere tener una sana y sólida cultura empresarial, enfrentada siempre al terreno de lo incierto.
Sin embargo, las épocas o situaciones de mayor incertidumbre constituyen una amenaza para actuar con ecuanimidad. Ello se da por el afán de encontrar rápidas soluciones a aquello que perturba la calma. Despidos apresurados, recortes de gastos al azar, cancelación de proyectos y planes, y en general negativas a toda iniciativa que parezca no absolutamente indispensable para el corto plazo del negocio, suelen ser algunas de las manifestaciones de las épocas más inciertas. Lamentablemente, el actuar sin ecuanimidad en la toma de tales decisiones, puede significar sacrificar el futuro por apaciguar la ansiedad del presente. La productividad a corto plazo forzada por recortes abruptos, está afectando la iniciativa empresarial, según estudios del profesor Henry Mintzberg de la Facultad de Administración de Universidad de McGill en Canadá, al que hizo alusión un reciente artículo publicado por PORTAFOLIO.
Desde luego que en momentos inciertos hay que tomar decisiones, muchas de ellas difíciles y de alto riesgo. Lo importante es sopesarlas con objetividad, comunicarlas con sinceridad y anticipar sus efectos, sobre todo en el largo plazo. No decidir oportunamente, puede ser tan nefasto como la falta de ecuanimidad, al añadir a la tortura de la incertidumbre el de la indecisión.
Otra amenaza proviene de la necesidad de mantener los ingresos y el flujo de caja. Cuando éstos se disminuyen, se argumenta que todo negocio sirve, olvidando que éstos deben ser alimento para nutrir la empresa , sin exponer al sistema organizacional a digerir lo no digerible, forzándolo en aspectos económicos, financieros, operativos, logísticos, de talento y recursos humanos, etc. La madurez exige seleccionar conscientemente lo que no se debe hacer. Lo anterior no significa dejar de incursionar en nuevos negocios cuando éstos son producto de la innovación y del conocimiento, pero sí cuando surgen de la improvisación desesperada.
Caer en la tentación que ofrece el azar de enriquecerse o recuperarse económicamente, comprando y vendiendo a toda velocidad títulos valores y divisas en su impredecible volatilidad, es otra amenaza contra el actuar ecuánime y prudente, así como tomar riesgos no controlados en operaciones en moneda extranjera. Naturalmente, en esta materia cada empresa y actividad tiene características diferentes, lo cual hace que generalizar no sea una sana práctica a utilizar.
Proceder con ecuanimidad empresarial en tiempos de mayor incertidumbre requiere convicción sobre el diagnóstico particular de cada caso, pero también atenta escucha y respetuosa evaluación de posiciones diferentes, dando cabida, cuando fuere del caso, a la orientación y consejo independiente de un tercero con capacidad de análisis y criterio.
De cara a la gestión, es hora de sacar a relucir la importancia de las competencias en los ejecutivos, y premiar la innovación, el logro y su motivación, para actuar con cordura y ecuanimidad sin perder el sano optimismo ni el foco del negocio.
Elocuencia
La elocuencia es una capacidad o habilidad que tienen ciertas personas para expresarse de manera clara, concisa y directa. La elocuencia puede estar presente en el habla pero también en otros espacios como imágenes que envían un mensaje claro y evidente. La elocuencia es una capacidad muy importante para aquellas personas que hacen de la comunicación su arma laboral, por ejemplo vendedores, comunicadores, etc.
La palabra elocuencia viene del idioma latín elocuentia, que significa exponer hacia fuera. La elocuencia era para los antiguos una de las capacidades más importantes en la comunicación, especialmente siendo que la escritura estaba reservada para las clases más altas y que, por tanto, el resto de la población debía lograr comunicarse de manera clara y concisa.
La elocuencia es una habilidad, una destreza, lo cual quiere decir que uno puede fácilmente desarrollarla con la práctica. Para eso, es importante tener una idea clara y armada a desarrollar o presentar y buscar los argumentos que la hagan aún más clara y evidente para el público al cual se trata de atraer. Otra de las características de la elocuencia es la adaptabilidad que supone ante diferentes tipos de público, no sólo en el lenguaje que se usa, si no también en los modismos, en los gestos, en muchas cosas más.
