Innumerables características y profundas raíces culturales
unen a los iberoamericanos, quienes, más allá de las especificidades de todos y
cada uno de los grupos sociales que conforman ese riquísimo mosaico cultural,
atesoran, además, como tal vez ningún otro espacio geográfico del planeta,
rasgos enriquecedores de todas, o casi todas, las culturas de la Tierra: lo
indígena es esencia vital en el mestizaje con lo europeo; África negra es, sin
duda, la significante "tercera raíz"; el mundo árabe palpita en muchos
rincones y canciones, así como en bellos decires del castellano y el portugués;
lo hebreo, lo oriental o lo hindú, por citar tan solo algunos trazos de ese
mosaico, acompañan a lo sajón o a lo polinesio en múltiples expresiones
culturales.
Esa extraordinaria mixtura, producto de siglos y siglos de
encuentros y desencuentros; de violentos choques y amores apasionados; de
imposiciones, crímenes y rapiña injustificables, como también de heroísmo,
generosidad, espiritualidad y grandeza ejemplares; siglos, en fin, de dolor,
amor, poesía, tragedia, muerte y desbordante vitalidad, han hecho, en los
umbrales del siglo XXI, del iberoamericano un ser cosmopolita por excelencia,
con rasgos de tolerancia cultural, espiritual y religiosa altamente
promisorios.
Un ser de paz, en contraste con lo que, lamentablemente,
acontece en otras latitudes ya que, si repasamos el inquietante panorama
mundial que encontrará el siglo que nos llega, veremos cómo nuestros
conflictos, por dolorosos y trágicos que sean - y con lo inadmisible de sus
causas -, están muy lejos de aquellos que destrozan y hieren, en forma
incomprensible, la fraternidad entre los hombres en muchos lugares del planeta.
Iberoamérica es uno de los espacios geográficos culturales
de mayor armonía, en donde hay aún mucha intolerable injusticia, discriminación
y explotación que superar, así como muchos conflictos étnicos y territoriales
por resolver, pero que, por el desarrollo político y cultural alcanzado, nos
permite albergar esperanzas en que esas expresiones de violencia e intolerancia
serán reemplazadas por soluciones dialogadas, democráticas, participativas y
pacíficas.
Los últimos años nos han aportado ejemplos estimulantes de
esa enaltecedora vía, de esa vocación por vivir en una Cultura de Paz, entre
los que destaca, con singularidad, el logrado por los países y pueblos de
Centroamérica con los acuerdos de paz alcanzados a partir de los esfuerzos del
Grupo de Contadora.
Debemos los iberoamericanos avanzar en el camino hacia esa Cultura
de Paz, haciendo de la integración el instrumento privilegiado, por
utópico que aún parezca a muchos.
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