Un porcentaje no pequeño de nuestras decisiones y conductas
se anima por el “juicio del gusto”. No pocas veces involucran sentimientos muy
profundos. Compras, ventas, matrimonios, partos o sepulturas… suelen asumirse
por un desplante patente o latente del “gusto” que nos impone e inspira un
objeto o un sujeto. ¿De qué depende que algo nos guste, nos disguste o deje de
gustarnos? ¿Somos, acaso, una especie hedonista y frágil a la
que se ha victimado fácilmente por la vía de seducirla con sus “gustos”. Nos
guste o no aceptarlo?
También el capitalismo aprendió a dominarnos por nuestros
“gustos” y nos enseñó a gustar de la dominación misma. Luego de
chantajearnos por los alimentos, por nuestros miedos, por la vivienda… por lo
básico, el capitalismo entendió que podía vendernos lo que
nos place y hacer con la dominación de los “gustos” un negocio
inmenso. Rápido nos educaron para que nos gustaran los “gustos” del
patrón, su forma de vida, sus valores, sus comodidades y su poder. Rápido nos
educaron para que dejaran de gustarnos nuestros pares y comenzaran a ser de
nuestro “gusto” todas las personas y las cosas que nacen, crecen y se
reproducen en el seno de la clase que nos explota. Y nos educaron para comprar
y comprar todo lo que ellos inventan pero, eso sí, con “gusto”, como el “buen
gusto”.
Parece ser factor decisivo ante los “gustos” el -nada
infrecuente- componente irracional de sus causas y sus efectos. ¿Por qué se
gasta lo que se gasta en el mundo en juguetes bélicos para niños? ¿Por qué se
invierte lo que se invierte en bebidas alcohólicas, gaseosas y todo género de
cotillón para “animar” fiestas o celebraciones variopintas? ¿Por qué se consume
“con gusto” la masa ingente de películas, series televisivas, programas,
música, noticieros y en general mercancías ideológicas burguesas? ¿Por qué la
adquisición de ropa, maquillajes y parafernalia de moda a cualquier costo y con
calidades dudosas?¿Por qué nos gusta endeudarnos, por qué nos gusta
embrutecernos, por qué nos gusta pelearnos?
Y a pesar de todos los enigmas que rodean al “juicio
del gusto” (es decir a nuestra capacidad de afirmar o negar algo sobre lo que
nos gusta) nada de lo que se diga sobre los “gustos” está exento de la lucha de
clases ni de la influencia histórica que imprime, en toda conducta, la
ideología de la clase dominante. Simplismos al margen. En el objeto o sujeto de
nuestros “gustos” o disgustos se objetiva la escala completa de lo
que sabemos y de lo que ignoramos. Todos nuestros parámetros se cimbran. ¿Lo
que nos gusta o disgusta proviene de lo que nos enseñaron en casa, en la
escuela, en el trabajo, en la iglesia o en la tele? ¿Nos “gusta” sólo aquello
que conocemos o lo que desconocemos también, nos gusta lo que les gusta a todos
o lo que nos hace distintos? ¿Nos gustan las combinaciones, las mezclas o
las ambigüedades? ¿De dónde sacamos que nos gusta lo que nos gusta?
Y más complejo es saber por qué nos “gusta” lo que nos daña.
Por qué aceptamos con gusto hacer, decir, pensar e imponer como modelos de vida
“gustos” cuya consecuencia -de corto o largo plazo- será algún daño a la salud,
a las relaciones sociales, a la política o al planeta entero. ¿Nos gustan las
películas de Hollywood, las telenovelas, las tele-series, fumar,
alcoholizarnos, drogarnos… financiar dependencias de todo tipo y contribuir a
enriquecer mafias a granel?
Por colmo, transferimos “gustos” a nuestros hijos o amigos
porque esa transferencia es un ejercicio de poder con el que hacemos reinar la
parte más individualista de nuestra “estética” que, por cierto, suele no ser
tan individual como creemos. Por una y muchas razones la crítica a
los “gustos” suele tomarse como una agresión que ofende fibras muy sensibles y
suele irritarnos hasta lo irreconciliable. Incluso quedan aún zonas de pudor
que se lastiman cuando alguien descubre algo que nos gusta y que nos es difícil
de aceptar. De ese alguien se espera la complicidad y silencio con que se
forjan asociaciones estéticas que incluyen, no sin frecuencia, alianzas
patológicas en sentidos varios. Adictos se les llama. ¿Por puro “gusto”?
En el almacén demencial de mercancías -que el capitalismo nos
impuso como si fuese la vida misma- abarrotado con no pocos objetos
inalcanzables e inútiles, se impuso un criterio resbaloso para
impulsar el consumismo a destajo y ese criterio se funda en el “gusto”. Se
compra el televisor que “gusta” para ver los programas que “gustan” y toda la
publicidad que “gusta” a un pueblo anestesiado con “gustos” de mercado y
estética de clase. Se compra la licuadora que “gusta”, el abrigo, las cucharas,
los muebles… y principalmente el “status”, lo distintivo, la plataforma
ideológica que facilita la ilusión de pertenencia al mundo del patrón y al
universo de sus “gustos”. Cueste lo que cueste.
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