En la actualidad, la elocuencia es parte importante de muchas áreas laborales así como también, por ejemplo, de la política. Se considera que un político elocuente que sabe expresar sus ideas de manera simple pero clara y que puede presentarse ante diversos tipos de público tiene muchas más chances de ser reconocido y aprobado por la gente que uno que no se maneja de manera elocuente o que muestra una actitud mucho más recelosa. La comunicación, la venta, la propaganda, la publicidad son todas áreas en las que la elocuencia también es muy importante.
Compasión Humana
La fuerza de la compasión: ese tejido invisible que sostiene
el mundo
La compasión es una predisposición natural que, si se
potencia, protege de las emociones destructivas y aporta serenidad a la vida.
Cada día, en todo momento, en todo el mundo, se producen
millones de actos espontáneos de bondad. En el ser humano hay
una tendencia instintiva hacia la bondad y la compasión que a menudo
no percibimos, porque la damos por supuesta y porque los medios de comunicación
tienden a dirigir nuestra atención hacia acontecimientos violentos y
estridentes.
Un tejido invisible de bondad sostiene la cohesión de
la sociedad, de las familias, de las amistades, de los amores. Es invisible,
pero ante las turbulencias del mundo de hoy conviene recordar que está ahí.
Compasión y bondad, por naturaleza
La psicología y la neurología nos muestran, como explica el
psicólogo Daniel Goleman, que el cerebro tiene una predisposición hacia la
bondad. Según el ejemplo que ponía hace un siglo el científico finlandés Edvard
Westermarck, al igual que no podemos evitar sentir dolor si el fuego nos quema,
tampoco podemos evitar sentir compasión por nuestros semejantes.
El sabio chino Mencio lo ilustraba con la angustia y la
compasión que cualquier persona en su sano juicio sentiría si ve a un niño a
punto de caer en un pozo.
Nuestra tendencia espontánea es sentirnos mal con
el sufrimiento de los otros e intentar aliviarlo.
De esa fuerza natural nace el poder del amor.
La empatía es la capacidad de resonar con lo que siente otro ser. Y
puede acabar resultando agotadora (como a veces experimentan, entre otros,
médicos, enfermeras y activistas dedicados al bien común) si no está infundida
de amor compasivo y de una profunda confianza en la bondad última de la
naturaleza humana.
El Hombre Y Sus Valores
La moralidad
histórica se ha inclinado a exigir que el sujeto moral tenga como motivación
fundamental la preocupación por el ser humano en el sentido de posibilitar su
desarrollo, logrando la satisfacción de sus necesidades fundamentales.
El
humanismo, como valor, comporta la convicción ilimitada en las posibilidades
del ser humano y en su capacidad de perfeccionamiento; presupone la defensa de
la dignidad personal; proclama la concepción de que el individuo tiene derecho
a la felicidad y exige validar el criterio acerca de que la satisfacción de las
necesidades e intereses del ser humano debe constituir el objetivo esencial de
la solidaridad, en la búsqueda de un mundo más cooperativo.
La solidaridad es
el valor moral que expresa la necesidad de vincular la existencia individual al
objetivo de potenciar la diversidad de relaciones que une a los miembros de la
sociedad. Relaciones que se establecen afectuosamente entre los individuos, en función
de objetivos comunes de la clase, sector, grupo, países, etc., en aras
del beneficio común; por eso adquiere también connotaciones
internacionales, significando, en ese sentido, la manifestación colectivista de
todas las fuerzas progresistas de la humanidad.
La solidaridad
demanda la adopción de la causa del humanismo como fundamento primordial de la
vida personal; admite el reconocimiento de nuestros semejantes a fin de lograr
el necesario entendimiento y comprensión entre todos los miembros de la
sociedad; implica la comprensión del humanismo como actitud del sujeto moral
encaminada a potenciar a los más débiles; sustenta la igualación de
oportunidades como condición del libre desarrollo de cada uno de los seres
humanos.
