martes, 4 de diciembre de 2018

Vivir La Lectura

Leer, para mí, siempre ha sido un refugio contra las inclemencias de la realidad, a la vez que un vehículo fantástico con el que zambullirme en otros mundos posibles o imposibles, en otras vidas tan reales o imaginarias como la mía. Leyendo, puedo detener el tiempo y entrar directamente en otra dimensión sin moverme del sillón o de la cama en la soledad de mi casa, o rodeado de gente en la sala de espera del médico o del dentista, de la estación de tren o del aeropuerto, en el banco del parque o la mesa del café.

Nunca me he explicado cómo puede haber tanta gente (mucha más de lo que sería higiénico reconocer) que considera la lectura una actividad aburrida, demasiado formal, incluso fatigosa. Si bien aprendí a disfrutar del aburrimiento con esas dosis de imaginación tan entrenada en aquellos años de mi adolescencia sin ordenadores ni videoconsolas, sin móviles ni televisión por cable, siempre he buscado cualquier excusa para divertirme y esa fue, sin duda, la razón que me llevó a los libros.

Los libros, además, proporcionan un equilibrio vital para quienes, como es mi caso, abarcamos un amplio espectro de personalidades cuya cualidad más definitoria es el oxímoron, como por ejemplo: el transgresor perezoso, el charlatán introvertido o El viajero sedentario (Rafael Chirbes. Anagrama 2004).

Pero leer no es sólo una válvula de escape; me parece, sobre todo, una forma más de disfrutar con plenitud de la vida, una de las mejores, desde luego. Y es que, como le decía Martín Echenique a su hijo Martín (Hache), película de Adolfo Aristarain, a propósito de su falta de interés por la lectura: “Me daba bronca que te perdieras uno de los mayores placeres que hay en la vida”, “Y el que se pierde eso, es un tarado”.


Uno de los libros que, a mi modo de ver, mejor refleja, y de la forma más original que cabe imaginar, el mágico universo de la lectura y los lazos que unen y a veces enredan y confunden la realidad con la ficción, al lector con las tramas de las novelas, al escritor con sus personajes, es Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino. Una novela llena de novelas y unos personajes que somos nosotros mismos, sus lectores. Con un sentido del humor muy cercano a G.K. Chesterton, Calvino convierte la vida en novela y la novela en una forma de vida. 

Y esa es la esencia de la lectura, al menos tal y como yo la entiendo: la vida misma. 

Cuando El Stress Nos Atrapa


Siempre utilizamos la expresión «el peor momento posible» para referirnos a los problemas y presiones que nos sacan -al menos aparentemente- de nuestras casillas. Las situaciones que nos estresan parecen multiplicativas, en una escalada en la que cada nuevo paso parece más insoportable que el anterior hasta llevar­nos al borde del colapso. Poco importa entonces que se trate de pequeños percances que normalmente afrontaríamos sin mayor dificultad porque, súbitamente, nos vemos desbordados ya que, como decía el poeta Charles Buckowski: «no son las grandes cosas las que terminan llevándonos al manicomio sino el cordón del zapato que se rompe cuando no tenemos tiempo para arre­glarlo».


Desde el punto de vista de nuestro cuerpo no existe ninguna diferencia entre nuestra casa y nuestro trabajo. En este sentido, el estrés se construye sobre el estrés, sin importar lo más mínimo cual fuere su causa. Porque el hecho de que, cuando estamos sobreexcitados, el más pequeño contratiempo pueda desencadenar una respuesta extrema, tiene una explicación bioquímica ya que, cuando la amígdala pulsa el botón cerebral del pánico, desencadena una respuesta que se inicia con la liberación de una hormona conocida como HCT [hormona cortico trópica] y finaliza con un aflujo de hormonas estresantes, principalmente cortisol.

Pero, aunque las hormonas que secretamos en condiciones de estrés están destinadas a desencadenar una única respuesta de lu­cha o huida, el hecho es que, una vez en el torrente sanguíneo, perduran durante varias horas, de modo que cada nuevo inciden­te perturbador no hace más que aumentar la tasa de hormonas estresantes. Es así como la acumulación puede convertir a la amígdala en un verdadero detonante capaz de arrastrarnos a la ira o el pánico a la menor provocación.

Las hormonas estresantes se vierten en el torrente sanguíneo, de modo que, en la medida en que aumenta la tasa cardíaca, la sangre se retira de los centros cognitivos superiores del cerebro y se dirige hacia otras regiones más esenciales para una movilización de urgencia. En tal caso, los niveles de azúcar en sangre se disparan, las funciones físicas menos relevantes se enlentecen y el ritmo cardíaco se acelera para preparar el cuerpo para la respuesta de lucha o huida. Así pues, el impacto global del cortisol en las funciones cerebrales cumple con una función estratégica para la supervivencia: abrir las puertas de los sentidos, detener la mente y llevar a cabo la acción a la que más acostumbrados estemos, ya sea gritar o quedarnos paralizados por el pánico.

El cortisol consume los recursos energéticos de la memoria operativa -del intelecto, en suma- y los transfiere a los sentidos. No es extraño pues que, cuando los niveles de cortisol son elevados, cometamos más errores, nos distraigamos más, tengamos menor memoria (tanto es así que, a veces, ni siquiera podemos recordar algo que acabamos de leer), aparezcan pensamientos irrelevantes y cada vez resulte más difícil procesar la información.

Lo más probable es que, cuando el estrés persiste, la situación termine desembocando en el burnout o algo peor. Cuando se sometió a ratas de laboratorio a una situación de estrés constante, el cortisol y otras hormonas estresantes relacionadas alcanzaron ni­veles tóxicos, capaces de dañar y terminar destruyendo otras neu­ronas. Y, en el caso de que el estrés se mantenga durante un tiempo significativamente largo, el efecto sobre el cerebro es fatal, llegando a provocar en las ratas la erosión y atrofia del hipocam­po, un centro clave para la memoria. Y algo similar parece ocurrir también en el caso del ser humano. No se trata, pues, tan sólo de que el estrés agudo pueda incapacitarnos provisionalmente sino de que su persistencia crónica puede tener un efecto entorpecedor permanente en nuestro intelecto.

El estrés es un dato con el que inexorablemente debemos contar, ya que resulta prácticamente imposible eludir las situaciones o las personas que nos desbordan. Consideremos, por ejemplo, en este sentido, el efecto que puede provocar un aluvión de mensajes. Cierto estudio realizado con trabajadores de grandes empresas demostró que éstos enviaban y recibían una media de ciento setenta y ocho mensajes al día y que su trabajo se veía interrumpido tres o más veces por hora por avisos que tenían un carácter de urgencia (habitualmente falso).

El correo electrónico, por su parte, en lugar de reducir la sobrecarga de información, no ha hecho más que aumentar el número total de mensajes que recibimos por teléfono, buzón telefónico, fax, correo ordinario, etcétera. Pero el hecho de vernos inundados de información nos coloca en una modalidad reactiva de respuesta, como si continuamente nos viéramos obligados a sofocar pequeños conatos de incendio. Y, puesto que cada uno de estos mensajes constituye una distracción, la función que se ve más afectada es la concentración, haciendo sumamente difícil volver a centrarse en una tarea que se ha visto interrumpida. Por esto, el efecto acumulativo de este diluvio de mensajes acaba generando una situación de distracción crónica.

