viernes, 3 de noviembre de 2017

Encuentros Y Desencuentros

Filosofía
Encuentros Y Desencuentros
En la célebre historia de Edipo uno de los episodios decisivos es el encuentro de éste con su padre Layo, fruto de la casualidad. Edipo topa con Layo en una encrucijada y creo recordar que se entabla entre ellos una disputa acerca de quién tiene derecho a pasar primero. La discusión acaba en reyerta y, de resultas de ella, Edipo mata a su padre, crimen abominable que inicia una larga serie de hechos nefastos en su vida.


Es evidente que la anécdota narra un caso de encuentro y desencuentro: Edipo encuentra a su verdadero padre para inmediatamente después desencontrarse con él. Ni que decir tiene que la vida de todos nosotros está plagada de este tipo de coincidencias y desinteligencias con el otro, momentos en que sentimos que hemos hallado a la persona adecuada para cualquier cosa o para realizar un proyecto querido. 

Tengo en mente, por ejemplo, el momento en que Marx conoció a Engels o en que Abelardo cayó prendado de Eloísa; y recuerdo también la forma memorable como Flaubert describe el momento en que Bouvard y Pécuchet se conocen y cómo a partir de entonces se traba entre ellos una amistad inquebrantable. Son circunstancias cruciales en que establecemos un punto de acuerdo que nos parece definitivo o simplemente que hemos dado con lo que estábamos buscando. Así pues, qué significa un encuentro parece muy claro.

En cambio, no está claro qué es un desencuentro, más allá de lo obvio, como puede ser faltar o fallar a una cita. Resulta difícil explicar por qué uno se “desencuentra” con alguien con quien, por fuerza, alguna vez ha tenido que haberse encontrado; y esta dificultad es la que explica por qué todas las rupturas son agrias.

Por lo demás, otra extraña asimetría se deja ver en la diferencia entre encuentro y desencuentro. En efecto, todos los encuentros son distintos o singulares y se definen o se diseñan por la ocasión, 

mientras que todos los desencuentros en el fondo son el mismo desencuentro. Naturalmente, no me refiero a las razones de uno u otro sino a su experiencia pura. En el encuentro dos series convergen y terminan sus respectivos procesos. En el desencuentro siempre hay la expectativa irreductible y excluyente que, tras la desinteligencia o el desacuerdo habrá de dar comienzo a una serie nueva. 

Esta es la razón por la que, a veces, cuando dos individuos que no se entienden declaran de forma retórica que entre ellos “ha habido un desencuentro”, uno de ellos suele sentirse satisfecho con la conclusión (pese a que es a todas luces redundante) cuando aduce: “¿Qué le vamos a hacer? Es una lástima, pero parece que no nos hemos encontrado.”

Por eso merece la pena fijarse con cuidado en la historia de Edipo y su desdichado encuentro/desencuentro con su padre. Edipo y Layo se encuentran por casualidad –un papanatas observaría que todo fue obra del Destino; sin apercibirse que en el destino también está incluida la contingencia y la casualidad– en cambio su desencuentro no es casual sino necesario, entre otras razones porque el parricidio de Edipo tiene que producirse para que éste adquiera su perfil trágico.

Matar a Layo es una decisión de la que Edipo se hace responsable, pese a que en rigor él no sabe que el desconocido es en realidad su padre. Podríamos generalizar la pauta de tal modo que incluya todos los momentos en que los seres humanos nos unimos y nos separamos de otros seres humanos, todas las circunstancias en que nos encontramos o nos desencontramos sin que sepamos por qué. 

Hecho lo cual, comprobamos que así como todo encuentro es casual (y, por lo tanto, inexplicable: porque es obra del Destino, afirma el papanatas), todo desencuentro en cambio es deliberado, o sea, obra de una voluntad. Así pues, cuando admito que me he desencontrado con otro lo que hago es reconocer que quiero desencontrarme con él. Nada más lastimoso entonces que ver a un socio buscar razones para romper una sociedad con la esperanza de que esos argumentos le servirán de pantalla para ocultar que desea separarse. Casi tan patético y poco airoso como buscar una excusa para faltar (o haber faltado) a una cita a la que uno ya había decidido no acudir.


En rigor, estas asimetrías muestran que el desencuentro no es lo contrario del encuentro sino que lo uno no tiene nada que ver con lo otro, que no hay vínculo causal entre ellos ni razón que los articule. 

De tal modo que, pensadas como una sucesión de encuentros y desencuentros, nuestras vidas se parecen a caminos perdidos en el bosque donde a veces nos sale al cruce un dragón y otras un hada; y unas veces nos toca hacer como Edipo y otras nos toca perder, como el inocente Layo.

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