lunes, 3 de diciembre de 2018

Pensar Es Filosofar


 Filosofar es pensar. Pero ¿qué es pensar? Pensar es como decía el maestro de filosofía José Ortega y Gasset, una tarea, algo que el ser humano hace por algo y para algo, una ocupación y no sólo algo que en él pasa. La mente del ser humano intenta por distintos caminos saber a qué atenerse respecto al mundo y a sí mismo. Uno de esos caminos es el saber filosófico.

El pensar en forma filosófica, es como señala Gramsci, un método intelectual, que pretende formarse una concepción coherente del mundo, que no  sea fragmentaria, inconexa, acrítica, ocasional y dispersa, compuesta de fragmentos de diversas concepciones, con frecuencia contradictorias.

Pensar, razonar correctamente es una habilidad que suele llamarse “lógica como arte”, nos dice la filósofa Adela Cortina. Se trata de tener un razonamiento en que las personas establezcan relaciones lógicas de causa y efecto, que incorpore operaciones como la deducción, la inducción, la síntesis, que analice la interconexión dialéctica de los hechos.

 Pensar es una actividad que pretende desarrollar el sentido del razonamiento lógico, la capacidad crítica, el análisis, la curiosidad que no respeta dogmas ni ocultamiento. Pensar es fomentar el uso de la razón: para observar, abstraer, deducir, para obtener una visión de conjunto ante el panorama del saber. Así como sensibilizarse, para apreciar las más bellas realizaciones del espíritu humano; 
motivado por el entusiasmo, la pasión, el amor al conocimiento, como afirma F. Savater en su libro “El valor de educar”.

 Pensar es filosofar. La filosofía es en su origen histórico y etimológico: ”amor a la sabiduría”, “philos”- “sophia”.

Adela Cortina nos recuerda que la filosofía occidental nace en Grecia, concretamente en Mileto (Asia Menor), en el siglo VI a.C. En textos de Heródoto, Tucídides y Heráclito aparecen términos relacionados con el “filosofar”, (hos philosopheón) en conexión con otros como “sabiduría” (sophie).

El filósofo, el pensador, aspira al saber, gracias a esta actitud se pone en marcha un motor impulsado por el sentimiento de amor, admiración y gusto por el conocimiento. Como lo ilustra un historiador de la antigüedad con las siguientes palabras con las que Creso saluda a Solón: “Han llegado hasta nosotros muchas noticias tuyas, tanto de tu sabiduría como de tus viajes, y de que, movido por el gusto del saber, has recorrido muchos países para examinarlos”.

La admiración, el asombro, se produce ante un mundo que plantea toda suerte de interrogantes. Aristóteles dice que: ”los hombres comienzan y comenzaron siempre a filosofar movidos por la admiración, al principio admirados ante los fenómenos sorprendentes más comunes; luego, avanzando poco a poco y planteándose problemas mayores…”.

Adoptar ante el universo la actitud descrita da lugar al saber filosófico: la filosofía se caracteriza por ser un amor a la sabiduría, una aspiración al conocimiento motivada por la admiración.

La admiración era definida por el filósofo Descartes como asombro, descubrimiento, conocimiento emocionante: “la súbita sorpresa del alma que la lleva a considerar con atención los objetos que le parecen raros o extraordinarios”.

El filósofo Bertrand Russell nos dice que el conocimiento en sus inicios fue debido a hombres que tenían amor al universo. Percibían la belleza de las estrellas y del mar, de los vientos y de las montañas. Porque amaban todas esas cosas, sus pensamientos se ocupaban de ellas y deseaban entenderlas más íntimamente que lo que la mera contemplación exterior hacía posible. 

“El mundo- decía Heráclito- es un fuego siempre vivo”. Los filósofos griegos sintieron una gran inclinación hacía el conocimiento, percibían la extraña belleza del mundo, eran hombres de un intelecto titánico y de una intensa pasión.

La pasión por saber, por entender el mundo y el deseo de transformarlo para el mejoramiento de la humanidad, son grandes motores que impulsan el avance del conocimiento.


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