Por ejemplo, un estudio sobre la productividad diaria en profesiones como la ingeniería reveló que las distracciones constituyen una de las principales causas del descenso de la eficacia personal. Sin embargo, un ingeniero sobresaliente encontró una estrategia que le permitía seguir enfrascado en su trabajo: ponerse auriculares. Y, aunque todo el mundo creía que estaba escuchando música, lo cierto es que no escuchaba nada porque ¡los auriculares sólo le servían para impedir que las llamadas telefó­nicas o los compañeros interrumpieran su concentración! No obstante, aunque este tipo de estrategias puedan ser relativamente útiles, lo que realmente necesitamos son recursos internos que nos permitan gestionar mejor los sentimientos que el estrés sus­cita en nosotros.


Moral Y Razón

Es valioso para el hombre ser capaz de entender el mundo, de entenderse a sí mismo, de entender la causa de sus acciones y omisiones. Tiene una mayor probabilidad de actuar bien, o de manera adecuada, un hombre que entiende por qué está actuando de esa forma. Que ha racionalizado el mundo a su alrededor, entiende las consecuencias (tanto dañinas como beneficiosas) que sus acciones tendrían en la realidad que lo rodea (gente, animales, plantas, el planeta entero y el universo).

No es necesario para alcanzar ese entendimiento el incorporar el concepto de Dios. Ateos en todo el mundo se comportan día a día de manera virtuosa, moral y cívica. El bien, o quizá más claramente el mal, es muchas veces evidente a los seres humanos.

Estadísticamente, la gran mayoría de las personas sabemos identificar el mal, o potenciales acciones “malas” por el daño que estas nos producirían a nosotros, a los humanos que nos rodean y al resto del mundo. Cuando el daño es evidente, como en el caso de un asesinato, la especie humana reconoce como mala dicha acción de manera transversal y transcultural.

En la duda de si algo es bueno o malo, por lo general dichas acciones son sujeto de debate, y un mayor esfuerzo debe ser puesto en entender la complejidad de la circunstancia en la cual se va a actuar. En dichas circunstancias complejas los conceptos de bien y mal se confunden y desvanecen, y la incapacidad de predecir las consecuencias de nuestras acciones nos hace evidente la falta de absolutismo que rige realmente el comportamiento moral del hombre.

La fantasía de la moral absoluta, de el “bien” ya sea revelado a un grupo de afortunados o incrustado en nuestra naturaleza por un Dios, es, y ha probado ser a lo largo de la historia de la humanidad, un concepto altamente peligroso. La creencia en el mandamiento, en una regla suprema, aleja al hombre de su bien más preciado y del origen verdadero de su moralidad: la razón.

El origen de la moralidad se encuentra en la razón y la experiencia. Supongamos el caso ficticio de un hombre común que matase a un hombre “santo”. Acto seguido se abre el firmamento, baja una carroza conducida por bellos ángeles para llevar al santo hombre al cielo, y el asesino puede ver a su víctima disfrutando de una vida perfectamente feliz por el resto de la eternidad. ¿Consideraría realmente el asesino que ha cometido un acto malo al ver que las consecuencias de su accionar en la víctima son infinitamente positivas? ¿Sería el acto de matar hombres santos realmente un crimen, si en vez de ver un cadáver inerte tendido en el pavimento, viéramos la supuesta “santificación de sus almas”? Sería muy razonable pensar que no.

Muchos de nosotros podemos recordar nuestra infancia. Durante ella formamos gran parte de nuestros hábitos conductuales. Es para muchos posible recordar la satisfacción que nos producía observar con nuestros propios ojos los beneficios de nuestras acciones “buenas”, y la mezcla de rabia y culpa que nos producía observar que nuestras acciones dañaban a quienes nos rodeaban. 

¿Hubiéramos podido adquirir y desarrollar nuestros códigos morales si no hubiéramos visto las consecuencias de nuestras acciones? No. La experiencia y posterior racionalización de la relación causa-efecto entre nuestras acciones y el beneficio o deterioro de la realidad que nos rodea son lo que nos moldea como seres morales.


En una época de constantes conflictos armados y tragedias originadas en fanatismos religiosos y nacionalismos a ultranza, es importante tornarnos hacia nuestra propia humanidad, confiar en nuestro criterio y, antes de aceptar cualquier afirmación como verdadera, pasarla por el colador de nuestra razón, nuestra herramienta más preciada, el motivo detrás de nuestra supervivencia en este mundo.

El Precio Y Su Costo


Uno de los errores más habituales a la hora de conocer el precio de un determinado producto o servicio es preguntar por su valor, en lugar de por el coste que nos supone su adquisición. Un error tan extendido que los propios comerciantes e incluso muchos expertos de las finanzas han cometido alguna vez a lo largo de su vida.

Como bien decía Antonio Machado, solo un necio confunde valor y precio. No quiero decir ni mucho menos que seamos necios pero, si bien nadie confunde un coche con una moto, no deberíamos confundir tampoco la noción de precio entendido como coste con la noción de valor porque, en realidad, tienen significados bastante diferentes.

¿En qué se diferencia el valor y el precio?
La diferencia fundamental entre precio y valor es la percepción que nosotros como usuarios tenemos de cada concepto. Mientras el precio es un dato objetivo y propio de cada producto que se pone en el mercado (la cantidad de dinero que pagamos por él), el valor es una valoración (valga la redundancia) subjetiva de la utilidad o beneficio que cada bien nos proporciona.

El precio de un producto puede venir determinado por numerosos factores: por el trabajo necesario para fabricar el producto, por el coste de producción o fabricación, por la escasez del producto en el mercado, por la existencia de monopolios u oligopolios, por los impuestos que la empresa en cuestión tenga que pagar o por factores más técnicos como la elasticidad precio del producto.

Sin embargo, el valor de un producto es un elemento subjetivo del mismo. Una persona puede dar más valor a un determinado producto por algún tipo de elemento sentimental, como un reloj que le ha regalado su pareja o un familiar. Es más, la misma persona puede valorar productos de forma diferente en función de la circunstancia en la que se encuentre. Una botella de agua en un desierto después de haber caminado durante varias horas será más valiosa para nosotros que un buen puñado de diamantes, a pesar de que en condiciones normales los diamantes tengan mucho más valor del agua.

El concepto de valor está relacionado con el concepto de precio en el sentido de que cuanto más sea la valoración que un conjunto de consumidores tengan sobre un producto mayor será su precio y viceversa. Las empresas, además, tienen que establecer un precio por producto superior a sus costes de fabricación ya que, de otro modo, obtendrían pérdidas que harían inviable continuar en el mercado. Si la valoración que un conjunto de consumidores hacen sobre un producto es inferior al coste de producción del mismo, no tendría sentido venderlo en el mercado ya que con toda seguridad la empresa tendría que echar el cierre.

De todos modos, si te das cuenta, la pregunta que realizamos cuando vamos a preguntar el precio de un producto es, generalmente, ¿cuánto cuesta? y no ¿cuál es el precio de este producto? Habiendo ya explicado la diferencia entre valor y precio, nos queda un paso más, que es explicar por qué la adquisición de un producto pagando por él el precio establecido por la empresa constituye un coste para nosotros como consumidores.

