Erase una vez unos habitantes, una ciudad y un reino muy lejos de aquí y que se
parecían muy poco a nosotros. Vivían al principio en paz, rodeados de cosas
sencillas como el sol, aire puro, pájaros y plantas, las buenas y sencillas
plantas, que en gran variedad había existían en aquella tierra, y que los
ancianos del lugar usaban para hacer tizones medicinales, plantas cuyos
secretos pasaban las abuelas de generación en generación.
Cuando se necesitaba alguna planta, alguna abuela sabia
salía a la montaña y volvía con un buen puñado de ellas, justo las que
necesitaban para cada caso. Pero eso sólo ocurría de tarde en tarde, en los
raros casos en que alguien se ponía enfermo, por lo común viejos a los que ya
se iba aproximando su hora de partir de este mundo. Así es que había muchos
ciudadanos saludables y longevos.
Pero un día triste de un año maléfico llegó a la ciudad un hombre malo, y se quedó en el mejor
hotel, maquinando cómo hacerse rico con tan confiados e ingenuos ciudadanos. Se
llamaba Manson y era en realidad un estafador desaprensivo que había tenido que
huir de otro reino por una gran estafa que él hizo. Aunque, como suele ocurrir
con todos los estafadores, vestía con mucho empaque y parecía una persona muy
honorable y digna de crédito. Todos le cedían el paso cuando él entraba en los
lugares importantes de la ciudad.
Manson tenía el corazón negro y se rodeó, por la ley de la
semejanza, de un pequeño círculo de hombres con el corazón asimismo negro, y
empezó a maquinar cómo estafar a gran escala, sin que esta vez tuviera que huir
ni le quisieran llevar ante la justicia.
Pronto creo una estafa perfecta que, como sería a gran
escala, sería muy poco detectable. Decidió
vender a los ciudadanos de ese reino simultáneamente venenos y contravenenos
para de esta forma hacerse muy rico.
Así es que, ayudado de su íntimo círculo de secuaces, pasaron a la primera fase
del proyecto. Pusieron a la venta
un veneno en bajas dosis para aguas y alimentos, veneno al que sin embargo
llamaron «Aditivo Colorante
Conservante» pues daba color y sabor atractivo a los manjares e impedía que
aguas y alimentos se llenasen de algas y microbios (incluso a temperatura
ambiente) o, como ellos dijeron en su publicidad, impedía que las aguas se
«pudriesen». Como los efectos de
esos venenos eran a largo plazo, sólo los previnieron algunos biólogos
expertos, que fueron convenientemente sobornados (y en algunos casos eliminados).
En vista de que nadie señalaba inconvenientes importantes y
en vista de las indudables ventajas, muchos hombres buenos acogieron y
financiaron a ese hombre de corazón malo, que fundó una gran empresa que llamó
«Aditivos Co.» que creció un 500% durante muchos años, e hizo muy rico a Manson
y a los Bancos que le ayudaron.
Pero la naturaleza no entendía de mentidas y sobornos. Así
es que las células de los hígados
de los habitantes de esa ciudad y de ese reino se desvitalizaban y
morían... a la misma velocidad que las algas que antes enverdecían las aguas de
los estanques y que las bacterias que antes fermentaban los alimentos; y los
colorantes y saborizantes que tanto realzaban (y hacían vender) los manjares... envenenaban en igual proporción poco a
poco los hígados y riñones de la mayor parte de los habitantes del reino.
Los sistemas
inmunitarios de los habitantes de
la ciudad se deprimían
lentamente y los hepatocitos
morían uno tras otro, vertiéndose sus contenidos necróticos en los conductos
intra y extrahepáticos y en la sangre, los cuales se llenaban de extrañas
proteínas, trozos de ADN y ARN dañados. No
es de extrañar que, tras algunas semanas, proliferara entre toda esa materia
muerta algún que otro microbio «oportunista» o «basurero», microbio que era
rápidamente fotografiado e identificado por los biólogos a sueldo de Manson.
Para encubrir su oculta pero detectable mala acción, Manson
y sus desaprensivos hacían decir a los «expertos» a su servicio que las
extrañas proteínas y trozos de ADN y ARN dañados que aparecían en la sangre y
biopsias de los afectados pertenecían en realidad a los microbios que aparecían
en la mayoría de los hígados afectados. Y, presentando diapositivas de los
microbios y del material genético hallado, decían con gran solemnidad que habían por fin descubierto a los
verdaderos "responsables" de los daños hepáticos encontrados.
Y como esa mentira se decía con palabras muy serias y
complicadas en revistas muy serias y complicadas... pues resulta que todos los
letrados y «científicos» del reino dijeron que así era, en efecto, pues temían confesar que no habían
visto nada de todo eso, y que en realidad ignoraban la base que estaba detrás
de toda aquella fraseología. Y como ellos dijeron que era así, los mejores
periodistas y dibujantes hicieron amplios esquemas que publicaron en las
revistas más «serias» y expléndidos documentales que emitieron en la Gran
Cadena Televisiva del reino.
Y, como eso hicieron los periodistas, todos
creyeron esa gran mentira que, paradójicamente, recibió el premio Pulitzer de
ese año. Es más, hartos de ver crecer el número de enfermos y muertos que cada
semana se registraban en el desolado reino, el clamor de las gentes forzaron a
que la Seguridad social del envenenado reino financiase la lucha contra esos
perversos microbios.
