Para un viaje tan largo, que igual parece será para siempre,
la visión que convierte a los humanos en el último eslabón evolutivo no será
suficiente, puesto que terminaremos convertidos “en una especie surgida en una fase
temprana en la sucesión temporal de especies, con aptitudes concretas para una
evolución diversificada, y tal vez de importancia cósmica, como punto de partida de una transición hacia
entidades basadas en el silicio (y potencialmente inmortales), que puedan trascender las limitaciones humanas con mayor facilidad”.
En su artículo, Rees describe cómo tres grandes tecnologías
sientan las bases en las que se sustentará aquel viaje cósmico, no tan
despacio, dado que la “evolución futura no se dará en la escala temporal de millones de
años propia de la selección darwiniana, sino a un ritmo mucho más acelerado”,
producto de la biotecnología avanzada, la inteligencia
artificial, la robótica, y la exploración espacial.
En
su conjunción, la evolución por selección
natural dará paso a la selección por
diseño, una transición no exenta de problemas éticos y morales.
En el caso de la biotecnología, Rees menciona a CRISPR, la nueva técnica de precisa edición genética, y
los llamados experimentos
de incremento de función, que nos llevarán a una época donde “los niños
serán capaces de diseñar y crear nuevos organismos de manera rutinaria”.
No oculta el “lado
negativo, la amenaza del bioerror o del uso del
bioterror.
Si ‘jugar a
ser Dios en la mesa de la cocina’ (por así decirlo), se convierte en una
posibilidad real, hay probabilidades de que nuestra ecología, e incluso nuestra
especie, no salgan indemnes”.
Por su parte, la robótica y la inteligencia artificial
reciben el efecto multiplicador de la Ley de Moore en
el diseño de ordenadores y el procesamiento de
datos y
“los
impresionantes avances en el denominado aprendizaje generalizado de las máquinas”,
como DeepMind, famosa por vencer
al campeón mundial del juego de
mesa de origen chino Go que, sin programación
previa, “aprendió
absorbiendo enormes cantidades de partidas y jugando contra sí misma una y otra vez”, o los millones de
imágenes procesadas o de lecturas hechas que terminaron en sistemas que pueden
traducir documentos e identificar rostros humanos.
O ejemplos más recientes incluso, como DeepCoder, un sistema que escribirá el código fuente de
otros sistemas, o como Flint, que personaliza su
correo de noticias conforme vaya interactuando con usted, producto, afirman, de
la “inteligencia
artificial y colectiva”, o
lo que llaman chatterbot,
robots conversacionales, que “entienden la semántica, la sintaxis y la gramática” de
con quien actúan. Otro ejemplo sería Kick My Bot, disponible ya para interactuar dentro de
una red social con el nombre de JobLink,
para buscar empleo, al menos en Francia.
En el futuro, robots o aquellos que hayan trascendido la
biología, “fusionándose
con ordenadores”, acabarán por “observar, interpretar y alterar su entorno tan eficazmente como nosotros”, por lo que serán considerados, “seres
inteligentes”, en
cuyo caso, “algún
día pueden darse escenarios en los
que robots autónomos se rebelen” pero también será esa misma “inteligencia
pos humana seguramente la que se extenderá mucho más allá de la Tierra”.
Los viajes humanos quedarán limitados a los planetas y
alrededores. Los largos, o los sin retorno, serán hijos de las tecnologías que
permitan adaptarse al hostil espacio; “criaturas orgánicas”,
“cerebros no
orgánicos” o
“intelectos
poshumanos”, a
los que “simplemente
deberíamos desearles buena suerte.
El suyo podría ser el primer paso hacia la diferenciación en una nueva especie:
el comienzo de la era poshumana”, desarrollando “conocimientos
tan alejados de nuestra imaginación como lo está la teoría de cuerdas para un
ratón”, concluye Rees.