Hablar de las violencias de género es hablar de las formas
sociales de relacionamiento, por lo tanto pensar en alternativas o soluciones
sin comprender las características sociales que facilitan esas violencias es
contradictorio y a la vez esas manifestaciones de rechazo a las violencias que
padecen las mujeres se vuelven ineficaz.
Las violencias que los hombres ejercen contra las mujeres no
existen porque sí, sino, que son el resultado de un intrincado sistema
socio-cultural y político que diseñó el maltrato a las mujeres como forma
social de ser y estar en sociedad.
Cuando la humanidad dejó de vivir en comunidad, conformó las
sociedades y desde el inicio de ese modelo a las mujeres se les dio el rol que
los hombres determinaron de acuerdo a la conveniencia para el sistema en ese
momento, por ejemplo, los aristócratas no consideraron a las mujeres como
poseedoras de sabiduría, por ello su papel fue el de cuidar del hogar y de esta
manera facilitar el trabajo a los hombres. A las mujeres no se les permitía cuestionar
las decisiones de los hombres, como mandato divino a las mujeres se les entregó
la obligación de obedecer, nunca de mandar, y la historia oficial de la
humanidad así lo válida, por ello en la cultura occidental María es la
representación de la mujer perfecta, porque es virgen, sumisa y obediente.
Las violencias de género que padecen las mujeres están
estrictamente relacionadas con la estructura social, y a partir de la
configuración de las relaciones sociales se definen roles y funciones para las
mujeres que traen inmersa esas violencias. Obligar a las mujeres a seguir el
patrón de María es una muestra de esas violencias intrínsecas.
Las violencias de género generan en las mujeres miedo,
angustia, dolor, tristeza, resentimiento, odios, baja autoestima, inseguridad,
dependencia, inestabilidad emocional y depresión. La principal arma de defensa
de las mujeres contra las violencias es el autoestima, su amor propio, es por
eso que desde que nacemos se nos ataca el amor propio, cuando se nos educa para
para obedecer al marido, para acogernos sin chistar a lo que Dios estableció
para nosotras, porque es natural, porque las mujeres tienen que ser mujeres de
puesto; se nos educa para ser idiotas al enseñarnos que nuestro valor está en
nuestro cuerpo, en usarlo para satisfacer a nuestro marido, para ser madres o
modelos. Se nos inculca la idea de que valemos como mujer en la medida en que
no tengamos sexo porque debemos que ser castas y puras, esta creencia es una
desventaja frente a los hombres dado que mientras ellos desde muy pequeños se
masturban (proceso natural que les permite conocer su cuerpo), las mujeres
crecemos con desconocimiento sobre nuestra corporeidad, ese desconocimiento
sumado a las ideas de sumisión no nos permite ejercer autonomía sobre nuestro
propio cuerpo y terminamos cediendo el control sobre nuestro propio cuerpo a la
sociedad
.
Aunque el género no nace con las personas si no que es una
construcción social, que surge de símbolos y significantes sociales que
determinan las interacciones de acuerdo al momento histórico, la sociedad
insiste en hacernos creer que las características de obediencia, cuidado del
otro y sumisión son naturales a las mujeres, y que resistirse a tener tales
“virtudes” es lo anormal.
El concepto de género está ligado a la teoría de la
discriminación deliberada y sistemática contra las mujeres. El género no tiene
fundamento biológico (no es natural) ha sido construido culturalmente
(constructo social), esta construcción privilegió a los hombres en detrimento
de las mujeres. Es así como las instituciones sociales están al servicio de ese
concepto desigual del género; en la escuela, en la familia y en la sociedad en
general se asumió natural violentar a las mujeres.
En esta construcción desigual del concepto de género se
fundamentan las relaciones sociales entre hombres y mujeres, y es allí donde
recae el origen de las violencias que las mujeres padecen.
Normalmente se violenta a las mujeres de forma explícita a
través de la violencia física, verbal y sexual, pero también están las
violencias soterradas como la violencia psicológica, esta última forma no
siempre es percibida por su víctima, y silenciosamente va acondicionando a las
mujeres para que asuman las violencias hacía ellas como algo normal.
A las mujeres se les educa para que sean inseguras de sí mismas, pues se les enseña que necesitan un hombre que las defienda y cuide, socialmente a las mujeres solteras no se les da estatus, porque lo ideal es que las mujeres adultas tengan pareja, un hombre que las cuide y defienda, además tener un marido y conformar una familia debe ser la meta de las mujeres; se acostumbra a creer que las mujeres adultas que están solteras es porque tienen alguna deficiencia para sostener una relación.
A las niñas no se les educa para que sean independientes,
para que deseen ser astronautas, crear empresas, ser presidentas de su país, o
dueñas de la empresa más importante que pueda existir; sus roles están
relacionados con la sumisión, porque socialmente ser sumisas es lo mejor que
las mujeres pueden ser.
Las mujeres las violencias que éstas padecen, son producto
de la concepción de mujer que la sociedad construyó. Los sujetos sociales
comprenden las violencias contra las mujeres como una simbología constitutiva
de su sociedad, por ello estas violencias se perpetúan y agudizan.
Esa consciencia que como individuo tengo de mi entorno ha
sido entregada a mí a partir de las relaciones anteriores de la sociedad en la
que me desenvuelvo, esas interacciones han permitido crear significados sobre
determinadas acciones y esos significados a la vez han diseñado estímulos para
mi acercamiento con esa realidad.
Son esos sistemas de valores los que enseñan
a los hombres a violentar y a las mujeres a que se consideren débiles.
Maltratar a las mujeres es normal porque siempre ha sido así.
Para cambiar las prácticas de violencias contra las mujeres
es necesario cambiar los códigos sociales que posibilitan esas violencias.
Debemos cambiar nuestra estructura social y los símbolos que constituyen
nuestra psiquis colectiva, esa transformación exige construir nuevos imaginarios
del ser mujer que a su vez reconfiguren las actuales masculinidades en donde lo
masculino no siga representando violencia.