El concepto de coste también es aplicable a los consumidores
En nuestra vida cotidiana, el término coste de un producto hace referencia al esfuerzo necesario para la obtención de un determinado objetivo. Un atleta tiene que esforzarse en sus entrenamientos para obtener una marca que le permita ir a los Juegos Olímpicos. Un estudiante tiene que esforzarse para sacar la nota para estudiar la carrera que quiere. En general, nuestra vida cotidiana está compuesta de multitud de ejemplos que explican por qué las cosas cuestan lo que cuestan.

Lo mismo sucede con la adquisición de bienes o servicios. Para nosotros como consumidores el proceso de compra constituye un esfuerzo importante, ya no solo en términos monetarios sino en el proceso previo de compra que exige su adquisición, como el desplazamiento hasta el establecimiento comercial, la comparación de precio con otros productos e, incluso, la renuncia que hacemos cuando finalmente lo consumimos, el coste de oportunidad. De todos modos, el coste se suele asociar únicamente al valor monetario del bien y no tanto al resto de costes necesarios para su adquisición.

Es por esto por lo que el concepto de precio se asocia normalmente con el concepto de coste, y no tanto con el concepto de valor. Es más, en otros idiomas no existe tal ambigüedad. En inglés, por ejemplo, la expresión correcta sería How much does it cost? y todos asumen la diferencia entre el value (valor) y el price (precio).

En definitiva, y a pesar de que los ciudadanos utilizamos indistintamente ambos conceptos, lo correcto sería referirse al coste del producto para conocer su precio y no tanto a su valor, puesto que el valor de un producto es el que cada uno de nosotros le damos al mismo.


Cada Día Un Nuevo Día

Cada día es una oportunidad para superarnos, para comenzar nuestra lucha, para rectificarnos y para ser felices… es un regalo divino.

Te invito a que te des la oportunidad única de experimentar cuan valioso e importante eres:
Cuando despiertes, antes de abrir tus ojos respira profundo, estira tu cuerpo y repite: " gracias Padre porque estoy vivo", luego abre tus ojos y ve cuan brillante es el amanecer y las esperanzas de este nuevo día y repite "gracias padre por este nuevo día". Sí, un nuevo día para darte la oportunidad de ser mejor, para escribir nuevas páginas en el libro de tu vida con pura tinta de amor, fe, y deseos de vivir con palabras únicas y permanentes.

Un nuevo día para no pensar que ya lo has hecho todo en la vida a tras el conformismo porque de lo contrario te estarás negando la oportunidad de ser mejor que ayer. Abre bien los ojos de tu interior y el espíritu de lucha te va a impulsar por el camino del éxito. Recuerda que la felicidad comienza dentro de ti y no en lo que los otros puedan darte.

Un nuevo amanecer, un nuevo día toca a la puerta, con nuevos senderos hacia el éxito como recompensa por haberte dado la oportunidad de luchar, cuando; te caíste y te levantases con más bríos. Cuan profundo somos, ¿cuánto valoramos lo que nos rodea? Nos enseñan a enfocarnos en lo que no tenemos y vivimos toda una vida amargándonos por lo que no hemos conseguido.

Si miramos hacia atrás, podemos ver gente con muchas necesidades, falta de amor, y tú tienes mucho, gente sola, y tú estas acompañado, gente enferma y tú tienes salud, gente sin trabajo y tú tienes uno muy bueno, gente que no puede ver, y tú tienes vista. Te puedo seguir diciendo y te darás cuenta que no hay por qué estar, estresado, malhumorado, infeliz, triste, deprimido.


Has como los girasoles que siempre buscan la luz del sol, no te hundas en la oscuridad de la depresión y el pesimismo. Tienes las herramientas para luchar, para ver más allá del horizonte, 

Cuando vengan pensamientos de derrota anidarse en tu mente, no le des alojamiento, tu mente merece lo mejor, porque eres lo mejor de la creación, visualízate como el ser más perfecto, el más audaz, el más amoroso, sueña, vive, desea...convierte lo invisible en visible, lo difícil en fácil y lo imposible en posible...tu puedes...

Filosofía Del Buen Ánimo


Existe un prejuicio contra el humor entre los eruditos, que prefieren tratar de cuestiones “serias”. Este rechazo se remonta quizá a las figuras del payaso y del bufón, de baja condición social. Entre los filósofos clásicos, sólo Aristóteles trató acerca de la comedia, pero este texto se perdió.

La consideración moderna acerca del humor ha cambiado enormemente. El humor y la risa son considerados como actitudes propias del hombre, y que nos diferencian de los animales. El humor es una demostración de grandeza que pareciera decir que en última instancia todo es absurdo y que lo mejor es reír, como aquel condenado a muerte que llevan a la horca un lunes y exclama: “¡Bonita forma de comenzar la semana!”. El humor es una afirmación de dignidad, una declaración de superioridad del ser humano sobre lo que acontece.

Carecer de humor es carecer de humildad, es estar demasiado inflamado de uno mismo. El humor es una herramienta crítica de gran eficacia. El humor permite ver lo que los demás no perciben, ser consciente de la relatividad de todas las cosas y revelar con una lógica sutil lo serio de lo tonto y lo tonto de lo serio. A veces el mejor consejo es el que proviene de un chiste y no de una formulación teórica.

El chiste, el acertijo y la broma son excelentes y necesarios ingredientes de la sabiduría, ya que su esencia es precisamente la ruptura del orden lógico y del conocimiento formal con alguna salida que, como una chispa, ilumina bruscamente el entendimiento con una novedad, se desgrana en risa y deja un sabor de ingenio en la mente. Arthur Koestler ha mostrado repetidamente el cercano parentesco de la risa con el hallazgo y el descubrimiento en ciencia y en arte. ¡Ajá!, decimos en el momento en que se establece la claridad en la conciencia. ¡Ja, ja!, nos reímos cuando un chiste nos parece bueno por la inesperada ruptura con el orden esperado.

La filosofía y el humor están estrechamente relacionados. El sentido en el sinsentido, que caracteriza al chiste, es también la forma de las paradojas, aporías y acertijos de que se nutre la filosofía. Jugar con la polisemia y las múltiples acepciones, el disparate, los enlaces arbitrarios de dos representaciones contrastantes, diversas, ajenas, todo lo que a la filosofía le ocupa como alguna que otra clase de sofisma, equívoco o paralogismo, son descripciones de las técnicas del chiste.

Por otra parte, la actitud filosófica requiere de una mirada bromista. El planteamiento de un problema filosófico necesita una mirada que pueda superar dogmas, ir más allá de una evidencia, un tabú, un prejuicio o de otras inhibiciones propias del hombre. Filosofía, inteligencia, sin humor, es esterilidad, artificialidad, robótica pura. Humor sin inteligencia es mal gusto, zafiedad. De la unión entre filosofía y humor, nace la creatividad, la fantasía lúdica, el juego de la lógica.

