Una de las
cuestiones que genera más problemas en la red es la de distinguir entre gustos
y criterios. Es decir, entre juicios fruto de una pasión personal y los que
lleguen como consecuencia de una experiencia en el tema.
La comunicación
horizontal hace posible que todos emitamos nuestras opiniones y éstas sean
conocidas por un creciente número de personas; el error está en la deducción
subsiguiente de que todas las opiniones tienen el mismo valor. De hecho,
todas las opiniones cuestan lo mismo -nada-, pero no todas valen lo mismo.
La comunicación horizontal, además, condena al receptor a ejercer el trabajo de distinguir quiénes lanzan sus opiniones a la red como fruto de un conocimiento sobre un tema, o quienes lo hacen como diletantes multidisciplinares, sin más afán que el de darse a valer ante el mundo. Antes eran los responsables de los periódicos quienes hacían esa distinción al publicar o no un texto. Ahora, por suerte, hay forma de sortear a los gatekeepers; pero hay que esforzarse para distinguir y atesorar las direcciones web de quienes aportan algo, una vez discriminadas de las mucho más numerosas que opinan diferente.
Todas estas afirmaciones pondrán de los nervios a buena parte de quienes me lean. Pero lo cierto es que, aunque todos los votos tienen el mismo peso en unas elecciones –y así debe ser-, y todas las opiniones deben ser respetadas, de ahí no debe colegirse que todas las opiniones son emitidas con el mismo fundamento y tienen la misma utilidad para los demás.
Por mi parte, hace tiempo llegué a la conclusión de que tengo algunos gustos que no necesariamente debo compartir con el mundo, porque igual no tienen valor por sí mismos.
La comunicación horizontal, además, condena al receptor a ejercer el trabajo de distinguir quiénes lanzan sus opiniones a la red como fruto de un conocimiento sobre un tema, o quienes lo hacen como diletantes multidisciplinares, sin más afán que el de darse a valer ante el mundo. Antes eran los responsables de los periódicos quienes hacían esa distinción al publicar o no un texto. Ahora, por suerte, hay forma de sortear a los gatekeepers; pero hay que esforzarse para distinguir y atesorar las direcciones web de quienes aportan algo, una vez discriminadas de las mucho más numerosas que opinan diferente.
Todas estas afirmaciones pondrán de los nervios a buena parte de quienes me lean. Pero lo cierto es que, aunque todos los votos tienen el mismo peso en unas elecciones –y así debe ser-, y todas las opiniones deben ser respetadas, de ahí no debe colegirse que todas las opiniones son emitidas con el mismo fundamento y tienen la misma utilidad para los demás.
Por mi parte, hace tiempo llegué a la conclusión de que tengo algunos gustos que no necesariamente debo compartir con el mundo, porque igual no tienen valor por sí mismos.
Al abrirse las
ventanas del mundo gracias a internet, espero que todos seamos capaces de
conocer más y más cosas. Y de ser capaces de admitir plácidamente que algo no
es necesariamente malo, si lo que ocurre es tan sólo que sentimos desinterés
por profundizar en ello.
Aunque igualmente confío en que vayamos evitando el caer en el peligro opuesto: el de un relativismo que nos obligue a no descalificar algo que nos disguste, cuando se trate de una cuestión de la que tengamos la formación suficiente.
Aunque igualmente confío en que vayamos evitando el caer en el peligro opuesto: el de un relativismo que nos obligue a no descalificar algo que nos disguste, cuando se trate de una cuestión de la que tengamos la formación suficiente.
La
corrección política puede, a la larga, ser tan mala como la ignorancia
orgullosa, si es que nuestro objetivo al comunicarnos a través de internet es
el de contribuir a que nuestros lectores distingan el grano de la paja.