El valor moral de la solidaridad constituye un verdadero corolario de
la lucha del ser humano, por hacer realidad el valor del humanismo.
El humanismo, que
sólo puede plasmarse como realidad a través del ejercicio de la solidaridad, se
expresa en las relaciones interpersonales en forma de colectivismo. El
colectivismo, negación del individualismo fomentado por la desigualdad social,
promueve la dedicación de la vida personal a ideales y objetivos que comportan
la satisfacción de intereses humanos.
En su condición de
valor humano, el colectivismo fomenta el desarrollo de capacidades para la
ejecución de acciones conjuntas y se caracteriza por la entrega de la
existencia individual a fines que tienen una significación colectiva.
Si bien
es verdad que el colectivismo supone la primacía de los intereses sociales por
encima de los intereses personales, esto no significa que el sujeto moral no
pueda concretar sus aspiraciones individuales, pues hay que tener presente que
todo interés personal racionalmente entendido, tendrá siempre un carácter
social.
El colectivismo
cumple el rol de aglutinador de todos los demás componentes del sistema de
valores humanos, ya que expresa la esencia social del hombre, quien ha vivido,
vive y continuará viviendo en colectividades sociales; expresa la esencia de
los medios fundamentales de producción, basados en la propiedad colectiva sobre
los mismos y aglutina en su seno el resto de los valores morales de la
sociedad.
Esta última tesis
se fundamenta en que los hombres realizan su actividad vital no de una manera
aislada, sino en colectividades sociales y los vínculos que se establecen son
de diferentes tipos: consanguinidad y en este caso nos encontramos ante la
célula básica de cualquier sociedad: la familia, en la cual se sientan las
bases de las relaciones colectivistas.
Pero el vínculo también es de tipo
social, político y cultural, y en este sentido se forman agrupaciones que se
denominan Patria, la cual tiene un significado extraordinariamente importante
en la existencia social de los hombres; ya que la conciencia social moral ha
fijado, desde hace mucho tiempo la unidad del hombre y la Patria como el valor
moral del patriotismo, expresión de las relaciones colectivas en este tipo de
colectividad.
jueves, 20 de septiembre de 2018
Caminante No Hay Camino
Todos tenemos las huellas de un pasado al cual no podemos
volver, un presente que estamos formando y un futuro desconocido, incierto.
¿Qué implicaciones tiene decir esto? La primera es que no se puede volver al
pasado; la segunda es que nosotros mismos tomamos la decisión de caminar y la
forma de hacerlo; y la tercera es que no hay destino, no tenemos un futuro ya
determinado, sino que se va construyendo con nuestros pasos del día a día
.
“Caminante no hay camino se hace camino al andar” es una
frase que quizá muchos conocemos por la canción Cantares de Juan Manual Serrat,
cantante español con mayor apogeo en los 70´s y 80´s tanto en su ciudad natal
como en América Latina, pero sin duda vigente. Sin embargo, los versos de la
canción pertenecen al poeta modernista Antonio Machado también español. Esta
frase pensada por Machado y retomada o popularizada por Serrat, encierra un
conocimiento importante sobre la vida, del cual intentaré hablar en este
espacio, a propósito de este año nuevo 2019 y fin del 2018.
Comparar al hombre con un caminante tiene un gran significado
porque nos remite directamente a la vida en sí; refiriéndose a éste como
alguien que transita o anda por este mundo. Caminar tiene siempre una
determinada duración, tiene un inicio y un final, no podemos caminar
eternamente. Lo mismo sucede con la vida, tiene un inicio y un final: un día
nacemos iniciando nuestra caminata y a partir de ahí andamos hacia delante,
podemos voltear a ver las huellas de nuestro pasado, pero así como el caminante
no puede andar hacia atrás, nosotros no podemos regresar a nuestro pasado, sólo
caminar hacia nuestro futuro y muerte, pues ésta es el fin de nuestra caminata.
