Las emociones son universales
y también lo son las sensaciones que nos producen en el cuerpo, sea cual sea
nuestra cultura. A un occidental consumista le hierve la sangre cuando
presencia algo que le molesta profundamente de igual manera que a un asiático
espiritual zen. A todos se nos enciende o apaga el cuerpo de la misma manera
cuando nos emocionamos:
Hoy en día, emociones como la
alegría, la tristeza o el miedo se aceptan sin inconveniente, mientras que el
enfado tiende a disimularse porque molesta. Si demostramos la ira, los que nos
rodean muy probablemente nos tacharán de histéricos. Así que la reprimimos. Y
sin embargo, la vida está llena de situaciones que nos cabrean.
Agarrarse una rabieta es una
emoción excelente, afirman los psicoterapeutas. Es, a la vez, una señal de
alarma y un límite que debe ser respetado. Indica, en definitiva, un deseo de
cambio. Según la psicóloga americana Harrite Goldhor Lerner, “la ira es una
reacción fuerte de descontento, consecuencia de una frustración, de una
situación que se juzga injusta”. Es decir, aparece cuando las necesidades o los
deseos no se ven satisfechos.
Escuchar el enfado propio es un impulso de vitalidad, sobre todo porque ocultarlo puede salirnos caro.
Enfadarse en silencio es malo para la salud. Cuando almacenamos ira corremos el riesgo de vernos desbordados por el estrés y, en última instancia, deprimirnos. Expresándola liberamos montones de hormonas, entre ellas adrenalina, que favorece la acción.
Escuchar el enfado propio es un impulso de vitalidad, sobre todo porque ocultarlo puede salirnos caro.
Enfadarse en silencio es malo para la salud. Cuando almacenamos ira corremos el riesgo de vernos desbordados por el estrés y, en última instancia, deprimirnos. Expresándola liberamos montones de hormonas, entre ellas adrenalina, que favorece la acción.
Correr, meditar, morderse la
lengua o contar hasta diez… Cualquier acción sirve para controlar la ira. La
dificultad consiste en encontrar el justo medio entre contenerse y resultar
agresivo. Hemos de saber que expresar la cólera requiere aprendizaje.
Cuando nos enfadamos, lo
mejor –antes de proferir una sarta de improperios– es reflexionar bien acerca
de la nueva situación que queremos establecer. Por su naturaleza impulsiva, la
ira nos empuja a actuar rápidamente, lo que no siempre es aconsejable. De
manera que antes de montar una escena, jerarquicemos las quejas y
preguntémonos: ¿qué es lo que de verdad nos enfada?, ¿qué deseamos?
En lugar de sonreír y lanzar indirectas, pronuncia
tus quejas y hazlo siempre en primera persona.
Utiliza el “yo” y, sobre todo,
no metas a un tercero. En vez de decirle a tu colega de oficina que el ruido
que hace en las reuniones “es desquiciante”, dile que “no soportas su
comportamiento”. Las críticas anónimas no hacen más que aumentar el sentimiento
de frustración.
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