El sentido del humor es el término medio entre la frivolidad, para la que casi nada tiene sentido, y la seriedad, para la que todo tiene sentido. El frívolo se ríe de todo, es insípido y molesto, y con frecuencia no se preocupa por evitar herir a otros con su humor. El serio cree que nada ni nadie deben ser objetos de burla, nunca tiene algo gracioso para decir y se incomoda si se burlan de él. El humor revela así la frivolidad de lo serio y la seriedad de lo frívolo. Se trata de una virtud social: podemos estar tristes en soledad, pero para reírnos necesitamos la presencia de otras personas.


Pero en el humor no todo vale, como escribe Comte-Sponville: “Se puede bromear acerca de todo: el fracaso, la muerte, la guerra, el amor, la enfermedad, la tortura. Lo importante es que la risa agregue algo de alegría, algo de dulzura o de ligereza a la miseria del mundo, y no más odio, sufrimiento o desprecio. Se puede bromear con todo, pero no de cualquier manera. 

Un chiste judío nunca será humorístico en boca de un antisemita. La ironía hiere, el humor cura. La ironía puede matar, el humor ayuda a vivir. La ironía quiere dominar, el humor libera. La ironía es despiadada, el humor es misericordioso. La ironía es humillante, el humor es humilde”.

lunes, 3 de diciembre de 2018

El Desborde Emocional


Cuando notes que las emociones te desbordan, detente y respira hondo. Todos hemos experimentado esa sensación en medio de una discusión o cuando la ansiedad, siempre atenta y al acecho, toma el control de una situación y nos hace prisioneros… Esos secuestros emocionales resultan devastadores; sin embargo, siempre tenemos a nuestro alcance herramientas para no perder el control.

Es posible que este tipo de realidades nos sean sobradamente conocidas. Hay quien es más vulnerable a las inundaciones emocionales, otros en cambio, hacen uso de un férreo autocontrol gracias al que gestionan una por una cada una de esas “amenazas emocionales”. Como quien se traga a la fuerza una pieza de comida, sin masticarla antes. Sin embargo, ninguna de las dos estrategias suele producir los mejores resultados.

“El cerebro emocional responde a un evento más rápidamente que el cerebro pensante”.
-Daniel Goleman-

La impronta de esos universos emocionales complejos seguirá ahí, en la superficie, robándonos la calma y el equilibrio. Así, un hecho común en la práctica clínica es ver cómo llegan a consulta pacientes que coinciden en sus quejas: el problema con mi ansiedad es terrible”, “no sé qué hacer con mi ira, me supera”, “tengo problemas con mis emociones, no sé qué hacer para que me dejen vivir”.

Este tipo de declaraciones nos demuestran una vez más el sesgo que evidencia la población en general al respecto de este tema. Seguimos pensando que las emociones son malas, que sentir angustia no tiene ningún propósito, que la vida misma sin la sombra del miedo sería una vida con mayor sentido. Se nos olvida, quizá, que esas dimensiones tienen siempre un claro propósito para nuestra subsistencia y adaptación.

Conocer, aceptar y gestionar las emociones mucho mejor, sin rehuir de ellas o negarlas, nos evitará esas inundaciones emocionales tan recurrentes.

Si las emociones te desbordan en un momento dado, busca la línea del horizonte y quédate ahí un instante. Deja que el mundo discurra con sus sonidos, que la discusión en el trabajo siga su curso. Permite que ese estímulo que te asusta quede congelado en el tiempo, atrapado en una dimensión inofensiva. Instala tu mirada en esa línea imaginaria de paz y concede a tu organismo unos segundos donde regular la respiración, los latidos del corazón, la tensión…

Tal y como suele decirse, cuando reina el caos el mejor bálsamo siempre es la calma. Si decimos esto es por un hecho muy concreto. Cuando el ser humano experimenta una inundación emocional quien rige ese mecanismo del pánico es la parte más instintiva de nuestro cerebro; y en esos instantes, todo es caótico, desordenado e intenso. Tanto es así, que en esas situaciones la corteza prefrontal, ahí donde se orquestan nuestra capacidad de análisis, la toma de decisiones y razonamiento lógico, queda “desconectada”.

Las personas que desarrollan trastornos emocionales se caracterizan, en esencia, por algo muy concreto: no pueden o no logran regular sus emociones. Esta situación va creando más angustia con el tiempo hasta dar forma a un tipo de indefensión donde todo escapa a su control. Por tanto, debemos tenerlo claro: las emociones que no regulamos hoy nos desbordarán mañana, y si esta situación se vuelve crónica pueden aparecer condiciones como la ansiedad generalizada y la depresión.

Asimismo, otro aspecto que debemos considerar es el siguiente: en estas situaciones no sirve de nada suprimir las emociones o bloquear los pensamientos. La clásica idea de “no voy a pensar en eso o mejor reprimo esta rabia o este enfado” lejos de ayudarnos nos puede generar más bloqueos y problemas a corto y largo plazo.

Cuando las emociones nos desbordan, de poco sirve decirnos a nosotros mismos aquello de “cálmate, no pasa nada”. Porque para nuestro organismo y cerebro “sí ocurre algo”. Por tanto, en esos instantes lo más adecuado es calmar al propio cuerpo mediante la respiración profunda. Respirar hondo y exhalar nos ayudará a regular el corazón, a quitar tensiones musculares… Y cuando el cuerpo se equilibra, podremos llamar entonces a la puerta de nuestra mente y conversar con ella.


Pongámoslo en práctica.

Trascender A Pesar De Todo


Todos nos equivocamos… somos seres humanos: reímos cuando somos felices, nos sentimos derrotados cuando algo no sale bien, lloramos nuestras tristezas, gozamos los triunfos…

En fin, vivimos muy a nuestra forma de ser, las emociones y vivencias del día a día.

Como cualquier persona, todo el esfuerzo que dedicamos en nuestro trabajo, nuestro esfuerzo, entrega y dedicación, son actitudes tenemos con el objetivo de trascender, ir más allá de lo que esperamos.

Sí, trascendemos por nuestros hechos, pero el término implica mucho más que esforzarse, lograr un ascenso en el trabajo, etc… Trascender realmente como persona, se da como resultado de nuestra capacidad de compartir y por lo que logramos desprender de nuestro entorno para entregárselo a los demás

Dejar una huella importante en los demás, saber que lo que hicimos ha sido importante para cambiar una actitud, solucionar un problema, es parte fundamental de lo que debe ser nuestra forma de actuar.

En muchas ocasiones, nosotros mismos nos negamos la oportunidad de compartir algo bueno con los demás, damos la espalda a los problemas que a alguien le aquejan pensando que “es su rollo”, sin tomar en cuenta que tal vez un poco de nuestra ayuda, o el simplemente escucharle y tratar de encontrar una solución, sería de gran utilidad.

Hoy son muchas las asociaciones, instituciones y dependencias que nos invitan a ser partícipes del hermoso regalo de la caridad, a través de proyectos destinados a dar un poco a los que más lo necesitan, y no precisamente algo material.