Son estrofas que acompañan al verso referido y en ellas se
continúa haciendo referencia a la vida comparada con un camino. El cual sea por
tierra o por mar, sólo se puede ver lo ya transitado por medio de las huellas o
estelas, pero no hay nada trazado adelante, sino lo que nosotros vamos formando
cada día. Todos tenemos las huellas de un pasado al cual no podemos volver, un
presente que estamos formando y un futuro desconocido, incierto. ¿Qué
implicaciones tiene decir esto? La primera es que no se puede volver al pasado;
la segunda es que nosotros mismos tomamos la decisión de caminar y la forma de
hacerlo; y la tercera es que no hay destino, no tenemos un futuro ya
determinado, sino que se va construyendo con nuestros pasos del día a día.
Aunque parezca innecesario mencionarlo porque de sobra se
sabe que no se puede regresar al pasado, sí es necesario repetirlo porque hay
quien camina mirando siempre hacia atrás. Para dos cosas se puede mirar al
pasado: para anhelar los buenos momentos vividos o para lamentarse por las
decisiones tomadas. Mirar hacia atrás es válido para reflexionar sobre lo que
hemos hecho y. al regresar nuestra mirada, nos permite dar el siguiente paso.
Pero lo que no se puede es querer caminar todo el tiempo mirando nuestro
pasado, eso sólo entorpece el andar.
Anhelar o lamentarse de lo sucedido es
algo que la gente hace todo el tiempo.
Desear el tiempo de su niñez o juventud,
una forma de vida antigua o algún amor pasado. Arrepentirse por las decisiones
que provocaron alguna ruptura, pobreza, soledad o hasta una muerte. Así pues,
anhelar o lamentarse por el pasado es absurdo porque, como se ha dicho, no se
puede volver a él ni mucho menos cambiarlo; entonces se debe evitar vivir en lo
sucedido.
Ser consciente de que tú eres el caminante, aquel quien da
los pasos y forja su propio camino, te permite dejar de buscar culpables y
justificaciones en tus decisiones. Cuando se anda no hay rastros de otros sobre
nuestro camino.
Se puede seguir a una persona o se puede caminar junto a ella,
pero nunca los pasos van a ser iguales. De esta misma forma las huellas de
nuestro andar no son causa de nadie más que de nosotros mismos.
Es muy
frecuente en las personas que cuando les va bien o están satisfechas con lo que
son y tienen, se lo atribuyen a sí mismas; sin embargo cuando les va mal, echan
culpas a todo su exterior.
Encontrar El Libro Adecuado
Me he dado cuenta de que existen muchas personas que dicen
que no les gusta leer, pero llenan sus redes sociales de frases, las comparten,
les dan like en instagram, las convierten en su nuevo tatuaje, o las ponen como
mensaje en todas sus fotografías.
Y además están las personas que leen cadenas,
estados largos de confesiones de otros usuarios y miles y miles de tweets.
Si eres de esas personas, te hago esta pregunta:
¿De verdad no te gusta leer, o solo no te estás dando la oportunidad de encontrar algo que te gusta?
¿De verdad no te gusta leer, o solo no te estás dando la oportunidad de encontrar algo que te gusta?
Entiendo que nuestro sistema educativo le ha quitado todo el
romance a la lectura, y ha hecho que se vuelva una obligación de mal gusto, a pesar
de que sus beneficios son hasta transformadores; pero si a ti te encanta leer
frases, quizá hay en ti un lector reprimido que está esperando por algo que lo
inspire.
Te aconsejo que hagas la prueba: si te gusta una frase,
busca quién es el autor, en qué libro dijo lo que tanto te gustó y leas ese
libro. ¿Quién sabe? En una de esas hasta termina siendo tu libro favorito.
Que no te importe si la portada no se ve muy bonita, o si el
libro tiene más de 100 páginas. Inténtalo, que tu vida está ahí para que hagas
algo nuevo cada día, y para que todo eso que hagas te ayude a seguir creciendo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)