Cualquiera que sea nuestra fe,
es a menudo incomodo el enfoque de la muerte, y el morir
no refleja lo que creemos. Eso de saber que hay más allá de la vida y la muerte con
frecuencia a mucho nos hace sentir írritos cuando estamos sobre el tema. De lo
contrario, ¿Por qué el miedo a la muerte siendo cristianos, y sabiendo que el cielo está
en el otro lado? ¿Por qué el ateo se aflige, cuando él es de la
opinión de que nuestro intervalo de tiempo en esta tierra no es más que una
mota efímera e irrelevante de polvo?
Si la reencarnación fuera
nuestra creencia, entonces ¿Por qué habríamos de ser
afectados tan profundamente y por qué habríamos de llorar si sabíamos que
estábamos regresando? Nuestro
enfoque de la muerte en ocasiones no es simplemente hipócrita, simplemente no tiene sentido.
La muerte es la parte más
inevitable de la vida, y
que optamos por ignorar su inminente llegada, lo mirarmos en su mayor parte por
con el miedo y el desprecio. Sin embargo, a menudo se encuentra en
presencia de la muerte nuestras más grandes revelaciones. La muerte pone las
cosas en perspectiva.
Esas cosas que pensamos importante pronto tienen poca relevancia, y empezamos
a reflexionar sobre
todo lo que es importante para
nosotros. Es un momento que
dejamos, que consideramos… para reflexionar.
Uno de
nuestras más grandes revelaciones es la forma que tenemos de expresar nuestro verdadero
afecto no contenida para otro, hasta que hayan pasado por esto,
cuando somos consumidos de repente por el dolor de lo que hemos perdido.
Las emociones hierven por encima, y todas las cosas que nos
hubiera gustado haber dicho llegan
a la superficie de nuestros pensamientos. En ese momento en que suelen tener en
cuenta que quizás tanto dolor no es suficiente para reparar su
muerte.
En verdad, nuestro dolor es una pena que nace del hecho de que llevamos a cabo
nuestra expresión. Pero cómo nos sentimos realmente mientras que la persona
estaba viva, ¿Es nuestro dolor igual sabiendo que tal relación no fue vivida a
plenitud como fue
ofrecido por la constelación?
La tragedia de nuestro enfoque de la vida y la muerte,
es que no queremos ver a la muerte como un ciclo continuo de la vida. Es el secreto a voces que
todo el mundo sabe, pero no se atreve a hablar. Y así, cuando
otro muere, actúan sorprendidos, como si fuera algo que no se pudo prever,
cuando la verdad es que la muerte podría amanecer sobre todos nosotros,
desde el día en que nacimos.
De la vida y la muerte, es necesario aprender que debemos
apreciar más, amar más, dedicar más tiempo a reflexionar sobre la grandeza de
nuestro ser, abrirse, tener el valor de expresar su ternura, olvidar el argumento, y dejar que sea
necesario demostrar que tenía razón y aceptar que simplemente estaba equivocado,
de amar sin nada que lo detenga, de dar cariño entero a sus hijos, hermanos,
madre, padre, abuelos tíos, amigos y hasta los enemigos.
Porque cuando a tu alguien tú te
entregas todo tu amor y lo hace realmente feliz, y vives
plenamente los momentos que pasan juntos, tú no tienes deudas con él, sabes que
lo hiciste bien aunque haya partido temprano.
Pero no lo hacemos. La defensa es nuestro juego final,
y vivimos protegidos hasta el final.
La ansiedad y el ajetreo nos consumen, y la vida pasa, pasa y sigue pasando. No es de extrañar que
lloremos cuando otra muerte cerca de nosotros pasa por encima, aunque nosotros realmente
nunca llegamos a conocerlos.
Así que nos aferramos, se aferran a la ilusión de
que lo era, todavía lo es, cuando la verdad es que lo que era,
ya no se puede, y en verdad tal vez nunca lo fue.
Nos ligamos en las memorias aunque no fuera cierto… incluso, nos desesperada al tratar de
recordar algo bueno. Hemos
sido consumidos por el dolor y la culpa, sin darnos cuenta de que la vida, por
su parte, continúa floreciendo en nuestra puerta,
bailando al ritmo eterno de un ritmo armónico y divino que nos llama
constantemente para saber y entender que la vida no tiene fin, ni
principio, sin alta, sin ninguna baja, sin términos medio. ¡Es simplemente la vida!
Es simplemente un pulso universal, un pulso a la que
todos pertenecemos. El ciclo de vida es tal que siempre hay una
oportunidad de volver a vivir lo que no hemos elegido antes.
Esa es su verdadera belleza. No hay muerte, sólo el amor, y es un amor que
eternamente debemos recordar.
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