Como padres de familia, tratamos de ser papás y mamás ejemplares que trabajan, no descuidan su hogar, brindan cierta comodidad económica a sus hijos y se dan lujos de vez en cuando…Pero, ¿En qué momento ponemos el ejemplo de ayudar a alguien que necesita un poco de ayuda? ¿Cuándo ven nuestros hijos las necesidades reales que se viven en cuanto pobreza se refiere? ¿Cuándo les permitimos salir de su “burbuja” para que visiten hospitales, asilos de ancianos, orfanatos, etc.?

Creo que son pocos los que pueden jactarse de lo anterior, porque creemos que para eso está el gobierno: para ayudar, para eso se crean instituciones: para que les den, para eso hay ciertas asociaciones: para que atiendan necesidades de los más vulnerables.

Si realmente es nuestro deseo trascender, tenemos que primero que nada analizar nuestro alrededor y ver que nuestros problemas pueden ser enormes, pero tal vez ni se comparen con los de otros, que realmente viven una situación compleja.

Amemos nuestro trabajo; aportemos lo mejor de nosotros mismos para que nuestra pasión por la profesión que tenemos, nos permita aportar éxitos al logro de los objetivos de la empresa en la que laboramos.

Disfrutemos el tiempo con nuestra familia; vivamos cada instante con ellos, que de eso dependerá la unión, confianza y respeto con el que se pueda actuar después.

Seamos vecinos, compañeros y ciudadanos cordiales; fomentemos una sana convivencia que se traduzca en armonía.

Escuchemos a los demás, demos buenos consejos y estemos dispuestos a recibirlos.

Inculquemos en nuestras familias el valor de compartir algo con los demás; formemos niños sensibles y atentos a la problemática actual.

Pero, nunca por favor nunca, olvidemos la gran importancia de la labor social, la gran necesidad de aportar algo a la sociedad, algo de lo mucho que hemos recibido; seamos generosos y procuremos trascender con nuestros hechos, ya que ello deja una marca imborrable en muchas familias.

Sólo recuerde esa sonrisa que puede regalarle un niño huérfano, cuando compartimos unos minutos con él haciéndolo sentir importante, valorado.

Sólo imagine que “alguien” que no nos conoce bien pueda recordarlo con cariño y le esté mucho más agradecido que cualquier otra persona.

Trascender, debe ser un deseo de todos los seremos humanos… trascender en todos los sentidos, trascender a pesar de todo.

Ampliar Horizontes


“Si de veras queremos una visión verdaderamente extraordinaria, tenemos
que ampliar continuamente nuestros horizontes, tomar riesgos.
Si no empujamos nuestra orilla nunca vamos a expandir nuestra visión. 

Ir más allá de los propios límites no es infracción.”
— Dewitt Jones

Hay una vida más extensa esperándonos justo más allá de nuestra realidad actual. El Universo está ofreciéndonos perpetuamente un horizonte expandido — un pedazo más grande del cielo cósmico — donde todo es posible. Como han hecho todos los exploradores, debemos primero tener el valor de “empujar la orilla” de nuestro sistema actual de creencias e ir más allá de los límites (a veces) sacrosantos que nos hemos fijado.

Cuando moldeamos y abrazamos una visión interna de la vida que deseamos vivir y tenazmente personificamos esa visión dejándonos llevar fielmente a donde nos conduzca, se abren nuevos horizontes ante nosotros. Esto es lo que Emerson quiso decir cuando escribió: “La salud del ojo parece exigir un horizonte. Nunca nos cansamos mientras podamos mirar bastante lejos.” Para permanecer saludables en espíritu, mente y cuerpo, debemos continuar mirando hacia arriba y ver un nuevo territorio.

¿Puedes ver lo suficientemente lejos para captar la visión de la vida que aguarda, esperándote justo más allá de ese horizonte? ¿Puedes mantener tus ojos en esa visión y continuar hacia ella a través de tiempos buenos o malos?

Aun cuando no tengas la certeza de que puedes hacer el viaje, tu explorador interno conoce el camino y está listo para partir cuando tú lo estés. Actuar es el primer requisito. Lo asombroso es que un vez que alcanzas esa nueva tierra de oportunidades, habrá aún otro horizonte en la distancia llamándote, esperando tu llegada. 

Eso es todo lo que significan los nuevos horizontes. Nos muestran que hay algo más que conocer, más que hacer — y mientras permanezcamos en una piel humana, siempre lo habrá.

Pensar Es Filosofar


 Filosofar es pensar. Pero ¿qué es pensar? Pensar es como decía el maestro de filosofía José Ortega y Gasset, una tarea, algo que el ser humano hace por algo y para algo, una ocupación y no sólo algo que en él pasa. La mente del ser humano intenta por distintos caminos saber a qué atenerse respecto al mundo y a sí mismo. Uno de esos caminos es el saber filosófico.

El pensar en forma filosófica, es como señala Gramsci, un método intelectual, que pretende formarse una concepción coherente del mundo, que no  sea fragmentaria, inconexa, acrítica, ocasional y dispersa, compuesta de fragmentos de diversas concepciones, con frecuencia contradictorias.

Pensar, razonar correctamente es una habilidad que suele llamarse “lógica como arte”, nos dice la filósofa Adela Cortina. Se trata de tener un razonamiento en que las personas establezcan relaciones lógicas de causa y efecto, que incorpore operaciones como la deducción, la inducción, la síntesis, que analice la interconexión dialéctica de los hechos.

 Pensar es una actividad que pretende desarrollar el sentido del razonamiento lógico, la capacidad crítica, el análisis, la curiosidad que no respeta dogmas ni ocultamiento. Pensar es fomentar el uso de la razón: para observar, abstraer, deducir, para obtener una visión de conjunto ante el panorama del saber. Así como sensibilizarse, para apreciar las más bellas realizaciones del espíritu humano; 
motivado por el entusiasmo, la pasión, el amor al conocimiento, como afirma F. Savater en su libro “El valor de educar”.

 Pensar es filosofar. La filosofía es en su origen histórico y etimológico: ”amor a la sabiduría”, “philos”- “sophia”.

Adela Cortina nos recuerda que la filosofía occidental nace en Grecia, concretamente en Mileto (Asia Menor), en el siglo VI a.C. En textos de Heródoto, Tucídides y Heráclito aparecen términos relacionados con el “filosofar”, (hos philosopheón) en conexión con otros como “sabiduría” (sophie).

El filósofo, el pensador, aspira al saber, gracias a esta actitud se pone en marcha un motor impulsado por el sentimiento de amor, admiración y gusto por el conocimiento. Como lo ilustra un historiador de la antigüedad con las siguientes palabras con las que Creso saluda a Solón: “Han llegado hasta nosotros muchas noticias tuyas, tanto de tu sabiduría como de tus viajes, y de que, movido por el gusto del saber, has recorrido muchos países para examinarlos”.

La admiración, el asombro, se produce ante un mundo que plantea toda suerte de interrogantes. Aristóteles dice que: ”los hombres comienzan y comenzaron siempre a filosofar movidos por la admiración, al principio admirados ante los fenómenos sorprendentes más comunes; luego, avanzando poco a poco y planteándose problemas mayores…”.

Adoptar ante el universo la actitud descrita da lugar al saber filosófico: la filosofía se caracteriza por ser un amor a la sabiduría, una aspiración al conocimiento motivada por la admiración.

