El mediocre siente la necesidad de ajustarse a los demás.
Renuncia a su individualidad, a los más distintivo y precioso que tiene el ser
humano: su unicidad en toda la historia de la humanidad. Se amputa de su tesoro
más valioso. Deja de ser para ser los demás. Hay inseguridad y debilidad
interior. La responsabilidad lo abruma, prefiere endosar las decisiones al
grupo. Abdica de su persona y se incorpora a la manada. No tiene voz sino que
es eco. Para él resulta inconcebible ir contra la corriente. Se masifica. Tiene
que ser parte del coro. Es un masoquismo moral. Se entrega a la nada.
En debates abiertos se avanza o retrocede según sea la
calidad y la solidez de los argumentos, pero cuando irrumpe el envidioso no hay
razonamiento posible puesto que no surgen ideas sino que se destila veneno.
Este fenómeno constituye una desgracia superlativa ya que se odia el éxito
ajeno y cuanto más cercana la persona exitosa mayor es la fobia y el espíritu
de destrucción.
La manía de la guillotina horizontal básicamente procede de
la envidia.
Hoy en día la mayor parte de los discursos políticos están
inflamados de odio y resentimiento a quienes han construido sus fortunas
lícitamente en los mercados abiertos, mientras que esos mismos políticos generalmente
se apoderan de dineros públicos y les cubren las espaldas a mafiosos amigos del
poder, mal llamados empresarios, que asaltan a la comunidad con sus privilegios
inauditos.
El igualitarismo de resultados no solo contradice la
asignación eficiente de recursos sino que, estrictamente, es un imposible
conceptual puesto que las valorizaciones son subjetivas y, por ende, no habría
una redistribución que equipare a todos por igual (además, medir comparaciones
intersubjetivas no es posible) y, para peor, aun desestimando lo dicho, en
cualquier caso debe instaurarse un sistema de fuerza permanente para
redistribuir cada vez que la gente se salga de la marca igualitaria.
En segundo lugar, el mediocre se burla de la teoría.
Constituye una aseveración groseramente vulgar sostener que lo importante es el
hombre práctico y que la teoría es algo etéreo, más o menos inútil, reservado
para quienes sueñan con irrealidades.
Esta concepción revela una estrechez mental digna de mejor
causa. Todo lo que hoy disponemos y usamos es fruto de una teoría previa ya sea
en cuanto a medicinas, alimentos, tecnologías o lo que fuera. Los llamados
prácticos no son más que aquellos que se suben a la cresta de la ola ya formada
por quienes previa y trabajosamente la concibieron. En todos los órdenes de la
vida.
Esta afirmación en absoluto debe tomarse peyorativamente
puesto que todos usufructuamos de la creación de los teóricos. La inmensa
mayoría de las cosas que usamos las debemos al ingenio de otros, incluso
prácticamente nada de lo que usufructuamos lo entendemos ni lo podemos
explicar.
Desde luego que hay teorías efectivas y teorías equivocadas.
Las teorías deficientes no dan resultado, las buenas logran el objetivo. En
última instancia, como se ha dicho "nada hay más práctico que una buena
teoría".
En resumen, el mediocre contribuye grandemente al retraso y al
anacronismo.