Pareciera ser, a primera vista, que no habría mucha diferencia entre quien lee y quien no lo hace frecuentemente. Pero es sólo un engaño. Las diferencias son bastante grandes y notorias. En primer lugar, quien lee aumenta su cultura, la hace sólida si es endeble y la enriquece cada vez más. Quien permanece ajeno a los libros, por el motivo que sea, también es cómplice de su ignorancia, que se acrecienta a medida que sigue huyendo de las páginas escritas.
En segundo lugar,
la lectura aporta un panorama más amplio para el desarrollo de las propias
ideas y fomenta una actitud crítica, pero no en sentido negativo, sino
positivo, ya que remueve los preconceptos e instala la necesidad de contrastar
unos datos y otros, algunos más veraces y otros, pobres y caducos. Quien lee no
cree lo primero que escucha, al menos tiene un cierto bagaje cultural que
matiza cualquier intento de absolutismo respecto a ciertos temas.
En tercer lugar, la
lectura es fuente de conocimientos. La falta de lectura, por el contrario,
adormece el espíritu y la inquietud intelectual. Pero, tampoco es suficiente
con ser un devorador de libros, ya que se puede leer mucho pero mal.
Es decir:
siempre se debe buscar, mediante el consejo de alguien o guiados por el propio
sentido común, las lecturas que favorezcan el desarrollo personal, que son
todas aquellas que no están reñidas ni con la moral ni con la ética, ni
menosprecien el valor individual de las personas ni sus creencias.
Hay personas
que, a fuerza de consumir basuras editoriales, que las hay y muchas, han hecho
de su intelecto un refugio para las ideas más depravadas y siniestras. No hay
que leer cualquier cosa, hay que leer siempre con un criterio determinado para
cada circunstancia.
El gusto por la
lectura lleva a quien lee a no contentarse con lo primero que ofrecen las
vidrieras, o con aquel libro que es best seller mundial, pero que sin embargo
no aporta mucho más que un simple cuento de hadas, nacido para entretener con
exclusividad. Quien se habitúa a la lectura quiere buscar autores con los
cuales identificarse en costumbres, modismos e ideas acerca de las grandes
cosas de la vida. Es el lector cómplice del autor en cuanto difusor de ciertos
ideales nobles, que agrandan las miras de la rutina diaria
.
Y la falta del
hábito de lectura repercute necesariamente en el trato con los demás. Quien no
hace más ver las caricaturas del periódico, difícilmente pueda transcribir en
palabras lo que le dicta su corazón cuando quiere expresar su amor. Reinará una
especie de «parquedad sentimental», caracterizada por escuetas líneas y frases
hechas repetidas una y otra vez, hasta despojarlas de su intenso significado
por el abuso de su presencia en los labios del amante.
El gusto por la
lectura es gustar de disfrutar más de la vida, de compartir en palabras las
experiencias vividas y en saber transmitir las propias con la justa mezcla,
cual recete perfecta, de sentimientos, emoción y vocablos.
Leer significa ir
más allá de nuestro estrecho mundo personal y adentrarnos en el otro, en crecer
en empatía, estar con el otro y desde el intercambio fructífero de ideas, poder
decir, al final del día, que hemos aprovechado el tiempo, al menos por haber
leído unas líneas de nuestro autor preferido.