La admiración era definida por el filósofo Descartes como asombro, descubrimiento, conocimiento emocionante: “la súbita sorpresa del alma que la lleva a considerar con atención los objetos que le parecen raros o extraordinarios”.

El filósofo Bertrand Russell nos dice que el conocimiento en sus inicios fue debido a hombres que tenían amor al universo. Percibían la belleza de las estrellas y del mar, de los vientos y de las montañas. Porque amaban todas esas cosas, sus pensamientos se ocupaban de ellas y deseaban entenderlas más íntimamente que lo que la mera contemplación exterior hacía posible. 

“El mundo- decía Heráclito- es un fuego siempre vivo”. Los filósofos griegos sintieron una gran inclinación hacía el conocimiento, percibían la extraña belleza del mundo, eran hombres de un intelecto titánico y de una intensa pasión.

La pasión por saber, por entender el mundo y el deseo de transformarlo para el mejoramiento de la humanidad, son grandes motores que impulsan el avance del conocimiento.


Los Adultos Mayores En La Educación


La incorporación de las personas adultos mayores a los diferentes sistemas de educación ayuda a disminuir la brecha y marginalización a la que son sometidos esta parte de la población después de su retiro.

A través de la educación se logra un reposicionamiento subjetivo del adulto mayor frente a los vínculos que establece en sus redes sociales y en el sistema social más amplio. Por medio del aprendizaje las personas pueden re cualificarse y reposicionarse frente a las demandas emergentes de la sociedad.

Durante el “Tercer Congreso Iberoamericano: Universidades para todas las edades, Costa Rica 2009”, el Dr. José Alberto Yuni, director del Programa Universidad de Mayores de la Universidad Nacional de Catamarca de Argentina, se refirió a los enfoques y modelos curriculares implementados para el trabajo con las personas adultas mayores.

Desde hace 25 años algunas universidades latinoamericanos crearon actividades que permiten la incorporación o reincorporación del adulto mayor al sistema educativo. Es difícil tratar de estandarizar un m modelo universal que indique la estrategia pedagógica a seguir; por eso, cada sociedad debe crear un método que atienda y satisfaga las necesidades específicas de la población, acorde a cada realidad.

El Dr. Yuni recomienda que para la elaboración de los modelos se tomen en cuenta ciertos aspectos para alcanzar el éxito. Primero, el envejecimiento no es algo homogéneo casa persona lo vive distinto, se deben pensar prácticas, situaciones y contextualización para sujetos y grupos heterogéneos y considerar las (des) articulaciones, continuidades y quiebres entre la educación, el curso de la vida y el envejecimiento.

Para el investigador, América Latina debe trabajar en la alfabetización de los adultos mayores, pues, el analfabetismo sigue siendo uno de los principales problemas de educación. Además, los nuevos formatos de la información agravan la exclusión y la brecha por lo que hay que enseñarles a los adultos estos nuevos lenguajes.


Además, de brindarles conocimientos especializados que estimulen la capacidad para seguir aprendiendo, promover el desarrollo del pensamiento crítico y ampliar el repertorio cultural.

Tu Tiempo Más Valioso


Quizá alguna vez has notado como, cada vez que empiezas un libro de un tema en concreto, no puedes leer más de las cinco primeras páginas o que cuando quieres aprovechar el tiempo libre en los días de fiesta acabas haciendo otras cosas que nada tienen que ver con tus deseos e inquietudes. Son algunas las señales que te pueden mostrar si estás donde quieres estar en este preciso instante.

Todo el mundo tiene fantasías acerca de cómo quiere que sea su vida, pero solo los que caminan por el lado correcto del sendero serán los que logren lo que desean. Pero, ¿cómo puedes saber si realmente estás dónde quieres estar?, ¿Cómo ser consciente de si ese camino es realmente el tuyo o de si te has equivocado? NO encontrar las respuestas para estas preguntas suele conllevar un peaje demasiado caro.

Hay personas que empiezan a andar por un camino sin darse cuenta de que no están haciendo lo que realmente quieren hacer en la vida. Casi las mismas personas que, cuando se dan cuenta, piensan que es demasiado tarde y prefieren quedarse dentro de una jaula, mientras tienen la llave en la mano para poder liberarse.

Para que te des cuenta de que tienes esa llave liberadora en tu mano, tendrás que identificar algunas señales que apuntan a que el lugar en el que habitas no se adapta a ti. Estas señales son una advertencia para que puedas cambiar el rumbo y empezar a sentirte bien… y una de ellas es cuando te quejas por todo.

Si no estás satisfecho con tu trabajo, con tu sueldo, con tu familia, con las personas que tienes a tu alrededor, con la vida o simplemente contigo mismo, entonces lo más probable es que te pases el día quejándote hasta del aire que respiras. Si eres de esas personas que solo sabe decir la parte negativa de las cosas, entonces es muy probable que en tu mente solo habiten pensamientos oscuros y catastróficos.

Cuando en la mente solo hay oscuridad, tus propios pensamientos estarán actuando en tu contra porque empezarás a construir la realidad de la que te quejas y de la que te pasas el día huyendo. Para empezar a cambiar las cosas, es mejor que practiques el buen hábito de ser agradecido por lo que tienes en tu vida y tener una actitud positiva ante aquello que no queda más remedio que afrontar.
No estás disfrutando de la vida

En estos casos la vida puede ser un jersey, que a la vista es chulo, pero que cuando te lo pones te pica por todos los lados. De alguna manera te gusta, porque desde cierto punto de vista te atrae el lugar en el que estás, sin embargo desde el resto de facetas es algo que te causa ansiedad y, a largo plazo, dolor.

Porque cuando estás en el lugar inadecuado, cuando vives en un continuo anhelo, tu cuerpo -como lugar en el que funciona nuestra mente- también sufre. Está probado que un bajo estado de ánimo debilita nuestras defensas y, junto a la falta de cuidados, nos hace mucho más vulnerable a contraer determinadas enfermedades o a que estás se desarrollen más rápido y aumenten su gravedad.
Por otro lado, acumular y trabajar está muy bien. Tener recursos nunca es algo despreciable, sin embargo, entiende la historia de aquel hombre que se pasó años y años ahorrando para poder hacer frente a cualquier imprevisto imaginable y el primer imprevisto que le apareció fue la muerte, a la que no le valieron de nada las monedas ni los papeles coloreados. No olvidemos que el mejor trabajo para conquistar el éxito es hacerlo cada día.

“La felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días.”
-Benjamin Franklin-

Cuando se pierde el tiempo en cosas que no son necesarias es otra señal clara de que algo no marcha bien. Navegar por Internet durante horas sin hacer nada productivo, ver series de televisión para pasar las tardes, jugar a los videojuegos, fumar o beber demasiado también pueden ser indicadores a tener en cuenta para evaluar si realmente es esa realidad la que quieres en tu vida.
¿Disfrutarás del éxito y de la plenitud haciendo lo que estás haciendo cada día? ¿Crees que realmente te aporta bienestar o es la causa de que poco a poco te apagues por dentro? No permitas que tu luz quede opacada y busca las cosas que realmente te hagan sentir bien.

“Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas.”
Pablo Neruda


domingo, 2 de diciembre de 2018

EL Aquí Y El Ahora


Vivir aquí y ahora. Estar presente parece obvio, y aunque debería serlo, en realidad es la excepción. ¿Por qué? Porque la verdadera presencia es más que estar físicamente en un lugar: es estar conectados con nuestra esencia, que es hermosa e imperturbable.

Lamentablemente, esa paz interior se ve perturbada, a veces violentamente, por nuestros pensamientos y emociones, que nos alejan del momento presente, del aquí y ahora.
“El futuro nos tortura y el pasado nos encadena. He ahí por qué se nos escapa el presente”.
-Gustave Flauvert

Descartes, el famoso filósofo francés del siglo XVII dijo: “Pienso, luego existo”. Esta frase define la forma como el ser humano moderno se identifica a sí mismo: a través de sus ideas y pensamientos. Sin embargo, en la actualidad existen otras visiones que se permiten disentir de tan respetable y erudito pensador.

Y es que, aunque los pensamientos e ideas son poderosos e importantes, no dejan de ser relativos y pasajeros. Es decir, si nos definiéramos a nosotros mismos por lo que pensamos, estaríamos asentando nuestra identidad sobre arenas movedizas.

Así, lo que los demás o incluso nosotros pensamos de nosotros mismos, no nos define, sino que son solo conceptos que no logran abarcar nuestra verdadera esencia. Además, la perorata interminable de pensamientos que constituye nuestro diálogo interno produce un ruido que nos impide escuchar la hermosa melodía que proviene de nuestra presencia y nos mantiene desconectados del momento actual.

Desde que Freud destapó la olla del inconsciente y comenzó a interpretarlo, la psicología comenzó a moldear la forma como percibimos nuestra vida mental y emocional. Como ciencia al fin, está basada en un modelo mecanicista y racional, con énfasis en la patología o enfermedad.

Por lo tanto, si tenemos ciertos síntomas y conductas que se ajustan a ciertos patrones, somos etiquetados, medicados y hasta condenados a “cargar” con una “enfermedad mental” de por vida.

Aunque es innegable que las emociones son parte de nuestra humanidad, estas son igualmente pasajeras y no constituyen la parte más profunda ni real de nuestro ser.

Las emociones son fenómenos temporales como lo son las tormentas. Siempre pasan, y el imperturbable firmamento reaparece porque en realidad siempre estuvo allí, a pesar de lo escandaloso que haya podido haber sido el fenómeno meteorológico (o psicológico).

Por lo tanto, como diría Eckhart Tolle, autor de El poder del ahora, “no te tomes tus emociones demasiado en serio”. Estas solo se instalan si nos identificamos con ellas y dejamos que se posesionen de nosotros.


No te engañes, tu presencia está por encima de las emociones y es imperturbable. Desde las alturas de la presencia puedes observar la tormenta de tus emociones pasar; acéptalas, siéntelas, pero sin sufrimiento innecesario. Ten la certeza de que la presencia que eres tú es fuente inagotable y permanente de paz y felicidad.

La Opinión De Los Demás

Que nada te importe, que nada te afecte, que todo te valga no es algo que haces a propósito, sino es una manera libre y despreocupada de Ser. Es un estado en donde estás totalmente a gusto contigo mism@, te diviertes en cualquier situación, no reaccionas ante cualquier cosa que pase y sobre todo sabes quién eres (te sientes cómodo con que eres, dices o haces) por tanto lo que sea que digan de vos en determinado momento no tendrá ningún tipo de efecto dentro tuyo.

...¿Te importa mucho la opinión de los demás?
¿Te has preguntado alguna vez por qué te afecta mucho lo que dicen o piensan de ti? Cuando las cosas externas te afectan y alteran mucho significa que internamente estás muy incómodo con lo que eres o haces. 

Todos nosotros en algún momento de nuestras vidas nos hemos encontrado ante la situación de lidiar con otras personas que molestaban ya sea por lo que decían o pensaban de nosotros. Si eres como el 90% de personas en el mundo, después de estas situaciones seguro te quedas muy molesto(a), incómodo(a) y desconcertado(a) por lo que se te ha dicho y por lo que pudiste haber dicho/hecho como reacción a la mención o ataque, pero te quedaste quieto(a) y en silencio. (o hiciste algún berrinche)

Pero la cosa no acaba ahí. Como resultado de este tipo de situaciones, has empezado a experimentar una creciente incomodidad interna, ansiedad, y miedo a decir o hacer cosas por no exponerte a situaciones en donde puedan juzgarte y no te sientas como te hacen sentir.

¿Te suena familiar?
Incluso hay veces en que no tiene que suceder afuera nada! Uno en su mente se arma perfectamente la escena y bastará para sentirse jodido sin siquiera haber escuchado algo. Piensas que otras simples charlas que nada que ver con vos son ataques y te das por aludido cuando se tocan ciertas “palabras incómodas.” 

Crees que evitando gente y situaciones en donde puedes ser vulnerable es la solución. Pero no. Esa cosa está ahí siguiéndote a donde sea que vayas. Estés solo o acompañado.

Para llenar ese vacío muchos buscan aprobación desesperadamente de otras personas para que les recuerden constantemente lo que valen o lo que son.

Es como mendigar amor y valía.

Tal vez no lo ves ahora, pero lo que te afecta de algo está relacionado directamente en por qué haces ese algo.
Haces ese algo para tener ese algo.
Es como ser adicto a todo lo que digan o piensen de ti.
Es alimentar a tus demonios con más de las cosas que les gusta escuchar o “comer” y se perpetúe la charla negativa interna con la idea que tienes de ti mismo.
El ciclo se repite.

Los demonios son unos bichos muy hambrientos y constantemente quieren más y más. Por tanto hay que seguir alimentándolos con más…

Más aprobación, más opiniones, más insultos, más ataques, más críticas…
Te sientes mal, odias a la gente por hacer eso contigo.

¿Pero qué esperabas? Es lo que te gusta. Es lo que buscas. Es lo que provocas.

Cuando actúas de esta manera, dependes de todo lo que digan o hagan los demás para obtener cierta sensación de valor o aprobación para ti.

En otras palabras, no confías en tu propio valor, y das más importancia a la opinión de los demás. Alimentas tu propia inseguridad y constantemente necesitas de los otros que te digan lo bien o mal que estás haciendo algo y lo mucho o poco que vales.

Los otros te definen.
Cuando alguien por fin te dice lo bien que lo estás haciendo o lo grandioso que eres, NO es suficiente para ti. A tus demonios no les gusta comer ese tipo de cosas. Lo rechazan, lo vomitan.


No te crees los elogios que te dicen porque tú mismo no crees eso dentro de ti. Eso que te dicen no va acorde a lo que hay adentro, por tanto lo repelas y no lo aceptas.

Oxímoros


Oxímoron es una figura literaria que consiste en combinar dos expresiones de significado opuesto en una misma estructura, con el objetivo de generar un tercer concepto con un nuevo sentido. El estudio de su etimología demuestra que se trata de una palabra compuesta de dos términos griegos, cuyos significados aproximados son “agudo” y “tonto“, dos términos tan opuestos como un oxímoron en sí mismo.

