"Si parezco
confundido, es que estoy pensando".
Samuel Goldwyn
Samuel Goldwyn
Con
toda seguridad, usted dejará de leer este artículo en el segundo párrafo. No se
culpe, pero tampoco me culpe a mí. Según el pensador Nicholas
Carr, esto sucede por lo que Internet le ha hecho a su cerebro, y porque
seguramente el móvil, la televisión o el correo electrónico interrumpirán
nuestro, ya de por sí breve, vínculo, para hacerlo aún más breve.
Las reflexiones de Carr vienen a decir que “nuestros hábitos en la Red son lo suficientemente sistemáticos, repetitivos e instantáneos para reamueblar nuestro mapa neuronal y reprogramar nuestro proceso de pensamiento de manera casi irreversible”, apunta la periodista y escritora Marta Peirano.
Y dicho así asusta, pero el problema tiene cura: leer libros o periódicos en soporte de papel. Aislados y abstraídos. “Me doy cuenta sobre todo cuando leo –explica Carr-. Antes me era fácil sumergirme en un libro o en un artículo largo. Mi mente quedaba atrapada en la narración o en los giros de los argumentos y pasaba horas paseando por largos tramos de prosa. Ahora casi nunca es así. Ahora mi concentración casi siempre comienza a disiparse después de dos o tres páginas. Me pongo inquieto, pierdo el hilo, comienzo a buscar otra cosa que hacer. La lectura profunda que me venía de modo natural se ha convertido en una lucha”.
Las reflexiones de Carr vienen a decir que “nuestros hábitos en la Red son lo suficientemente sistemáticos, repetitivos e instantáneos para reamueblar nuestro mapa neuronal y reprogramar nuestro proceso de pensamiento de manera casi irreversible”, apunta la periodista y escritora Marta Peirano.
Y dicho así asusta, pero el problema tiene cura: leer libros o periódicos en soporte de papel. Aislados y abstraídos. “Me doy cuenta sobre todo cuando leo –explica Carr-. Antes me era fácil sumergirme en un libro o en un artículo largo. Mi mente quedaba atrapada en la narración o en los giros de los argumentos y pasaba horas paseando por largos tramos de prosa. Ahora casi nunca es así. Ahora mi concentración casi siempre comienza a disiparse después de dos o tres páginas. Me pongo inquieto, pierdo el hilo, comienzo a buscar otra cosa que hacer. La lectura profunda que me venía de modo natural se ha convertido en una lucha”.
Nos adaptamos. Pero
a un precio que nuestro cerebro aún no sabe si puede permitirse pagar. La
primera capacidad en caer ha sido la de la concentración, que deja paso a la
agilidad lectora y selectiva, al ser bombardeados continuamente, terrible.
Y
la parte más dramática reside en la rapidez con la que ha sucedido el cambio de
paradigma. Sin embargo, al haber ocurrido de forma tan sutil e intuitiva, el
hecho de levantarnos con Internet en el móvil desde la mesilla -para ver el
correo y el Facebook- y el de trabajar con 30 pestañas abiertas en el navegador
son ya situaciones tan cotidianas como lavarse los dientes; aunque hace cinco
años nadie las viviera. Según la infografía elaborada por ocialHype y
OnlineSchools.org denominada 'Obsesionados con Facebook',
prácticamente la mitad de los usuarios consultan Facebook como primera
actividad del día. De este porcentaje el 28% escribe un comentario según sale
de la cama.
Nos adaptamos. Pero a un precio que nuestro cerebro aún no sabe si puede permitirse pagar. La primera capacidad en caer ha sido la de la concentración, que deja paso a la agilidad lectora y selectiva, al ser bombardeados continuamente con nuevos datos. Tras ésta, la capacidad de comprender lo que leemos: “Cuando leemos en la Red, nuestro cerebro está demasiado ocupado decidiendo si pincha o no en los enlaces, ignorando los anuncios y valorando el interés de los otros titulares para prestar atención a lo que lee, sin mencionar la interrupción constante de nuestros avisos de actualización (RSS, correo, SMS, etc). Al segundo párrafo nos impacientamos porque el navegador nos recompensa con deliciosas endorfinas cada vez que descubrimos algo nuevo, aunque sea irrelevante”, sentencia Peirano.
¿Le está pasando a usted? ¿Cuánto más usa la Red, más tiene que luchar para concentrarse en escritos largos? No le entretengo más. Lo más probable es que ya haya dejado de leer.
Nos adaptamos. Pero a un precio que nuestro cerebro aún no sabe si puede permitirse pagar. La primera capacidad en caer ha sido la de la concentración, que deja paso a la agilidad lectora y selectiva, al ser bombardeados continuamente con nuevos datos. Tras ésta, la capacidad de comprender lo que leemos: “Cuando leemos en la Red, nuestro cerebro está demasiado ocupado decidiendo si pincha o no en los enlaces, ignorando los anuncios y valorando el interés de los otros titulares para prestar atención a lo que lee, sin mencionar la interrupción constante de nuestros avisos de actualización (RSS, correo, SMS, etc). Al segundo párrafo nos impacientamos porque el navegador nos recompensa con deliciosas endorfinas cada vez que descubrimos algo nuevo, aunque sea irrelevante”, sentencia Peirano.
¿Le está pasando a usted? ¿Cuánto más usa la Red, más tiene que luchar para concentrarse en escritos largos? No le entretengo más. Lo más probable es que ya haya dejado de leer.