Manson fundó un gran holding diversificado de empresas que
ascendió rápidamente en Bolsa. Además de «Aditivos Co.», Manson y sus
desaprensivos fundaron también «Inhibitoria Farmacéutica Co.», que desarrolló
potentes antimicrobianos e inhibidores de los procesos de expresión y
catabolismo celular. De esta forma lograban frenar durante algunos meses (e
incluso años) los alarmantes resultados que en los organismos envenenados los
«test detección» iban mostrando. Cierto es que ese frenado se producía a costa
de importantes efectos secundarios. Unos y otros eran puestos en el mercado...
tras patentarlos, por supuesto.
Pero la pieza clave del Holding la constituía «Multimedia
Co.» empresa de «publicidad y publicaciones científicas» que hizo periódicas y
«muy serias» campañas «de sensibilización» en este sentido, poniendo siempre «a
disposición de la prestigiosa clase médica» las «valiosas ayudas descubiertas».
Los envenenamientos de «Aditivos Co.» continuaron, y los
subsiguientes daños hepaticorenales también. Convenientemente publicitados, el
uso de los productos de «Inhibitoria Farmacéutica Co.» fue creciendo, y pronto
pudieron hacerse estadísticas de resultados.
Como consecuencia, las revistas «científicas» se fueron
llenando de sesudos trabajos (estadísticos y aleatorizados, por supuesto) que
ilustraban de mil formas distintas la «alta asociación» que existía entre los
microbios sospechosos y el daño hepático de los pacientes; y manifestaban bien
claramente la dependencia que se
producía entre el uso de los fármacos bioinhibidores y la eficaz inhibición de los molestos
signos y síntomas que se producían por la destrucción de los hepatocitos y la
aparición de microbios.
La mayor parte de los (ya enriquecidos y afamados) «expertos», y la cohorte de
periodistas y cameramans que les seguían, no dudaron de la versión que impulsó
Manson, pues había «consenso general» entre todos los «expertos» y, además, las
«correlaciones» eran «muy altas y pausibles».
Como suele ocurrir en la mayor parte de las buenas estafas,
los estafados participaron con ganas y ahínco en dejarse estafar: los que
participaron en la creación y mantenimiento de los aditivos, test y farmacoinhibidores, obtuvieron
dos beneficios: El primer beneficio era el oropel que adquiría la pléyade de
médicos y farmacéuticos en financiados «Congresos Científicos» donde la
autovanidad que necesitaban alcanzaba dimensiones verdaderamente coreográficas;
El segundo beneficio era los inesperados y buenos beneficios
que el uso de los test y fármacos les dejaba a cada uno de ellos. Para lavar su
consciencia «Multimedia Co.» les decía que además de ejercer una loable y
sacrificada labor de «prevención» al usar los test de «diagnóstico precoz» en
la asustada población... sólo ellos «estaban autorizados» y sabían emplear esos
tests.
En todas las generaciones, desde entonces, existía también
ese «terapeuta disidente» que curaba a sus enfermos envenenados, con
hierbas medicinales y pócimas simples de las antiguas abuelas, y contraindicaba
el uso de los productos de «Aditivos Co.» en las aguas y alimentos, desaconsejando
también los potentes fármacos de «Inhibitoria Farmacéutica Co.»,
millonariamente patrocinados por Manson por los forajidos que le continuaron.
A pesar del uso universal de «Aditivos Co.», los enfermos que atendía el
terapeuta disidente dejaban pronto de empeorar y solían mejorar
sorprendentemente pronto y bien, sin apenas secuelas.
Con estos terapeutas contestatarios, Manson y sus
descendientes sabían muy bien lo que hacer, y siempre hacían lo mismo: el terapeuta disidente era rápidamente
tildado de charlatán, desacreditado y destituido por quienes tenían mucho que
perder. Debido a ello, los
periodistas y colegas que antes de ser destituido lo acusaban de ser un
«buscador de notoriedad», pasaban a decir en un segundo tiempo que actuaba por
«resentimiento» cada vez que, con menos fuerza y más desolado en cada ocasión,
seguía el disidente advirtiendo a todos del «gigantesco error»; y lo encerraban
en un psiquiátrico (o lo dopaban con psicofármacos, que era más fino).
Esta es la historia de esa distante ciudad de ese remoto reino que, como ves, tan
poco parecido tiene al nuestro.
Ciudad y reino que perduran hasta nuestros
días, y en los que durante muchos más años han continuado envenenándose mucho
más hígados. Y han continuado muriendo muchos más sufridos ciudadanos. Y han
continuado haciéndose ricos y famosos muchos más científicos, médicos y
farmacéuticos.
Y, sobre todo, han continuado haciéndose mucho, más multimillonarios y
respetados los desaprensivos estafadores. Cada uno de los que enfermaban y cada
uno de los que morían estuvieron siempre muy agradecidos por todo los que, en
su triste situación, aquellos estafadores «hacían por ellos». Les dieron
premios y títulos y bendijeron el día en que providencialmente llegaron a la ciudad, poco antes de que
la epidemia de «microbios rompehígados» comenzase. Y en el Parlamento
decidieron erigir una gran estatua de bronce en el centro de la Plaza Mayor, en
memoria de Sir Manson, al que llamaron «El Gran Benefactor»; pero que, como tú
ya sabes muy bien, querido lector, fue en realidad el primero y más astuto de
todos los timadores, el creador de la nueva saga de los biogánsters vendedores
de venenos y contravenenos.
Estas cosas son las que pasan en reinos en donde suspobladores no cuestionan a
las autoridades....
Y colorín colorado, este «cuento»... "aún" no se ha acabado.