Frecuentemente escuchamos decir por todas partes que el destino
del ser humano sería terrible sin los sueños, comúnmente
argumentamos que todos tenemos derecho a soñar; y si bien esto es cierto, es
necesario reflexionar un poco sobre la forma en que debemos plantearnos este
“derecho al sueño”.
Pues bien, podríamos decir que todo comienza soñando, hasta
ahí no hay ningún problema, pero lo cierto es que uno no puede vivir
eternamente de los sueños, cuando estos se han prolongado durante demasiado
tiempo, cuando son el ingrediente principal de nuestras vidas, comienzan a
pesar.
En realidad la belleza de la imaginación humana es la
previsión, es decir, la capacidad de pensar en el futuro y actuar de acuerdo a
lo que vemos que ocurrirá en momentos posteriores a nuestro presente. En
términos de los sueños, esto significa que la razón de su existencia es nuestra
capacidad de transformarlos en realidad, los sueños no están ahí para que nos
deleitemos con ellos, están para impulsarnos a actuar en su consecución.
Los sueños no son un placer, son un motivo, una necesidad, un
deseo a cumplir; si se quedan por siempre almacenados en
nuestras mentes para lo único que nos sirven es para sentir nostalgia por lo
que no hemos podido convertir en realidad. La fantasía es como el premio de
consolación ante la imposibilidad de fajarnos los pantalones e intentar, aún si
fallamos, lograr aquellas cosas que imaginamos para nuestras vidas.
Pero llevar a la realidad lo que tenemos en nuestra mente requiere
de mucho esfuerzo, es un reto administrado por nosotros mismos.
En primer lugar es preciso poner los pies sobre la Tierra, ser honestos y
omitir por un instante las fantasías narcisistas sobre nosotros, observarnos
tal y como somos, con lo que nos gusta y con lo que detestamos, con lo que
tenemos y con nuestras carencias; es preciso hablarnos con la verdad, pues
deformando nuestra imagen y la del mundo que nos rodea lo único que conseguimos
es una imposibilidad lógica en la consecución de nuestros fines, es decir, nos
quedamos igual.
El trabajo de observación es quizá el más importante, pues
sólo a través de este podemos descubrir las cosas que frecuentemente nos
ocultamos por comodidad, pero la verdad tarde o temprano hace estragos en
nuestra personalidad, así que nos obliga a verla, y entre más temprano mejor.
Después de observar el trabajo debe estar dirigido a destruir aquellos
ingredientes que poseemos y que no forman parte de nuestro sueño, de lo que
queremos ser, y conseguir aquellos de los que carecemos pero son indispensables
para nuestros planes.
Bien decían por ahí que cada día hay que ser lo que no
somos, pero nos gustaría ser, entonces un día repentino las cosas habrán
cambiado para siempre.
Esto sugiere que los sueños son buenos como punto de
partida, son los testigos del poder de nuestra imaginación, pero de ninguna
forma son un estado estático en el que debemos detenernos, quizá valoramos muy
poco al realismo, pero a decir verdad es sólo cuando nuestros sueños se han
convertido en sucesos cuando el sosiego es realmente duradero.
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