El oxímoron funciona en un sentido metafórico ya que su significado literal resulta absurdo o incoherente. Por ejemplo: Su obra está cubierta de una luminosa oscuridad es un oxímoron que podría hacer referencia a un estilo artístico revelador. La frase La droga ofrece un placer doloroso, por otro lado, expresa a la vez la momentánea sensación agradable y los serios problemas a largo plazo que provocan cierto tipo de sustancias químicas, también conocidas como estupefacientes.

Esta figura retórica permite ocultar una intención sarcástica bajo una expresión que, en apariencia, es absurda: “Un silencio atronador descendió desde las galerías hasta el escenario y desconcertó a los actores”.

De forma opuesta al oxímoron, que espera un esfuerzo por parte del receptor para dar con su significado, el pleonasmo es un recurso expresivo que se vale de una redundancia de variada extensión para reforzar el sentido de una idea. 

Su presencia, a diferencia del oxímoron, es muy común en el habla cotidiana, como se puede apreciar en los siguientes casos: “Debes subir para arriba“, “No te lo vuelvo a repetir“, “Lo vio con sus propios ojos“. El pleonasmo también aparece en diversas obras literarias, entorno en el cual goza de una profundidad que lo aleja de una mera repetición de conceptos.

Una figura del pensamiento que se suele confundir con el oxímoron es la antítesis, que se construye con la contraposición de frases o palabras que posean un significado contrario. El poema titulado “Es tan corto el amor, y tan largo el olvido” es un claro ejemplo de este recurso, que no expresa una idea contradictoria, sino que refuerza el peso de una haciendo uso de otra, que tenga un sentido opuesto. 

Fuera del ámbito literario, es común hablar de antítesis cuando se desea comparar a dos personas o dos situaciones, generalmente enfocándose en las características negativas de una de ellas.

La paradoja, por otro lado, se usa para afirmar una contradicción en sí misma, algo que en una determinada cultura parece carecer de sentido. Esto se ve muy frecuentemente en el lenguaje místico, que sugiere la existencia de un plano que no ha sido explorado o aceptado por la ciencia. En un soneto de Pablo Neruda encontramos una estrofa que comienza diciendo “Yo te amo para comenzar a amarte” y culmina con el verso “por eso no te amo todavía“. En un poema de Machado, por otra parte, se da como consejo que nunca se siga su consejo.

En ocasiones, se dice que ciertas expresiones son oxímoron por una cuestión de juicio subjetivo. Ese es el caso de frases como “inteligencia militar” o “armas inteligentes”; hay quienes creen que no debería hablarse de inteligencia en el ámbito militar ya que no resultan racionales las técnicas o disciplinas que buscan la destrucción de otros seres vivos.

Algunos oxímorones forman parte del lenguaje cotidiano como “casi siempre”, “apuesta segura”, “accidente afortunado” o “aldea global”. La imprecisión de dichas expresiones puede pasar desapercibida para muchas personas, pero es en parte responsable de la pobreza con la que nos expresamos, de lo desprotegidos que nos encontramos frente a las situaciones formales y a las definiciones técnicas.


Cabe destacar que, de acuerdo a la Real Academia Española (RAE), el término oxímoron debe permanecer sin cambios en plural, aunque también es válido utilizar la palabra oxímoros.

Antípodas

Comúnmente, el lenguaje filosófico suele incorporar a su terminología palabras de otras ciencias más exactas, como las matemáticas, la física o la química, para establecer metáforas que sean efectivas para hacer entender sus planteamientos.

De la misma manera, nuestros políticos utilizan estas frases o vocablos frecuentemente, ya no solo con intenciones figuradas o metafóricas sino como una forma de embellecer el discurso, que por lo general adolece de profundas limitaciones en cuanto a riqueza de vocabulario, capacidad de elaboración de ideas complejas y que tengan, además, sentido práctico.

Una de las más populares es, sin duda, la palabra “antípodas”, que ha llegado hasta el lenguaje de nuestra política cotidiana -es acertado decirlo- sin perder su sentido original, aunque no se pueda garantizar que todos aquellos personajes que la usan estén plenamente conscientes de su procedencia y utilidad real. En esta nota les contamos de dónde proviene este término.

Cuando un político habla de que tal o cual planteamiento está en “las antípodas” de lo que dicta el buen criterio, la legalidad o la razón; lo que está tratando de hacer es descalificar esa idea -que evidentemente no comparte- considerándola inaceptable y, por ende, que no vale la pena ni siquiera para ser tomada en cuenta. Sin embargo, ubicar una opinión o un conjunto de opiniones en el extremo opuesto de lo que uno piensa no le da, de manera directa, la categoría de “idea equivocada” sino que, simple y llanamente, está ubicada al otro lado del espectro de planteamientos.

Este error surge de un entendimiento parcial del significado recto del término “antípodas”, que habría sido utilizado originalmente por los antiguos filósofos griegos -Platón, Aristóteles- o romanos -Plinio el Viejo- para denominar aquello que se encontraba diametralmente opuesto al punto de vista de una persona. La palabra se compone de “anti” (“opuesto”) y “pous” o “podós” (“pies”). Como indican algunos analistas, esta palabra compuesta contiene, en su etimología y posterior uso en las ágoras, la noción aun no conocida de la redondez de la tierra, dado que implica la existencia de un “lugar” en el que se ubicarían aquellos observadores que lo ven todo desde “el otro lado”.

Posteriormente, y con la aceptación científica de la forma esférica de nuestro mundo, el término “antípodas” fue adoptado por la Geografía, ya de manera específica, para definir los puntos de la tierra que están al otro extremo del globo terráqueo. Como es fácil de entender, el desarrollo de la ciencia y la tecnología, así como el profundo conocimiento que ahora tenemos de las dimensiones y coordenadas del planeta en que vivimos, nos permite ahora saber con sorprendente exactitud, qué hay debajo de nuestros pies o, para ser más precisos, al otro lado del mundo.

Uno de los ejercicios de cálculo para navegación marítima y aérea -capitanes de barcos y aviones- es la ubicación de los antípodas de diversos puntos del planeta, a través de una fórmula matemática. 

Como la forma de la Tierra se aproxima a una esfera o a un esferoide, la posición antípoda de un punto situado puede establecerse a 180° según sus coordenadas geográficas (latitud y longitud). La línea recta que une ambos puntos atraviesa el centro del planeta. El recorrido más corto posible entre ambos, sobre la superficie, es de aproximadamente unos 20,000 kilómetros
.
En el lenguaje coloquial de nuestro país, es costumbre decir que los países del Lejano Oriente -llámese China, Japón, Corea, entre otros- están “al otro lado del mundo”. Incluso múltiples representaciones gráficas -dibujos o caricaturas- suelen ubicar, en el extremo opuesto de nuestras ciudades, a seres humanos con rasgos orientales (como el dibujo que ilustra este post). Y no es una aseveración muy alejada de la realidad: la ubicación antípoda del Perú es Vietnam. Según últimas consideraciones geográficas, nuestro país tiene hasta 6 antípodas en territorios de Vietnam, Camboya, Laos, Tailandia, Indonesia, Malasia y China.


Un dato curioso: el 96% de los lugares del mundo tienen su antípoda en el mar y solo el 4% de la superficie restante del planeta tiene su antípoda en tierra firme.