La ciencia está descubriendo que la imaginación juega un papel
fundamental en la percepción que tenemos de la realidad y en la elaboración de los
recuerdos, los sueños y los pensamientos. La inteligencia depende de ella, al
igual que la creatividad, y solo potenciándola podemos avanzar hacia una
sociedad más sana y más sabia.
El escritor Gabriel García Márquez afirmó en una ocasión:
“La vida no es lo que uno vivió, es lo que uno vivió y cómo lo recuerda para
contarlo”.
Efectivamente, lo que vives y lo que recuerdas está impregnado de
imaginación. Fuente
de placeres y temores, de descubrimientos y creaciones, la imaginación no es
una facultad menor, sino esencial en nuestra vida interior.
¿Qué es la imaginación?
Numerosos filósofos han visto en la imaginación una dimensión
clave de la actividad mental; en cambio, la psicología desdeñó
durante mucho tiempo el papel de la imaginación, considerándola como una
facultad marginal, que nada tendría que ver con otras más elevadas, como la
percepción o el conocimiento.
Sin embargo, la ciencia contemporánea está descubriendo que
la imaginación es una función cognitiva fundamental, que desempeña un papel
clave en todas las formas de vida mental, desde la percepción a los recuerdos,
sueños y pensamientos.
Gracias a la imaginación podemos pensar más allá de los confines
de nuestra situación inmediata, generando vívidos
contenidos mentales con los que podemos revaluar el pasado o evocar un posible
futuro.
La mayoría de las ideas, por más abstractas que parezcan, nacen
como imágenes. De hecho, etimológicamente, la palabra griega
idea significa “visión”. En este sentido, idear es imaginar. Pero la
imaginación no solo surge de las imágenes. También puede ser desencadenada por
una descripción verbal, al leer una novela o un poema, por ejemplo.
En cualquier caso, sin imaginación no habría lenguaje.
Aprendemos a leer gracias a la imaginación, que convierte marcas de tinta sobre
un papel en evocaciones de cosas ausentes. El poder transformador de la
imaginación es tan grande que la simple lectura de un texto escrito puede llegar
a conmovernos profundamente.
No hay “inteligencia artificial”: la verdadera inteligencia
es natural –y cordial: arraigada en el corazón–. Sin imaginación no habría
creatividad: todo sería predecible y aburrido. La imaginación es vida.
Empatía: imaginar a los demás
La empatía, la capacidad de conectar con lo que siente otra
persona, sería imposible sin la capacidad de imaginarnos viviendo la
experiencia ajena. Cuando siento empatía, una parte de mí deja
de estar aquí y, a través de la imaginación, viaja hacia ti. En cambio, el
psicópata y el tecnócrata son incapaces de imaginar en el otro la interioridad
que lo convierte en persona. Solo ven lo que atañe a sus propósitos.
Por eso señalaba el psicólogo James Hillman que “una educación que de
algún modo descuida la imaginación es una educación para la psicopatología”.
El ser humano es un ser imaginativo. La imaginación,
estrechamente relacionada con los recuerdos, las fantasías, los sueños y la
percepción, pertenece al núcleo de la mente y de la conciencia. Hoy sabemos que
la imaginación moviliza las mismas capacidades neuronales que la visión precisa
y la cognición, y que no se localiza en un área específica del cerebro.
La imaginación visual a veces se sitúa en la parte posterior de la
corteza cerebral, pero
en otros casos no. De hecho, las personas que pierden su córtex visual en un
accidente son ciegas, pero la mayoría de ellas pueden visualizar perfectamente
a través del ojo interior de la imaginación.
Incluso pueden
tener vívidas alucinaciones, como
si su imaginación visual fuera más poderosa que antes. En realidad, múltiples
áreas del cerebro entran en actividad cuando imaginamos. Neurológicamente, la
imaginación es un proceso múltiple, dinámico y no-lineal, todo lo cual puede
tener que ver con su carácter espontáneo.
¿Cómo podemos entender la imaginación a nivel
neurocientífico?
Sin embargo, el rastro de la imaginación no se limita al
cerebro. Se ha demostrado que cuando una persona visualiza un objeto o una
situación, sus ojos se mueven como si lo percibiera y no solo como si se lo
figurara.
Cuando imaginas un rascacielos, tus ojos tienden a
moverse arriba y abajo, como si estuvieras abarcando toda su altura, mientras
que si imaginas el paso de un vehículo, tus ojos se moverán horizontalmente.
Algo semejante se aplica al movimiento corporal.
Neurológica y fisiológicamente imaginar una acción es semejante a
realizarla. Si visualizas que levantas con tus brazos un objeto
pesado, habrá actividad eléctrica en tus brazos, por más que estés en reposo.
La imaginación y la percepción son actividades distintas,
pero están más relacionadas de lo que pudiera parecer. Son parte de un continuo
que tiene en un extremo la imaginación libre y espontánea y, en el otro, la
percepción nítida de algo que tenemos ante nosotros.
Entre uno y otro extremo, en la mayor parte de nuestra
experiencia confluyen imaginación y percepción. Vemos formas de animales en las
nubes o, en un ejemplo clásico de la tradición filosófica india, podemos
asustarnos ante una serpiente y luego darnos cuenta de que era una cuerda.
La fusión de imaginación y percepción que se da en estos casos,
así como en las ilusiones ópticas, sucede igualmente, más sutil, en la vida
cotidiana. La imaginación nos permite relacionar e interpretar lo que
percibimos, dándole así sentido.
Francisco Varela, pionero de la ciencia cognitiva, llegó a
afirmar que la percepción
ordinaria es una forma de imaginación que se ve limitada por lo que nos brindan
los sentidos.
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